LA VERDAD DEL EVANGELIO

TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

por Charles G. Finney

 

 Capítulo 29

La Noción de Inhabilidad

 

El método apropiado para explicar inhabilidad

He representado la habilidad, o la libertad de la voluntad, como una primera verdad de la conciencia, una verdad conocida necesariamente por todos los agentes morales. La pregunta podría surgir naturalmente, ¿cómo entonces se explica que muchos hombres han negado la libertad de la voluntad, o la habilidad de obedecer a Dios? Un escritor reciente piensa que esta negación es una refutación suficiente de la afirmación de que la habilidad es una primera verdad de la conciencia. Es importante que se deba dar razón de esa negación. No hay ningún fundamento razonable de duda el que la humanidad afirme su obligación sobre la suposición real de habilidad aunque a menudo sea latente e imperceptible. He dicho que los primeros frutos son frecuentemente dados por sentados, y ciertamente conocidos sin ser siempre el objeto directo de pensamiento o atención; y también que estas verdades son universalmente consideradas en los juicios prácticos de los hombres, mientras que a veces en teoría las niegan. Saben que son ciertas, y en todos sus juicios prácticos dan por sentado su verdad, mientras que razonan en su contra, creen que las prueban falsas, y poco frecuente afirman que están conscientes de una afirmación opuesta. Por ejemplo, los hombres han negado, en teoría, la ley de la causalidad, mientras que en cada momento de sus vidas han actuado sobre la suposición de la verdad de esta teoría. Otros han negado la libertad de la voluntad que, a cada hora de sus vidas, han dado por sentado, actuado, y juzgado sobre la suposición de que la voluntad es libre. También es cierto de la habilidad la cual, con respecto a los mandamientos de Dios, es idéntica a la libertad. Los hombres con frecuencia han negado la habilidad del hombre para obedecer los mandamientos de Dios, mientras que siempre, en sus juicios prácticos de ellos mismos y de otros, han dado por sentado su habilidad con respecto a aquellas cosas que son realmente ordenadas por Dios. Ahora, ¿cómo se da razón de esto?

1. Multitudes han negado la libertad de la voluntad porque con ligereza la han confundido con los poderes involuntarios --con el intelecto y la sensibilidad. Locke, como es bien sabido, consideró que la mente posee dos facultades primarias: el entendimiento y la voluntad. El presidente Edwards, como se dijo en el capítulo anterior, siguió a Locke, y consideró todos los estados de la sensibilidad como hechos de la voluntad. Multitudes, e incluso las grandes masas de ministros calvinistas, y quienes los escuchan, han sostenido los mismos puntos de vista. Esta confusión de la sensibilidad con la voluntad ha sido común desde hace mucho tiempo. Ahora todo mundo está consciente que los estados de la sensibilidad, o los meros sentimientos, no pueden ser producidos o cambiados por un esfuerzo directo de sentir de esta y otra manera. Todos saben por la conciencia que los sentimientos van y vienen, crecen y se debilitan, como motivos presentados para incitarlos. Y saben que también estos sentimientos están bajo la ley de la necesidad y no de la libertad; esto es, que la necesidad es un atributo de estos sentimientos, en sentido tal, que bajo las circunstancias existirán pese a nosotros mismos y que no pueden ser controlados por un esfuerzo directo. Todos saben que nuestros sentimientos o los estados de la sensibilidad pueden ser controlados sólo indirectamente, que es por la dirección de nuestros pensamientos. Al dirigir nuestros pensamientos a un objeto calculado para incitar ciertos sentimientos, sabemos que, cuando la incitación no se agota, los sentimientos correlacionados a ese objeto entrarán en escena, desde luego por necesidad. De ahí que cuando existan cualquier clase de sentimientos, todos sabemos que al desviar la atención del objeto que los incita, ellos desde luego se calmarán y darán lugar a una clase correlacionada al nuevo objeto que al momento ocupe su atención. Ahora bien, es muy manifiesto cómo la libertad de la voluntad ha venido a ser negada por quienes confunden la propia voluntad con la sensibilidad. Estas mismas personas siempre han sabido y dado por sentado que las acciones de la propia voluntad eran libres. Su error ha consistido en no distinguir en teoría entre la acción de la voluntad, y los estados involuntarios de la sensibilidad. En sus juicios prácticos, y en su conducta, han reconocido la distinción que han fallado en reconocer en sus especulaciones y teorías. A cada hora han estado ejerciendo su propia libertad, y han estado controlando directamente su atención y su vida exterior por el ejercicio de su propia voluntad. Ellos también todo este tiempo han dado por sentado la libertad absoluta de la voluntad y siempre han actuado bajo esa suposición, o no habrían actuado para nada, o siquiera haber intentado actuar. Pero ya que no distinguieron en teoría entre la sensibilidad y la voluntad, negaron en teoría la libertad de la voluntad. Si las acciones de la voluntad son confundidas con los deseos y las emociones, como el presidente Edwards las confundió, y ha sido común, el resultado puede ser una negación teórica de la libertad de la voluntad. De ahí que debemos dar explicación de la doctrina de la inhabilidad, como se ha sostenido generalmente. No ha sido entendido claramente que la ley moral legisla directamente, y con estricta propiedad de habla, sólo sobre la voluntad propia, y sobre los poderes involuntarios sólo indirectamente a través de la voluntad. Ha sido común considerar la ley y el evangelio de Dios, como extendiendo directamente sus demandas de los poderes involuntarios y estados de la mente, y se mostró en un capítulo anterior, muchos han considerado en teoría la ley como extendiendo sus demandas a estados que yacen totalmente más allá de control directo o indirecto de la voluntad.

