LA VERDAD DEL EVANGELIO

TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

por Charles G. Finney

 

 Capítulo 7

 Obediencia a la Ley Moral

Hemos visto que todo lo que la ley requiere se resume en una sola palabra: amor; que esta palabra es sinónimo de benevolencia; que la benevolencia consiste en la elección del bienestar supremo Dios y del universo como un fin o por su propia causa; que esta elección es una elección soberana. En resumen, hemos visto que la buena disposición de ser en general es la obediencia a la ley moral. Ahora la pregunta ante nosotros es ¿qué no está contenido en esta buena disposición o en esta intención benevolente y soberana?

Ya que la ley de Dios, como se revela en la Biblia, es el patrón, el único patrón por el cual se va a decidir la pregunta referente a lo que no está y a lo que está, implícito en la santificación completa, y que es de vital importancia que entendamos lo que está y lo que no está contenido en la obediencia completa a esta ley. Nunca podremos depender del juicio de nuestro propio estado, o del estado de otros, hasta que se hagan estas pesquisas. Cristo era perfecto, y sin embargo las nociones de los judíos era tan erróneas referente a lo que constituía la perfección, que pensaban de él como alguien poseído por un demonio en lugar de alguien santo como él decía. Estableceré entonces lo que no está contenido en la obediencia completa a la ley moral como yo lo entiendo. La ley como fue personificada por Cristo "amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo" (Lc. 10:27), se entiende cumplir el deber completamente a Dios y al prójimo. Ahora las preguntas son: ¿qué no está y qué está contenido en la obediencia perfecta a esta ley?

1. La obediencia completa no implica cualquier cambio en la sustancia del alma y del cuerpo porque la ley no lo requiere, y si lo fuera, no sería obligatorio porque el requisito sería inconsistente con la justicia natural, y por consiguiente, no sería ley. La obediencia completa es la consagración entera a Dios de los poderes como son. No implica cambio en ellos, sino simplemente el uso de ellos.

2. No implica la aniquilación de cualquier rasgo constitucional de carácter, como la afición o la impetuosidad constitucionales. No hay nada, por supuesto, en la ley de Dios que requiera tales rasgos constitucionales para ser aniquilados, sino simplemente que deban ser correctamente dirigidos en su ejercicio.

3. No implica el aniquilamiento de cualquiera de los apetitos o de las susceptibilidades constitucionales. Parece que algunos suponen que los apetitos y las susceptibilidades constitucionales son en sí mismos pecaminosos, y que un estado de conformidad completa a la ley de Dios implica su aniquilamiento completo. No me ha sorprendido encontrar que algunas personas, lejos de abrazar la doctrina de la depravación moral física, estaban después de todo recurriendo a esta suposición con el fin de poner a un lado de su vida la doctrina de la santificación completa. Pero apelemos a la ley. ¿Condena la ley expresa o implícitamente la constitución del hombre, o requiere de la aniquilación completa de cualquier cosa que forma parte propiamente de la constitución en sí misma? ¿Requiere de la aniquilación del apetito por la comida, o se satisface meramente esta indulgencia con regularidad? En resumen, ¿requiere en alguna parte la ley de Dios cualquier cosa más que la consagración de todas las facultades, apetitos y susceptibilidades del cuerpo y de la mente al servicio de Dios?

4. La obediencia completa no implica la eliminación del afecto natural o del resentimiento natural. Por afecto natural quiero decir que ciertas personas nos pueden ser naturalmente agradables. Cristo parece haber tenido un afecto natural por Juan. Por resentimiento natural entiéndanse las leyes naturales de nuestro ser que debemos resentir, o estar en contra de la injusticia, o el maltrato, y no que sea consistente con la ley de Dios una disposición a atacar o vengarse, sino la perfecta obediencia a Dios no implica que no debamos tener ningún sentido de injuria e injusticia cuando abusan de nosotros. Dios tiene esto, y debe tenerlo también cada ser moral. El amor a nuestro prójimo como a nosotros mismos no implica que si nos injuria, uno no debe sentir nada de injuria o injusticia, sino que uno debe amar, y hacer el bien a pesar de ese trato injurioso.

