LA VERDAD DEL EVANGELIO

TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

por Charles G. Finney

 

 Capítulo 25

Evidencias de Regeneración

 

I. Observaciones introductorias

1. Para establecer cuáles son y cuáles no son las evidencias de la regeneración, debemos constantemente tener en cuenta lo que no es, y lo que es regeneración; lo que no está, y lo que está implicado en ella.

2. Debemos constantemente reconocer el hecho de que los santos y los pecadores tienen precisamente constituciones y susceptibilidades constitucionales similares, y por tanto, hay muchas cosas en común en ambos. Lo que es común para los dos, desde luego, no puede ser evidencia de regeneración.

3. Ningún estado de la sensibilidad tiene carácter moral en sí mismo. La regeneración no consiste o no implica ningún cambio físico, ya sea del intelecto, sensibilidad, o facultad de la voluntad.

4. La sensibilidad del pecador es susceptible a cada tipo y grado de sentimiento y es igualmente posible para los santos.

5. Lo mismo es verdad de las conciencias de los santos y de los pecadores, y de la inteligencia generalmente.

6. La pregunta es ¿cuáles son las evidencias de un cambio en la intención soberana? ¿Cuál es la evidencia de que la benevolencia, sea la elección gobernante, la preferencia, la intención del alma? Es una pregunta simple, y demanda, y puede tener, una respuesta simple. Pero prevalece tanto error en la naturaleza de la regeneración, y consecuentemente, en cuanto a qué evidencias son de regeneración, que necesitamos paciencia, discriminación, perseverancia, y franqueza, para llegar a la verdad sobre el tema.

II. Donde la experiencia y la vida externa de los santos y pecadores puede concordar.

Es claro de que pueden ser similares en lo que no consiste o necesariamente proceda, de la actitud de la voluntad; es decir, en lo que sea constitucional o involuntario. Por ejemplo:

1. Ambos pueden desear su propia felicidad. El deseo es constitucional, y por supuesto, común para los santos y los pecadores.

2. Ambos pueden desear la felicidad de los otros. Esto también es constitucional, y desde luego común para los santos y los pecadores. No hay carácter moral en estos deseos al igual que no lo hay para la comida y la bebida. El que los hombres tengan un deseo natural por la felicidad de otros es evidente por el hecho de que ellos manifiestan placer cuando otros están contentos a menos de que haya alguna razón egoísta para envidiar, o a menos que la felicidad de otros sea de alguna manera inconsistente con la suya. También manifiestan malestar y dolor cuando ven a otros en miseria, a menos que tengan alguna razón egoísta para desear su miseria.

3. Los santos y los pecadores pueden tener pavor a su propia miseria y a la de otros. Esto es estrictamente constitucional, y no tiene, por tanto, ningún carácter moral. He sabido de hombres muy perversos, y hombres impíos que, cuando se les convence de las verdades del cristianismo, manifiestan gran preocupación por sus familias y sus prójimos, y hubo una ocasión que supe de un hombre mayor con esta descripción quien, convencido de la verdad, fue y previno a su prójimo de huir de la ira venidera, evitando al mismo tiempo su convicción, de que no había misericordia para él, aunque se sintió profundamente preocupado por otros. He repetidamente sido testigo de tales casos. El caso del hombre rico en el infierno parece ser este tipo de descripción, o que ilustra la misma verdad. Aunque supo que su propio caso parecía no tener esperanza, quiso que Lázaro fuese enviado a advertir a sus hermanos, no fuera que ellos se dirigieran al mismo lugar de tormento. En este caso, y en el caso del hombre mayor nombrado aquí, parece que no sólo deseaba que otros evitaran miseria, sino que de hecho tratara de prevenirla, y utilizaran los medios que estaban a su alcance para salvarlos. Ahora bien, es claro que este deseo tomó el control de su voluntad, y desde luego, el estado de la voluntad fue egoísta. Buscó gratificar el deseo. Fue el dolor y la amenaza de ver su miseria, y de que fuesen ellos miserables que lo llevó a usar los medios para prevenirla. Esto no fue benevolencia, sino egoísmo.

Entiéndase, entonces, que tanto santos como pecadores continuamente desean no sólo su propia felicidad, sino también la felicidad de otros, pueden regocijarse en la felicidad y la seguridad de otros y en los conversos al cristianismo, y pueden dolerse del peligro y la miseria de aquellos sin convertirse. Bien recuerdo cuando lejos de casa, y mientras era un pecador sin arrepentirme, que recibí una carta de mi hermano menor donde me informaba de que se había convertido a Dios. Él, si se convirtió, fue, como supongo, el primer y único miembro de la familia que tenía la esperanza de la salvación. En ese tiempo, y tanto antes como después, fui uno de los pecadores más despreocupados, y sin embargo al recibir esta noticia, lloré de gozo y de gratitud, porque uno de la familia que no oraba, fue posiblemente salvo. En efecto, he sabido repetidamente de pecadores que manifiestan mucho interés en la conversión de sus amistades y expresan gratitud por su conversión aunque no tienen ellos mismos ninguna religión. Estos deseos no tienen carácter moral en sí mismos. Esto es egoísmo en tanto controlan la voluntad, y ésta se someta al impulso y no a la ley de la inteligencia.