Ahora, desde luego, con estos puntos de vista de las exigencias de Dios, la habilidad se niega y debe negarse. Confío que hayamos visto en los capítulos anteriores que estrictamente, y propiamente hablando, la ley moral restringe sus demandas a las acciones de la voluntad, en tal sentido que si hubiera una mente dispuesta, se acepta como obediencia, que la ley moral y el legislador legisla sobre los estados involuntarios sólo indirectamente, es decir, a través de la voluntad; y que el todo de la virtud, estrictamente hablando, consiste en buena voluntad o benevolencia desinteresada. Las mentes cuerdas prácticamente nunca niegan, o pueden negar, la libertad de la voluntad como que legisla directamente sólo sobre la voluntad. Es digno de toda consideración que aquellos que han negado la habilidad han casi siempre confundido la voluntad y la sensibilidad, y que quienes han negado la habilidad siempre han extendido las demandas de la ley moral más allá de la tolerancia de la propia voluntariedad y muchos incluso más allá de los límites de control directo o indirecto de la voluntad.

Pero la pregunta puede surgir, ¿cómo sucede que los hombres han mantenido la impresión tan extensivamente que la ley moral legisla directamente sobre aquellos sentimientos y sobre aquellos estados de la mente que saben ellos que son voluntarios? Respondo: que este error ha surgido de una falta de discriminación justa entre la legislación directa e indirecta de la ley y del legislador. Es cierto que los hombres están conscientes de la responsabilidad de sus sentimientos y acciones externas, e incluso de sus pensamientos. Y es cierto que son responsables de ellos en la medida en que están bajo el control directo o indirecto de la voluntad. Y saben que estos actos y estados de la mente son posibles para ellos, es decir, que ellos tienen una habilidad indirecta para producirlos. Sin embargo, han confundido a la ligera la habilidad y responsabilidad directas e indirectas. Aquello que se requiere por ley es directa e inmediatamente buena voluntad. Esto es, y todo eso, lo que la ley requiere directa, indirecta e inmediatamente. Indirectamente requiere todos esos actos y estados externos o internos que están conectados directa e indirectamente con este acto requerido de la voluntad por una ley de la necesidad; es decir, que aquellos actos y estados deben seguir tan pronto como por una ley y estado naturales seguirán de una acción correcta de la voluntad. Cuando estos sentimientos y estados no existan, ellos se culpan a sí mismos, generalmente con propiedad, porque la ausencia de ellos es de hecho debido a una falta de los actos requeridos de la voluntad. A veces, sin duda, se culpan a sí mismos injustamente, sin considerar que, aunque la voluntad es correcta, de la cual ellos están conscientes, el estado involuntario o acto no sigue, debido a agotamiento, o alguna perturbación en la conexión establecida y natural entre los actos de la voluntad y sus resultantes comunes. Cuando existe este agotamiento o perturbación, los hombres son aptos, ligera e injustamente, para escribir cosas dolorosas contra ellos mismos. Con frecuencia hacen lo mismo en las horas de tentación, cuando Satanás lanza sus dardos feroces a ellos, alojándoles pensamientos y sentimientos involuntarios. La voluntad los repele, pero surten efecto, por el momento, pese al yo de uno mismo, en la inteligencia y la sensibilidad. Pensamientos blasfemos son sugeridos a la mente, pensamientos crueles de Dios son sugeridos, y pese al yo de uno mismo, estos pensamientos abominables despiertan sentimientos correlacionados. La voluntad los aborrecerá y luchará por suprimirlos, pero por el momento, se encuentra incapaz de hacer otra cosa más que luchar y resistir.