5. No implica ningún grado enfermizo de agitación de la mente. La ley moral es para interpretarse de manera consistente como la ley física. Las leyes de Dios ciertamente no chocan entre sí. Y la ley moral no puede requerir un estado constante de agitación mental tal como para destruir la constitución física. Y la ley moral no puede requerir tal estado constante de agitación mental, pues destruiría la constitución física. No puede requerir más agitación mental de lo que es consistente con todas las leyes, atributos y circunstancias del cuerpo y del alma. No implica que cualquier órgano o facultad sea en todo tiempo ejercitada a la medida completa de su capacidad. Esto pronto agotaría y destruiría cualquier órgano del cuerpo. Cual sea la verdad de la mente, cuando se separa del cuerpo, mientras actúa a través de un órgano material, es imposible un estado de agitación constante. Cuando la mente es fuertemente agitada, hay por necesidad una gran determinación de sangre en la mente. Un alto grado de agitación no puede continuar sin que se produzca inflamación cerebral y como consecuencia locura. Y la ley de Dios no requiere ningún grado de emoción, o de agitación mental, inconsistente con la vida y la salud. Nuestro Señor Jesucristo no parece haber estado en un estado de agitación mental continua. Cuando él y sus discípulos habían estado en gran agitación por un periodo, él se daba la vuelta y descansaba por un tiempo.

Quien haya filosofado sobre este tema, ¿no sabe que un alto grado de agitación, que algunas veces se testifica en avivamientos de religión, debe necesariamente ser breve, o de lo contrario la gente se trastorna? A veces parece indispensable que un alto grado de agitación deba prevalecer por un tiempo para captar la atención pública e individual, para desviar a la gente de otros intereses, para atender a lo que atañe a sus almas. Pero si cualquier supusiera que este alto grado de agitación es necesario o deseable, o posible para que continúe, no ha considerado bien el asunto, y he aquí un gran error de la iglesia: han supuesto que el avivamiento consiste en su mayoría en un estado de emoción agitada en lugar de la conformidad de la voluntad humana a la ley de Dios. Por tanto, cuando las razones para mucha agitación han cesado, y la mente del público empieza a estar más calmada, de inmediato empiezan a decir que el avivamiento está en declive, cuando de hecho puede haber mucho más religión real en la comunidad sin tanta emoción agitada. La agitación es a menudo importante e indispensable, pero los actos vigorosos de la voluntad son infinitamente más importantes, y este estado de la mente puede existir con la ausencia de emociones altamente agitadas.

Tampoco implica que el mismo grado de emoción, volición, o esfuerzo intelectual se requiera en todo tiempo. Todas las voliciones no necesitan la misma fuerza porque no son producidas por las mismas razones influyentes. ¿Debe un hombre aplicar una volición tan fuerte como para levantar una manzana y como para extinguir el fuego de una casa en llamas? ¿Debe una madre, que cuida a su bebé dormido cuando todo está tranquilo y seguro, aplicar voliciones tan poderosas como las que se le pueden requerir para arrebatar a su hijo de las llamas devoradoras? Ahora supongamos que ella estuviera igualmente dedicada a Dios para cuidar a su bebé dormido y para rescatarlo de las garras de la muerte. Su santidad no consistiría en el hecho de que ella ejerciera voliciones con la misma fuerza para ambos casos, sino que en ambos casos la volición fuera igual al cumplimiento de lo que requiere hacerse. Así que las personas pueden ser completamente santas, y sin embargo pueden variar continuamente en la fuerza de sus afectos, emociones, o voliciones de acuerdo con sus circunstancias, con el estado de su sistema físico y con el asunto con el cual están comprometidas.

Todas las cualidades del cuerpo y de la mente están sujetas al servicio y la disposición de Dios. Así tanto como la energía física, intelectual y moral se expanden en la ejecución del deber, así la naturaleza y las circunstancias del caso lo requieren. Y nada está más lejos de la verdad que la ley de Dios requiera un estado constante e intenso de emoción y acción mental en cada sujeto.