4. Pueden estar de acuerdo en desear el triunfo de la verdad y la justicia, y la supresión del vicio y del error por la causa de llevar a cuestas estas cosas en sí mismos y en las amistades. Estos deseos son constitucionales y naturales para ambos bajo ciertas circunstancias. Cuando no influyen en la voluntad, no tienen en sí el mismo carácter moral, pero cuando influyen en la voluntad, su egoísmo toma un tipo religioso. Entonces, manifiestan celo por promover la religión. Pero si el deseo, no la inteligencia, controla la voluntad, es, no obstante, egoísmo.

5. Los agentes morales aprueban constitucionalmente lo que es correcto y desaprueban lo que está mal. Desde luego, los santos y los pecadores pueden aprobar y deleitarse en la bondad. Recuerdo una vez que lloré de lo que supongo era bondad mientras al mismo tiempo yo no era religioso. No tengo duda de que el hombre perverso, no sólo consciente con frecuencia de aprobar fuertemente la bondad de Dios, sino de deleitarse en contemplarla. Esto es constitucional en cuanto respeta la aprobación intelectual, y también respeta el sentimiento de deleite. Es una gran equivocación suponer que los pecadores nunca están conscientes de sentimientos de complacencia y de deleite en la bondad de Dios. La Biblia representa al pecador como alguien que se deleita en acercarse a él: "Que me buscan cada día, y quieren saber mis caminos, como gente que hubiese hecho justicia, y que no hubiese dejado la ley de su Dios; me piden justos juicios, y quieren acercarse a Dios" (Is. 58:2). "Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra" (Ez. 33:32). "Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios" (Ro. 7:22).

6. Santos y pecadores pueden no sólo aprobar intelectualmente, sino tener sentimientos de complacencia profunda en los caracteres de hombres buenos, a veces hombres buenos de su propio tiempo, y de sus allegados, pero más frecuentemente hombres buenos ya sean de época anterior, o de su propia época, de un país distante. La razón es ésta: hombres buenos de su propio momento y de alrededores son muy aptos para que sean incomodados en sus pecados, para molestarlos por sus reprimendas y amonestaciones fieles. Esto los ofende y vence su respeto natural por la bondad. ¿Pero quién no ha observado el hecho de que hombres buenos y malos se unen para alabar, admirar y amar, en cuanto al sentimiento se refiere, a hombres buenos de antaño y a hombres buenos de lejanías, cuyas vidas y reprimendas han molestado a los perversos de sus alrededores? El hecho es que los agentes morales, desde la leyes de su ser, aprueban necesariamente la bondad donde la atestiguan. Multitudes de pecadores están conscientes de eso, y suponen que es un sentimiento virtuoso. No es de utilidad negar que ellos a veces tengan sentimientos de amor y gratitud a Dios y respeto y complacencia por los hombres buenos. Con frecuencia tienen esos sentimientos, y para representarlos como que siempre tienen sentimientos de odio y de oposición a Dios a y los hombres buenos, es seguro para ofenderlos, o llevarlos a negar verdades de religión, si se les dice que la Biblia enseña eso. O, de nuevo, puede llevarlos a pensar de ellos como cristianos porque están conscientes de tales sentimientos mientras se les enseña en creer que son peculiares para los cristianos. O de nuevo, pueden pensar que, aunque no son cristianos, pero están lejos de ser totalmente depravados, ya que se les enseña que tienen muchos sentimientos y deseos buenos. No debe olvidarse que los santos y los pecadores pueden concordar en sus opiniones y puntos de vista y juicios intelectuales. Muchos profesantes de religión, me temo, han creído que la religión consiste en deseos y sentimientos, y se han equivocado totalmente en su propio carácter. En efecto, nada es más común que escuchar de religión hablada como si consistiera en puros sentimientos, deseos y emociones. Los profesantes relacionan sus sentimientos, y ellos mismos creen que dan cuenta de su religión. Es infinitamente importante que los profesantes de religión y los que no son de religión deban entender más de lo que la mayoría de ellos entienden de su constitución mental y de la verdadera naturaleza de la religión. Multitudes de profesantes de religión tienen, me temo, toda junta, una esperanza fundada en deseos y sentimientos que son puramente constitucionales y, por tanto, comunes tanto para los santos como para los pecadores.