Ahora, es muy común para las almas en ese estado que escriban las acusaciones más amargas contra ellos mismos. Pero ¿acaso se debe de ahí inferirse que realmente son en tan culpables como ellos suponen estar? ¡Ciertamente no! Pero por qué ministros de todas las escuelas se unen para decirles a tales almas tentadas. Están en un error, mi querido hermano o hermana, estos pensamientos o sentimientos, aunque sean ejercicios de sus propias mentes no son suyos en un sentido tal de que uno sea responsable por ellos. Los pensamientos son sugeridos por Satanás y los sentimientos son una consecuencia necesaria. La voluntad los resiste, y esto prueba que ustedes son incapaces, por el momento, de evitarlos. Por tanto no son responsables por ellos mientras los resistan con todo el poder de su voluntad, no más culpables de homicidio serían si un gigante dominara la fuerza de ustedes y usara la mano de ustedes contra su voluntad para dispararle a un hombre. En tales casos, hasta donde yo sé, es cierto universalmente que todas las escuelas admiten que el alma tentada no es responsable o culpable por esas cosas que no se pueden evitar. A la inhabilidad se le permite ser un obstáculo para la obligación, y a tales almas les dicen los ministros, que están en un error al creerse culpables en este caso. Es tan absurdo en un caso como en el otro inferir la responsabilidad real de un sentimiento o persuasión de responsabilidad. Es absurdo sostener que los hombres son siempre responsables porque piensan ellos mismos a la ligera ser así. En casos de tentación, como el que acabamos de suponer, tan pronto como la atención es dirigida al hecho de inhabilidad para evitar esos pensamientos y sentimientos, y la mente está consciente de la voluntad que les resiste, y de ser capaz de deshacerlos, prontamente descansa en la certeza de que no es responsable por ellos. Su propia irresponsabilidad en tales casos parece obvio para la mente, el momento de la inhabilidad propia es considerada, y la afirmación de irresponsabilidad atendida. Ahora si el alma natural y verdaderamente se considera a sí misma responsable, cuando hay una inhabilidad e imposibilidad propias, las instrucciones arriba referidas no podrían aliviar la mente. Se diría, para estar seguro sé que no puedo evitar tener estos pensamientos y sentimientos no más que pueda dejar de ser el sujeto de conciencia, pero sé que soy responsable pese a ello. Estos pensamientos y sentimientos son estados de mi propia mente y no importa cómo me las arregle si puedo o no puedo controlar o prevenirlos. La inhabilidad, sabemos, no es obstáculo para la obligación; por tanto, mi obligación y mi culpa permanecen. "Ay de mí que soy muerto" (Is. 6:5). La idea, entonces, de responsabilidad, cuando de hecho hay inhabilidad real, es un prejuicio de educación, un error.