6. La obediencia completa no implica que Dios va a ser en todo tiempo el objeto directo de atención y afecto. Esto no sólo es imposible para nosotros en la naturaleza del caso, sino también sería imposible para nosotros pensar o amar a nuestro semejante como a nosotros mismos.

La ley de Dios requiere amor supremo del corazón. Esto quiere decir que la preferencia suprema de la mente debe ser de Dios, que Dios debe ser el objeto mayor de nuestra consideración suprema. Pero este estado de la mente es perfectamente consistente con nuestro compromiso de los asuntos necesarios de la vida, prestarle atención a ese asunto, ejercer todos aquellos afectos y emociones, que su naturaleza e importancia demandan.

Si un hombre ama supremamente a Dios, y se compromete en cualquier negocio para la promoción de su gloria, si su ojo, sus afectos y conducta son únicos, en tanto tengan cualquier carácter moral, son completamente santos cuando necesariamente estén comprometidos en la transacción correcta de su negocio aunque por el momento, ni sus pensamientos ni afectos sean en Dios. Así como un hombre está intensamente dedicado a su familia, puede actuar consistentemente con su afecto supremo y darle la mejor importancia y servicio perfecto, mientras no piensa en ellos para nada. El corazón moral es la preferencia suprema de la mente. El corazón natural bombea la sangre por todo el sistema físico. Ahora bien hay una analogía asombrosa entre esto y el corazón moral, y que consiste en que así como el corazón natural por sus latidos difunde vida por el sistema físico así el corazón moral, o la preferencia del gobierno supremo, o la intención soberana de la mente, es lo que da vida y carácter a las acciones morales de los hombres. Por ejemplo, supongamos que me dedico a enseñar matemáticas. En esto, mi intención soberana es glorificar a Dios en este llamamiento en particular. Ahora al demostrar algunas de sus proposiciones intrincadas, estoy obligado por horas a dedicar completa atención de mi mente a ese objeto. Mientras mi mente está intensamente empleada en un asunto en particular, es imposible que deba tener cualesquiera pensamientos sobre Dios, o deba ejercitar cualesquiera afectos o emociones o voliciones hacia él. Sin embargo, en este llamamiento particular todo egoísmo se excluye y mi diseño supremo es glorificar a Dios, mi mente está en un estado de obediencia completa aunque por el momento no piense en Dios.

Debe entenderse que mientras la preferencia suprema o la intención de la mente tenga tal eficiencia como para excluir todo egoísmo, y aplicar sólo esa fuerza de volición, pensamiento, afecto y emoción, que es requisito para la ejecución correcta de cualquier deber al cual la mente pueda ser llamada, el corazón está en un estado correcto. Por un grado idóneo de pensamiento y sentimiento a la ejecución correcta del deber, quiero decir sólo esa intensidad de pensamiento y de energía de acción que la naturaleza y la importancia del deber en particular, a la cual en mi apreciación honesta por el momento soy llamado, se me demanda en mi estimación honesta.

Al hacer esta declaración, doy por hecho que el cerebro junto con todas las circunstancias de la constitución son tales que es posible el requisito de cantidad de pensamiento y sentimiento. Si la constitución física estuviera en tal estado de agotamiento como para no poder aplicar la cantidad de ejecución que la naturaleza del caso podría demandar de otro modo, incluso en este caso, los esfuerzos lánguidos, aunque muy por debajo de la importancia del asunto, serían todo lo que la ley de Dios requiere. Quien, por tanto, suponga que un estado de obediencia completa implica un estado de abstracción total de la mente de todo menos de Dios está en un grave error. Tal estado mental es tan inconsistente con el deber como imposible mientras estamos en la carne.

El hecho es que el lenguaje y el espíritu de la ley han sido, y son, malentendidos e interpretados para significar lo que ellos nunca hicieron, o pudieron hacer, consistentemente con la justicia natural. Muchas mentes han sido arrojadas a los asaltos de Satanás, y han sido mantenidas en un estado continuo de atadura y condenación porque Dios en todo tiempo no fue el objeto de pensamiento, afecto, y emoción, y porque la mente no fue mantenida en un estado de tensión perfecta y agitada a lo máximo en cada momento.