El error, a menos que un prejuicio fuerte haya tomado posesión de la mente, yace en pasar por alto el hecho de una inhabilidad real y propia. A menos que el juicio haya sido fuertemente influido por la educación, nunca juzga a sí mismo ligarse para ejecutar imposibilidades ni siquiera concibe tal cosa. ¿Quién sostiene a sí mismo ligarse para deshacer lo que es pasado, para recordar el tiempo pasado, o sustituir actos santos y estados de la mente en lugar de unos pasados pecaminosos? Nunca nadie se mantuvo a sí mismo atado a hacer eso. Primero porque sabe que es imposible; y segundo, porque nadie que haya yo escuchado enseñó o afirmó tal obligación; por tanto, ha recibido una tendencia tan fuerte por la educación para sostener tan a la ligera una opinión así. Pero a veces esta tendencia de educación es tan grande que sus sujetos parecen capaces de creer casi cualquier cosa, no obstante la inconsistencia con las intuiciones de la razón, y consecuentemente frente al conocimiento más certero. Por ejemplo, el Presidente Edwards cuenta de una señorita de su congragación acusada profundamente por su conciencia por el primer pecado de Adán y profundamente arrepentida por ese pecado. Supóngase que este y otros casos similares deban considerarse como prueba concluyente de que los hombres son culpables de ese pecado y que merecen la ira y la maldición de Dios por siempre por causa de ese pecado; y que todos los hombres sufrirán los padecimientos del infierno por siempre excepto si ellos son convencidos de su culpa personal por ese pecado, y se arrepientan con ceniza y polvo. La enseñanza del Presidente Edwards sobre el tema de la relación de todos los hombres con el primer pecado de Adán, es bien sabida, fue calculada en un alto grado para pervertir el juicio sobre ese tema; y esto suficientemente da razón del hecho arriba aludido. Pero aparte de la educación, ningún ser humano nunca se ha considerado responsable o culpable, por el primer pecado u cualquier otro pecado de Adán, o de cualquier otro ser, que existiera y muriera antes de que él mismo existiera. La razón es que todos los agentes morales naturalmente saben que la inhabilidad o una imposibilidad propia es un obstáculo a la obligación moral y la responsabilidad; que nunca conciben lo contrario, a menos que sean inclinados por la educación mistificada que arroje una neblina sobre las convicciones primitivas y constitucionales.

2. Algunos han negado la habilidad porque han sostenido de manera extraña que la ley moral requiere a los pecadores ser, en todos los aspectos, lo que pudieran haber sido si hubieran pecado. Esto es, mantienen que Dios les requiere más que un servicio tan alto y perfecto como si sus poderes nunca hubieran sido abusados por el pecado; como si hubieran siempre sido desarrollados por su uso perfectamente correcto. Admiten que es una imposibilidad natural; sin embargo, sostienen que Dios pudiera requerir esto justamente, y que los pecadores están justamente atados para realizar este servicio imposible, y que ellos pecan continuamente al estar lejos de cumplirlo. A este sentimiento respondo que pudiese mantener con tanta muestra de razón y con tanta autoridad de la Biblia, que Dios pudiese requerir y requiere de todos los pecadores que deshagan esos actos de pecado, y que sustituyan aquellos actos santos en sus lugares, y que los sostiene como pecando a cada momento por la negligencia de hacer eso. ¿Por qué Dios de una vez también no requiere uno como el otro? Son imposibilidades que se originan en el acto mismo o falta del pecador. Si la interpretación del pecador de sí mismo incapaz de obedecer en un caso no pone a un lado el derecho de Dios para mandar, tampoco lo hará por la misma razón en el otro. Si una inhabilidad resultante del propio acto del pecador no puede impedir el derecho de Dios para hacer la requisición en un caso, tampoco podrá por la misma razón en el otro. Pero cada uno puede ver que Dios no puede requerir justamente al pecador que recuerde el tiempo pasado y deshacer todos sus actos pasados de pecado. Pero ¿por qué? Ninguna otra razón puede asignarse que esa que es imposible. Pero esa misma razón, se admite, existe en su plena extensión en el otro caso. Se acepta que pecadores que desde cuando han consentido el pecado, o que han pecado de cierto modo, son realmente incapaces de prestar un tan alto grado de servicio como pudieran haber tenido si nunca hubieran pecado, como ellos están para recordar tiempos pasados, o deshacer todos sus actos pasados de pecado. ¿Sobre cuál base, entonces, de razón o revelación descansa la aseveración que en un caso una imposibilidad es un impedimento a la obligación y no en el otro? Respondo, no hay ninguna base para la afirmación en cuestión. Es una mera suposición absurda, infundada por cualquier afirmación de la razón o cualquier verdad o principio de revelación.