7. Tampoco implica un estado de calma mental. Cristo no estaba en un estado continuo de calma mental. La paz profunda nunca fue irrumpida, sino la superficie o las emociones de su mente estuvieron en gran agitación, y otras veces en un estado de gran calma. Y aquí permítanme referirme a Cristo como en la Biblia, en ilustración a las posturas que ya he tomado. Por ejemplo, Cristo tenía todos sus apetitos y susceptibilidades constitucionales de naturaleza humana. Si hubiese sido de otro modo, no hubiera sido tentado en todo como nosotros, ni hubiese podido sido ser tentado en cualquier área como nosotros, ni más allá de la constitución que poseía igual a la nuestra. Cristo también manifestó afecto natural por su madre y por otros amigos. También mostró que tenía un sentido de injuria e injusticia y ejerció un resentimiento apropiado cuando fue lastimado y perseguido. No estaba siempre en un estado de gran agitación y de calma, de labor y descanso, de gozo y tristeza como otros hombres buenos. Algunas personas han hablado de obediencia completa a la ley como si implicara un estado de calma uniforme y universal, y como si cada clase de grado de emoción, excepto el sentimiento de amor a Dios, fuera inconsistente con ese estado, pero Cristo a menudo celebraba cierto grado de emoción cuando reprobaba a los enemigos de Dios. En suma, su historia nos lleva a la conclusión de que su calma y emoción variaron según las circunstancias de la situación, aunque algunas veces era señalado y severo en su desacuerdo como para acusársele de estar poseído por el diablo, y sin embargo sus emociones y sentimientos fueron sólo aquellos que se exigían y que fueran aptos para la ocasión.

8. Tampoco implica un estado de continua dulzura mental sin ninguna indignación o ira santa al pecado y a los pecadores. La ira al pecado es sólo una modificación del amor al ser en general. Un sentido de justicia, disposición a castigar a los impíos por el beneficio del gobierno, es sólo otra modificación del amor. Tales disposiciones son esenciales para la existencia del amor donde las circunstancias piden su ejercicio. Se dice que Cristo se enojó. Seguido manifestaba enojo e indignación santa. "Dios está enojado con los malos todos los días." Y la santidad, o un estado de obediencia, en lugar de ser inconsistente, siempre implica la existencia del enojo cuando ocurren las circunstancias que demandan su ejercicio.

9. Tampoco implica un estado mental que sea toda compasión y sin ningún sentido de justicia. La compasión es sólo una de las modificaciones del amor. Justicia, o la disposición a la ejecución de la ley y el castigo del pecado, es otra de sus modificaciones. Dios y Cristo, y todos los seres santos, ejercen todas esas disposiciones que constituyen las diferentes modificaciones del amor bajo cada circunstancia posible.

10. No implica que debamos a amar u odiar a todos los hombres por igual independientemente del valor, circunstancias y relaciones de los hombres. Un ser puede tener una capacidad mayor por el bienestar y ser de mucha más importancia para el universo que otra. La imparcialidad y la ley de amor no nos requieren considerar a todos los seres y cosas iguales, sino a todos los seres y cosas según su naturaleza, relaciones, circunstancias y valor.

11. Tampoco implica un conocimiento perfecto de todas nuestras relaciones. Tal interpretación de la ley, como se haría necesario para dar paso a la obediencia para que entendiéramos todas nuestras relaciones, implicaría en nosotros la posesión del atributo de la omnisciencia porque ciertamente no hay ningún ser en el universo con quien no sostuviéramos alguna relación. Y un conocimiento de todas estas relaciones plenamente implica conocimiento infinito. Es claro que la ley de Dios no puede requerir cosas como esas.

12. Tampoco implica libertad de error en cualquier tema. Algunos sostienen que la gracia del evangelio promete solemnemente conocimiento perfecto a cada hombre, o por lo menos tal conocimiento lo exceptúa de cualquier error. No puedo detenerme aquí para debatir sobre esta pregunta, pero sólo diré que la ley no requiere expresamente ni implícitamente infalibilidad de juicio en nosotros. Sólo nos requiere hacer el mejor uso que podamos de toda la luz que poseamos.