Pero a esta suposición respondo de nuevo, como he hecho anteriormente, que si fuera verdad, se debe deducir que nadie en este mundo o en el cielo que haya pecado será capaz de prestar un servicio perfecto como demanda la ley, puesto que no hay razón para creer que cualquier ser que ha abusado de sus poderes por el pecado sea capaz en el tiempo o la eternidad de prestar un servicio elevado como lo hubiera podido hacer si a cada momento hubiera desarrollado los poderes debidamente por obediencia perfecta. Si fuera verdad la teoría, no veo por qué no se deduce que los santos serán culpables en el cielo del pecado de omisión. Un sentimiento con base en un absurdo desde el principio, y que resulta en consecuencias tales como ésta, debe ser rechazado sin titubeos.

3. Una conciencia de la fuerza de hábito, con respecto a todos los actos y estados del cuerpo y de la mente ha contribuido al sostenimiento suelto de la doctrina de la inhabilidad. Cada uno que tiene el hábito de la observación y reflexión de sí mismo está consciente de que por alguna razón adquirimos una facilidad cada vez mayor para hacer cualquier cosa al practicar o al repetir. Encontramos esto ser cierto con respecto a actos de voluntad tan realmente como con respecto a los estados involuntarios de la mente. Cuando la voluntad se ha entregado por mucho tiempo a la indulgencia de propensiones, y en el hábito de someterse a sí misma al impulso de estas propensiones, hay una gran dificultad de alguna clase en la forma de cambiar su acción. Esta dificultad no puede realmente invalidar la libertad de la voluntad. Si pudiera, destruiría, o invalidaría, la agencia moral y la responsabilidad. Pero el hábito puede, y como todos sabemos, sí interpone un obstáculo de algún tipo en la forma de querer correctamente, o, por otro lado, en la forma de querer incorrectamente. Esto es, los hombres obedecen y desobedecen con la más grande facilidad por el hábito. El hábito favorece fuertemente la acción acostumbrada de la voluntad en cualquier dirección. Esto, como dije, nunca invalida o puede invalidar propiamente la libertad de la voluntad, haciéndolo imposible que actúe en una dirección contraria: pues si pudiera o debiera, las acciones de la voluntad, en ese caso, siendo determinadas por una ley de necesidad en una dirección, no tendrían carácter moral. Si la benevolencia se volviera un hábito tan fuerte que fuera totalmente imposible querer en una dirección opuesta, o no querer benevolentemente, la benevolencia cesaría de ser virtuosa. Lo mismo, por otro lado, con el egoísmo. Si la voluntad llegara a estar determinada en esa dirección por hábito madurado en la ley de la necesidad, tal acción cesaría y tendría que cesar de tener carácter moral. Pero como dije hay una dificultad real y concienzuda de algún tipo en la forma de obediencia, cuando la voluntad ha estado por mucho tiempo acostumbrada a pecar. Esto es reconocido fuertemente en el lenguaje de inspiración y en himnos devocionales, como también en el lenguaje de experiencia por todos los hombres. El lenguaje de la escritura es a menudo tan fuerte sobre este punto, que por una consideración del contenido del discurso, podemos justamente inferir inhabilidad propia. Por ejemplo, Jer. 13:23: "¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?" Éste y pasajes similares reconocen la influencia del hábito. "Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?": el hábito o costumbre es para ser vencido, y en lenguaje fuerte del profeta, esto es como cambiar la piel del etíope o las manchas del leopardo. Pero entender al profeta como aquí afirmando una inhabilidad propia fuera para s no considerar una de las reglas fundamentales de interpretar el lenguaje, a decir, que es para entenderse por la referencia al tema del discurso. La última parte del capítulo siete de romanos proporciona un ejemplo impresionante de esto. Es, como hemos dicho, una regla sana e importantísima de interpretación de todo lenguaje que, sin ser menoscabo, tenía con el contenido del discurso. Cuando "no se puede" y términos parecidos, que expresan una inhabilidad son aplicados a las acciones o estados de la mente físicos o involuntarios, expresan una inhabilidad natural propia, pero cuando son usados en referencia a acciones de la voluntad libre, no expresan una imposibilidad propia, sino sólo una dificultad que deriva de la existencia de una elección contraria, o la ley de hábito, o ambas.