13. No implica el mismo grado de conocimiento que podamos haber poseído si siempre hubiéramos mejorado nuestro tiempo en su adquisición. La ley no nos puede requerir amar a Dios o al hombre como también hubiéramos podido amarlos si siempre hubiéramos mejorado nuestro tiempo en obtener todo el conocimiento que pudimos en cuanto a su naturaleza, carácter e intereses. Si esto fuera implícito en la requisición de la ley, no habría ningún santo en la tierra o en el cielo que obedeciera o pudiera obedecer perfectamente. Lo que se pierde en este sentido se pierde, y la negligencia pasada nunca puede remediarse tanto que nunca podremos compensar en nuestras adquisiciones de conocimiento lo que hemos perdido. Sin duda será verdad por toda la eternidad que tendremos menos conocimiento del que hayamos podido poseer si hubiéramos llenado nuestro tiempo de su adquisición. No podemos, ni podremos amar a Dios como también pudimos haberlo amado si hubiéramos aplicado nuestras mentes a la adquisición del conocimiento respecto a él. Y si la obediencia completa se debe entender como la implicación de que amamos a Dios tanto como debiéramos si tuviéramos todo el conocimiento que pudiéramos haber tenido, entonces, reitero, no hay ningún santo en la tierra o en el cielo, ni nunca habrá alguno que sea completamente obediente.

14. No implica la misma cantidad de servicio que podamos haber prestado si nunca hubiéramos pecado. La ley de Dios no implica, o supone, que nuestras facultades están en un estado perfecto, que nuestra fuerza del cuerpo y la mente es lo que hubiese sido, si nunca hubiésemos pecado, sino que simplemente nos pide usar la fortaleza que tengamos. La misma palabra ley es prueba concluyente que extiende su demanda sólo a la cantidad de fuerza que tenemos. Y esto es verdad para cada ser moral, grande o pequeño.

El desarrollo más perfecto y mejora de nuestras facultades deben depender en su uso más perfecto. Y cada alejamiento de su uso perfecto es una disminución de su desarrollo más elevado y una reducción de sus capacidades para servir a Dios en la manera más elevada posible. Todo pecado entonces hace precisamente más que lisiar y reducir las facultades del cuerpo y la mente para hacerlos incapaces de realizar un servicio que pudo haber sido prestado.

Este modo de ver el asunto ha sido objetado que Cristo enseñó una doctrina opuesta en el caso de la mujer que le lavó sus pies con sus lágrimas cuando dijo "mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama" (Lc. 7:47). Pero ¿puede ser que Cristo intentaba que fuera entendido al enseñar que mientras más pequemos mayor será nuestro amor y nuestra virtud soberana? Si así es, no veo por qué no se deduce que mientras más pecado en esta vida, mejor si de tal modo somos perdonados. Si nuestra virtud va a ser mejorada realmente por nuestros pecados, no veo por qué no sería buena economía tanto para Dios como para el hombre de pecar tanto como podamos mientras estamos en el mundo. Ciertamente, Cristo no quiso establecer un principio como ese. Sin duda, quiso enseñar que una persona que verdaderamente fuera sensata de la grandeza de sus pecados ejercería más del amor de gratitud que el que fuera ejercido por alguien que tuviera un sentido de demérito que no afecte tanto.

15. La obediencia completa no implica el mismo grado de fe que pudo haber sido ejercido más que por nuestra ignorancia y pecado pasados. No podemos creer todo acerca de Dios de lo cual no tenemos evidencia ni conocimiento. Nuestra fe debe, por tanto, estar limitada a las percepciones intelectuales de la verdad. Los impíos no están bajo la obligación de creer en Cristo y en miles de otras cosas de las cuales no tienen conocimiento. La perfección en un impío implicaría mucho menos fe que en un cristiano. La perfección en un adulto implicaría mucha más y mayor fe que de un niño. Y la perfección en un ángel implicaría mayor fe que de un hombre, sólo en proporción mientras sepa más de Dios que el hombre. Entiéndase que la obediencia completa a Dios nunca implica aquello que es naturalmente imposible. Es naturalmente imposible para nosotros creer aquello de lo que no tenemos conocimiento. La obediencia completa implica en este sentido nada más que el corazón de fe o la confianza en toda la verdad que se percibe por el intelecto.