Mucho se pregunta sobre el capítulo siete de Romanos con relación al asunto de habilidad e inhabilidad. Exploremos, por tanto, un poco este pasaje. "Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros." Ahora bien, ¿qué quiso decir con este lenguaje? ¿Acaso usó el lenguaje aquí en el sentido popular, con estricta propiedad filosófica? Dice él que se encuentra él mismo capaz de querer, pero no es capaz de hacer. ¿Acaso está hablando de una simple inhabilidad externa o física? ¿Acaso quiere decir simplemente que la conexión establecida entre volición y sus resultantes fue perturbada de ahí que no pudo ejecutar sus voliciones? Este lenguaje suyo, literalmente interpretado, nos llevaría a concluir, y sin referencia al tema del discurso, y sin consideración del alcance y diseño manifiestos del escritor. Pero ¿quién ha contendido por tal interpretación? El apóstol usó un lenguaje popular, y estaba describiendo una experiencia muy común. Los pecadores acusados por su conciencia y los santos renegados a menudo hacen resoluciones legales, y resuelven en obediencia bajo la influencia de motivos legales, y, sin realmente volverse benevolentes, cambiar la actitud de sus voluntades. Bajo la influencia de convicción, se proponen egoístamente cumplir su deber para Dios y el hombre, y en la presencia de tentación, fallan constantemente en guardar sus propósitos. Es cierto que con corazones egoístas, o en la actitud egoísta de sus corazones y emociones, no pueden guardar sus propósitos para mantenerse de aquellos pensamientos y emociones internos ni de aquellas acciones externas que resultan por una ley de la necesidad de un estado o actitud egoístas de la voluntad. Estos propósitos legales llama el apóstol Pablo el querer. "El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros" (Ro. 7: 18-23). Ahora, me parece que esto describe una experiencia muy familiar de un pecador profundamente redargüido o un apóstata. La voluntad está comprometida a las propensiones, a la ley en los miembros o a la gratificación de los impulsos de la sensibilidad. Por tanto, la vida externa es egoísta. La convicción de pecado lleva a la formación de propósitos de enmienda, mientras la voluntad no se someta a Dios. La voluntad aún permanece en un estado de compromiso a la gratificación de uno mismo, y de ahí los propósitos para enmendar en sentimiento o la vida externa fallan en asegurar esos resultados.

Nada fue más ajeno desde el propósito para apóstol, me parece, que afirmar una inhabilidad propia de la voluntad para rendirse a las exigencias de Dios. En efecto, afirma y da por sentado la libertad de su voluntad. "El querer" dice "está en mí", esto es, resolver. Pero esta resolución es un acto de voluntad. Es un propósito, un diseño. Él se propuso e ideó enmendar. Estaba presente en él formar resoluciones, pero no encontró cómo hacer el bien. La razón por la que no ejecutó sus propósitos fue porque fueron hechos con egoísmo; es decir, él determinó por una reforma sin dar su corazón a Dios, sin someter su voluntad a Dios, sin volverse de hecho benevolente. Esto causó su fracaso perpetuo. Este lenguaje, inferido estrictamente al pie de la letra, lo llevaría a la conclusión que estaba representando un caso donde la voluntad tenía la razón, pero donde la conexión establecida y natural entre volición y sus resultantes es destruida para que el acto externo no siguiera la acción de la voluntad. En este caso todas las escuelas estarían de acuerdo que el acto de voluntad constituye la obediencia real. Todo el pasaje, aparte del contenido del discurso, y del diseño manifiesto y alcance del escritor, pudiera llevarnos a concluir que el apóstol estaba hablando de una inhabilidad propia, y que por tanto no consideró el fracaso como su propia culpa. "Ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí… ¡Miserable de mí!", etc. Aquellos que mantienen que el apóstol quiso decirlo para reafirmar una inhabilidad propia para obedecer, deben también aceptar que representó esta inhabilidad como un obstáculo para la obligación, y consideró su estado como de calamidad en vez de considerarlo propiamente pecaminoso. Pero el hecho es que estaba retratando una experiencia legal, y habló de encontrase él mismo incapaz de guardar propósitos egoístas de enmienda en la presencia de tentación. Su voluntad estaba en estado de entrega a la indulgencia de propensiones. En ausencia de tentación, sus convicciones, temores, y sentimientos, fueron los impulsos más fuertes y bajo su influencia formaría sus propósitos para cumplir su deber, abstenerse de indulgencias carnales. Pero como cualquier otro apetito o deseo llegó a ser más fuertemente incitado, se rindió a eso desde luego, y rompió su propósito anterior. Pablo escribe de sí mismo, pero sin duda habla como representante de una clase de personas ya nombradas. Encontró la ley del hábito egoísta excesivamente fuerte, tan fuerte como para llevarlo a gritar "¡miserable de mí!", etc. Pero esto no es afirmar una inhabilidad propia de voluntad para rendirse a Dios.

4. Todos los hombres que seriamente emprenden su propia reforma se encuentran ellos mismos con una gran necesidad de ayuda y apoyo del Espíritu Santo, como consecuencia de la depravación física de la que he hablado anteriormente, y debido a la gran fuerza del hábito de la indulgencia de uno mismo. Están propensos, como es natural, a expresar su sentido de dependencia en el Espíritu Divino en lenguaje fuerte, y hablar de esta dependencia como si consistiese de una inhabilidad real, cuando, de hecho, realmente no la consideran como inhabilidad propia. Hablan del tema así como lo harían sobre cualquier otro tema, cuando están conscientes de una inclinación fuerte a un curso dado. Dicen con respecto a muchas cosas "no puedo", cuando quieren sólo decir "no lo haré", y nunca piensan ser entendidos como afirmando una inhabilidad propia. Los escritores inspirados expresaron ellos mismos en lenguaje común de los hombres sobre tales temas, y sin duda se entienden de la misma manera. En habla común, "no puedo", a menudo quiere decir "no lo haré", y quizás es usado tan seguido en este sentido como es expresar una inhabilidad propia. Los hombres no malinterpretan este lenguaje, y lo dan por sentado para afirmar una inhabilidad propia cuando se usa en referencia a actos de voluntad, excepto en el tema de obediencia a Dios; y ¿por qué deben asignar un significado al lenguaje cuando se usa en este tema el cual no lo asignan en otra parte?