16. Tampoco implica la conversión de todos los hombres en respuesta a nuestras oraciones. Algunos han sostenido que la obediencia completa implica el ofrecimiento de oración predominante para la conversión de todos los hombres. A esto respondo que entonces Cristo no obedeció porque no ofreció tal oración. La ley de Dios no hace tales demandas expresa o implícitamente. No tenemos ningún derecho a creer que todos los hombres serán convertidos en respuesta a nuestras oraciones si no tenemos una promesa expresa o implícita a ese respecto. Por tanto, como no hay tal promesa, no estamos bajo obligación de ofrecer esa oración. Tampoco implica la no conversión del mundo, que no hay santos en el mundo que obedecen plenamente la ley de Dios.

No implica la conversión de nadie por quien no hay una promesa expresa o implícita en la palabra de Dios. El hecho de que Judas no se convirtiera en respuesta a la oración de Cristo no prueba que Cristo no obedeció plenamente.

Tampoco implica que todas esas cosas que, expresa o implícitamente se prometen, se concederán en respuesta a nuestras oraciones, o en otras palabras, que debamos orar en fe por ellas si somos ignorantes de la existencia o la aplicación de estas promesas. Un estado de amor perfecto implica relevar de todo deber conocido. Y nada en el sentido estricto puede ser deber del cual la mente no tenga conocimiento. No puede, por consiguiente, ser un deber creer una promesa de la cual somos totalmente ignorantes, o la aplicación de cualquier objeto específico que no entendamos.

Si hay pecado en un caso como éste, es por el hecho de que el alma descuida saber lo que debe saber. Pero debe siempre entenderse que el pecado consiste en esta negligencia de saber, y no en el descuido de aquello del cual no tenemos conocimiento. La obediencia entera es inconsistente con cualquier negligencia presente para saber la verdad, pues tal negligencia es pecado. Pero no es inconsistente con nuestro fracaso para hacer aquello del cual no tenemos conocimiento. Santiago 4:17 dice "y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado." Cristo dice "si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece" (Jn. 9:41).

17. La obediencia completa a la ley divina no implica que otros desde luego considerarán nuestro estado mental, y nuestra vida externa, como enteramente conformada a la ley.

Los judíos insistieron y creyeron que Cristo estaba poseído por un espíritu maligno en lugar de un espíritu santo. Tales eran sus nociones de santidad que sin ninguna duda supusieron que él actuaba por cualquier cosa excepto por el Espíritu de Dios. Lo supusieron así especialmente debido a la ortodoxia prevalente y a la impiedad de los maestros religiosos de ese tiempo. Ahora ¿quién no ve que cuando la iglesia está en gran medida conformada al mundo, un espíritu de santidad en cualquier hombre ciertamente lo llevará a dirigir las más agudas reprensiones al espíritu y a la vida de aquellos en ese estado ya sea en lugares altos o bajos? ¿Y quién no ve que esto naturalmente resultaría en ser acusado de poseer un espíritu maligno? ¿Y quiénes no saben que donde un maestro religioso se encuentra a sí mismo bajo la necesidad de atacar una ortodoxia falsa, será ciertamente cazado casi como una bestia de rapiña por los maestros religiosos de su tiempo y cuya autoridad, influencia y ortodoxia son de este modo atacadas?

18. Tampoco implica la excepción de tristeza o sufrimiento mental. No lo fue con Cristo. Tampoco es inconsistente con nuestra tristeza por nuestros pecados pasados, y la tristeza que tenemos ahora de la salud, el vigor, el conocimiento y el amor, que pudimos haber tenido si hubiéramos pecado menos; o la tristeza por aquellos a nuestro alrededor, la tristeza visible de la pecaminosidad humana o sufrimiento. Éstas son consistentes con un estado de amor gozoso a Dios y al hombre y ciertamente son sus resultados naturales.