Pero, como dije en un capítulo anterior, bajo la luz del evangelio, y con las promesas en nuestras manos, Dios sí requiere de nosotros lo que debemos ser capaces de hacer y ser, pero por estas promesas y esta ayuda poderosa. He aquí una inhabilidad real de hacer directamente en nuestra propia fuerza todo lo que se nos requiere con la consideración del auxilio ofrecido. Sólo podemos hacerlo por la fuerza impartida por el Espíritu Santo. Esto es, no podemos conocer a Cristo, y aprovecharnos de sus oficios y relaciones, y apropiarnos de su llenura para nuestras almas, excepto como nos es enseñado por el Espíritu Santo. Lo inmediato y directamente requerido es recibir el Espíritu Santo por fe para que sea nuestro maestro y guía, tomar de Cristo y mostrarlo a nosotros. Esta confianza podemos ejercer. ¿Quiénes son real e inteligentemente afirmados que no tengan poder o habilidad para confiar en la promesa y juramento de Dios?

Mucho de lo que se dice de la inhabilidad en la poesía y en el lenguaje común de los santos no se refiere a la sujeción de la voluntad de Dios, sino de aquellas experiencias y estados de sentimiento que dependen de la iluminación del Espíritu acabado de referir. El lenguaje que es muy común en la oración y en el dialecto devocional de la iglesia se refiere generalmente a la dependencia del Espíritu Santo para tales descubrimientos divinos de Cristo como para cautivar al alma para una permanencia constante en él. Sentimos nuestra dependencia del Espíritu Santo para iluminarnos, como para romper por siempre con el poder del hábito pecaminoso, y alejarnos de los ídolos completamente y para siempre.

En capítulos siguientes tendré la ocasión de ampliar el tema de nuestra dependencia en Cristo y en el Espíritu Santo. Pero esta dependencia no consiste en una inhabilidad propia para querer como Dios dirige, sino como he dicho, en parte en el poder de hábito pecaminoso, y en parte en la gran oscuridad de nuestras almas con respecto a Cristo y obra y relaciones de mediación. Todo esto junto no constituye inhabilidad propia, por la simple razón, que a través de la acción correcta de nuestra voluntad que siempre es posible para nosotros, estas dificultades pueden todas ser directa e indirectamente vencidas. Lo que podamos ser o hacer, directa o indirectamente, al querer, es posible para nosotros. Pero no hay grado de logro espiritual requerido de nosotros, que no pueda alcanzarse directa o indirectamente por el querer correcto. Por tanto estos logros son posibles. "El que quiera hacer la voluntad de Dios", esto es, tener una voluntad obediente, "conocerá si la doctrina es de Dios" (Jn. 7:17). "Si tu ojo es bueno", esto es, si la intención o la voluntad es la correcta "todo tu cuerpo estará lleno de luz" (Mt. 6:22). "El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él" (Jn. 14:23). Las escrituras abundan con garantías de luz e instrucción, y de toda la gracia y ayuda necesaria con la condición de un corazón o voluntad correctos, esto es, con la condición de estar realmente dispuestos a obedecer la luz tan pronto como la recibamos. He mostrado abundantemente en ocasiones anteriores que un estado correcto de voluntad constituye, por el momento, todo eso, estrictamente hablando, que la ley moral requiere. Pero dije que también requiere, aunque en un sentido menos propiamente estricto, todos esos actos y estados del intelecto y la sensibilidad que están conectados por una ley de necesidad con la acción correcta de la voluntad. Desde luego, requiere además de la limpieza de la sensibilidad, y de todas esas formas elevadas de experiencia cristiana que resultan de la habitación del Espíritu Santo. Es decir, la ley de Dios requiere que esos logros sean hechos cuando los medios son proporcionados y disfrutados, tan pronto como, en la naturaleza del caso, estos logros son posibles. Pero no requiere más, pues la ley nunca puede requerir imposibilidades absolutas. Aquello que requiere imposibilidades absolutas ni es y no puede ser ley moral, pues, como he dicho anteriormente, la ley moral es la ley de la naturaleza, y ¿qué ley de naturaleza sería esa que debiera requerir imposibilidades absolutas? Sería esto una burla de una ley de la naturaleza. ¡Qué! ¡Una ley de naturaleza que requiere eso que es imposible para la naturaleza, tanto directa como indirectamente! Imposible.

 

retorno a INDEX