19. Tampoco es inconsistente con nuestro vivir en sociedad, con las mezclas de escenas, y el ocuparse de los asuntos de este mundo, como han supuesto algunos. Por tanto, son nociones absurdas y ridículas de las papistas de retirarse a los monasterios y conventos, tomar el velo y, como dicen, retirarse a una vida de devoción. Ahora supongo que este estado de reclusión voluntaria de la sociedad es totalmente inconsistente con cualquier grado de santidad y con una volición manifiesta de la ley de amor para nuestro prójimo.

20. Tampoco implica volubilidad de temperamento y modos. Nada está más lejos de la verdad que esto. Se dice de Xavier, que quizá pocos hombres más santos han vivido, que era tan alegre que se le acusaba de ser jovial. La alegría es ciertamente el resultado del amor santo, y la obediencia entera no implica más volubilidad en este mundo que en el cielo.

En todas nuestras discusiones vistas sobre el tema de la santidad cristiana, escritores rara vez hacen tal distinción: ¿Qué implica o qué no implica obediencia a la ley? En vez de poner todo a prueba, parece que la pierden de vista. Por un lado, incluyen cosas que la ley de Dios nunca requeriría del hombre en su estado presente. De este modo ponen una piedra de tropiezo y una trampa a los santos para mantenerlos en atadura perpetua y suponen que esto es la manera de mantenerlos humildes al poner un patrón completamente por encima de su alcance. O por el otro lado, ellos realmente abrogan la ley como para que no sea más vinculante. O, desperdician lo que de veras está implícito en ella como para no dejar nada en sus requerimientos más que un sentimentalismo o perfeccionismo enfermizo, ineficiente y caprichoso, que en sus manifestaciones y resultados me parecen ser todo excepto lo que requiere la ley de Dios.

21. No implica que siempre tenemos como meta nuestro deber o intentemos cumplirlo. Es decir, no implica que la intención siempre termine en el deber como fin soberano. Es nuestro deber enfocarnos o querer el bien supremo de Dios y del universo con fin soberano o por su propia causa. Éste es el fin infinitamente valioso que debemos tener como meta en todo tiempo. Es nuestro deber tenerlo meta. Mientras lo tengamos como meta, cumplimos nuestro deber, pero tener el deber como meta no es cumplir el deber.

Tampoco implica que siempre pensemos, al momento, en el ser del deber o nuestra obligación moral para querer el bien de ser. Esta obligación es una primera verdad, y siempre y necesariamente es supuesta por cada agente moral, y esta suposición o conocimiento es una condición de su agencia moral, pero no es en lo absoluto esencial para la virtud o la verdadera obediencia a la ley moral para que la obligación moral deba en todo tiempo estar presente en los pensamientos como un objeto de atención.

Tampoco implica que la rectitud o el carácter moral de benevolencia sea en todo tiempo el objeto de atención de la mente. Podemos querer la gloria de Dios y el bien de nuestro prójimo sin que en todo tiempo pensemos en el carácter moral de esta intención, pero ésta no es menos virtuosa por esta causa. La mente inconscientemente, pero necesariamente, supone la rectitud de la benevolencia o el querer el bien de ser así como supone otras primeras verdades sin estar distintivamente consciente de esta suposición. No es, por tanto, del todo esencial para la obediencia a la ley de Dios que debamos en todo tiempo tener ante nuestras mentes la virtud o el carácter moral de benevolencia.

22. Tampoco implica la obediencia a la ley moral para que la ley en sí misma deba en todo tiempo ser el objeto de pensamiento o la atención de la mente. La ley está desarrollada en la razón de cada agente moral en la forma de idea. Es la idea de la elección o la intención que cada agente moral está obligado a ejercer. En otras palabras, la ley, como una regla de deber, es una idea subjetiva siempre y necesariamente desarrollada en la mente de cada ser moral que siempre y necesariamente lleva está idea consigo y es siempre y necesariamente una ley para sí mismo. No obstante, esta ley o idea no es siempre el objeto de la atención de la mente y pensamiento. Un agente moral puede ejercer buena voluntad o amor a Dios y al prójimo sin que por el momento esté consciente de pensar que este amor se le requiere por la ley moral. Si no me equivoco, la mente benevolente generalmente ejerce benevolencia tan espontáneamente como tampoco la ejercería por mucho tiempo, para incluso pensar que este amor a Dios se le requiere, pero este estado mental no es menos que virtuoso por eso. Si el valor infinito del bienestar de Dios y de su infinita bondad me obliga a amarlo con todo mi corazón, ¿puede cualquiera suponer que es considerado por él como el menos virtuoso porque yo no esperé para reflexionar que Dios me manda a amarlo y que era mi deber hacerlo?

La cosa por la que la intención tiene o debe para terminar es el bien de ser, y no la ley que me requiere quererlo. Cuando quiero ese fin, quiero el fin correcto, y este querer es virtud, ya sea o no que la ley sea o no un pensamiento. ¿Deberá decirse que yo deba querer ese fin por una razón equivocada, y por tanto, el querer no sea una virtud, al menos que lo quiera por mi obligación e intente obedecer la ley moral o a Dios, no es virtud? Respondo que la objeción involucra un absurdo y una contradicción. No puedo querer el bien de Dios y de ser como fin soberano por una razón equivocada. La razón de escoger y el fin escogido son idénticos a fin de que si quiero el bien de ser como un fin soberano lo quiera por la razón correcta.

Es imposible querer el bien de Dios como un fin, sin considerar su autoridad. Esto es hacer de su autoridad el fin escogido porque la razón de una elección es idéntica al fin soberano escogido. Por consiguiente, querer cualquier cosa por la razón de que Dios lo requiere es querer el requerimiento de Dios como fin soberano. No puedo, por tanto, amar a Dios con cualquier amor aceptable primeramente porque lo ordena. Dios nunca esperó inducir a sus criaturas a amarlo o querer su bien por ordenarnos a hacerlo.

23. La obediencia a la ley moral no implica que debamos prácticamente tratar a todos los intereses que son de igual valor según su valor. Por ejemplo, el precepto "amarás a tu prójimo como a ti mismo" no puede significar que voy a tomar igual cuidado de mi propia alma y del alma de cada ser humano. Esto es imposible. Tampoco significa que deba tomar el mismo cuidado y descuido de mí mismo y de todas las familias de la tierra. Tampoco que deba dividir la propiedad, o el tiempo, el talento que tenga de manera igual a toda la humanidad. Esto es…

1. Imposible.

2. Poco económico para el universo. Mucho más bien resultará para el universo por cada individuo poner su atención particularmente en la promoción de aquellos intereses que están a su alcance, y que están bajo su influencia que poseer ventajas particulares para promoverlos. Cada interés se va a estimar según su valor relativo, pero nuestros esfuerzos para promover intereses particulares deben depender de nuestras relaciones y capacidad para promoverlos. No estamos bajo la obligación de promover algunos intereses de gran valor a razón de que no tenemos la habilidad de promoverlos mientras estamos bajo la obligación de promover intereses de mucho menos valor porque podemos promoverlos. Debemos buscar promover esos intereses que seguramente y extensivamente podamos promover, pero siempre en un modo que no interfiramos con otros que promueven otros intereses según su valor relativo. Cada persona está obligada a promover los suyos, y la salvación de su familia, no porque pertenezcan al yo, sino porque son valiosos en sí mismos, y porque están particularmente comprometidos con él por estar directamente dentro de su alcance. Éste es un principio que se da por sentado en todos lados en el gobierno de Dios, y que quisiera que se tuviera en cuenta de forma distintiva al proceder con nuestras indagaciones, como por un lado, prevendrá malos entendidos, y por el otro, evitará la necesidad de circunlocución cuando queramos expresar la misma idea. El verdadero intento y significado de la ley moral, sin duda, es que cada interés, o bien conocidos, por el ser moral deberá estimarse según su valor intrínseco, y que en nuestros esfuerzos promovamos el bien, debemos asegurar la mayor cantidad practicable y dotar nuestros esfuerzos donde, como aparece en nuestras circunstancias y relaciones, podamos lograr el bien mayor. Esto puede ser hecho más allá de la pregunta sólo por cada uno que atiende a la promoción de estos intereses particulares que están dentro del alcance de su influencia.

 

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