7. Los santos y los pecadores concuerdan que ambos desaprueban y seguido se disgustan y aborrecen profundamente el pecado. No pueden más que desaprobar el pecado. La necesidad es puesta en cada agente moral, cual sea su carácter, por la ley de su ser, de condenar y desaprobar el pecado. Y con frecuencia la sensibilidad de los pecadores, como también de los santos, se llena de profundo disgusto y aborrecimiento del pecado. Sé que se hacen representaciones opuestamente a éstas. A los pecadores se les representa como que tienen universalmente complacencia en el pecado, como que tienen un deseo constitucional por el pecado, como lo tienen por la comida y la bebida. Pero tales representaciones son falsas e injuriosas. Contradicen la conciencia del pecador, y lo llevan ya sea a negar su depravación total o negar la Biblia, o a pensar de él como regenerado. Como se mostró cuando se tocó el asunto de la depravación moral, los pecadores no aman el pecado por su propia causa, no obstante desean otras cosas, y esto lleva a la indulgencia prohibida, la cual es pecado. Pero no es la pecaminosidad de la indulgencia lo que se desea. Eso pudo producir disgusto y aborrecimiento en la sensibilidad, si se ha considerado incluso en el momento de la indulgencia. Por ejemplo, supongamos a un hombre licencioso, alcohólico, o jugador, o cualquier otro tipo de hombre impío, ocupado en su indulgencia favorita, y supongamos que el egoísmo de su indulgencia debe presentársele fuertemente ante su mente por el Espíritu Santo. Puede estar profundamente avergonzado y disgustado consigo mismo, y tanto como para sentir un desprecio por él mismo, y sentirse casi listo, si fuese posible, de escupirse él mismo en su propia cara. Y sin embargo, a menos que este sentimiento se vuelva más poderoso que el deseo y el sentimiento que está buscando consentir la voluntad, la indulgencia perseverará a pesar del disgusto. Si el sentimiento de disgusto deba por un tiempo rebasar el deseo opuesto, la indulgencia será, por mientras, abandonada a causa de gratificar o apaciguar el sentimiento de disgusto. Pero esto no es virtud. Es un cambio en la forma de egoísmo. El sentimiento aún gobierna, y no la ley de la inteligencia. La indulgencia se abandona por el momento para gratificar un impulso más fuerte de la sensibilidad. La voluntad, desde luego, otra vez volverá a la indulgencia cuando los sentimientos de temor, disgusto y abandono se calmen. Esto, sin duda, explica las multitudes de conversiones espurias algunas veces presenciadas. Los pecadores son acusados, los temores son despertados, y el disgusto y el desprecio son animados. Estos sentimientos por el momento se vuelven más fuertes que los deseos por sus indulgencias anteriores y, consecuentemente, los abandonan por un tiempo en obediencia a su temor, disgusto y vergüenza. Pero cuando la convicción mengua, y los sentimientos consecuentes ya no están, estos conversos espurios regresan como "el perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno" (2 P. 2:22). Debe entenderse directamente que todos estos sentimientos, de los cuales he hablado, y en efecto cualquier clase o grado de puros sentimientos puedan existir en la sensibilidad y posteriores, que éstos o cualesquiera otros sentimientos puedan en su turno controlar la voluntad y producir desde luego una vida externa correspondiente, y aún el corazón puede estar y permanecer todo el tiempo en un estado egoísta, o en un estado de depravación total. Ciertamente, es perfectamente común ver al impenitente manifestar tanto disgusto y oposición al pecado en él mismo y en otros; es sólo el efecto de un sentimiento presente. Al día siguiente, o quizá a la hora siguiente, repetirá su pecado, o hará eso que, cuando contemplado en otros, encienda su indignación.

8. Los santos y los pecadores aprueban y a menudo se deleitan en la justicia. Es común ver en las cortes de justicia, y en otras varias ocasiones, a pecadores impenitentes manifestando gran complacencia en la administración de la justicia, y la más grande indignación y aborrecimiento de la injusticia. Tan fuerte es ese sentimiento que a veces no puede ser restringido, sino que estallará como un volcán reprimido y llevará desolación a su paso. Es este amor natural de justicia y aborrecimiento de la injustica normal en los santos y en los pecadores al cual a menudo se le atribuyen a tumultos populares y derramamientos de sangre. Esto no es virtud sino egoísmo. Es la voluntad que se da a la gratificación de un impulso constitucional. Pero tales sentimientos y tal conducta son con frecuencia considerados virtuosos. Debe tenerse en mente siempre que el amor a la justicia y al sentido de deleite en ella, y al sentimiento de oposición a la injusticia, no sólo son peculiares para los hombres, sino que tales sentimientos no son evidencia de un corazón regenerado. Se pueden aducir miles de momentos como pruebas y ejemplos de esta posición. Pero tales manifestaciones son muy comunes para citarse, para recordarle a cualquiera de su existencia.

9. Las mismas observaciones pueden hacerse concerniente a la verdad. Los santos y los pecadores tienen respeto constitucional, aprobación y deleite en la verdad. ¿Quién ha conocido a un pecador que apruebe el carácter de un mentiroso? ¿Qué pecador no lo resentirá para que se le acuse o se le sospeche de mentir? Todos los hombres manifiestan espontáneamente su respeto, complacencia y aprobación de la verdad. Esto es constitucional para que incluso el más grande mentiroso no ame y no pueda amar la mentira por su propia causa. Mienten para gratificar, no un amor por la falsedad por su cuenta propia, sino para obtener algún objeto que desean más fuertemente que el odio por la falsedad. Los pecadores, a pesar de ellos mismos, veneran, respetan y temen a un hombre de la verdad. Sólo desprecian al mentiroso. Si son mentirosos, se desprecian a sí mismos por eso, así como los alcohólicos y libertinos, se desprecian a sí mismos por consentir sus deseos ruines y, sin embargo, continúan en ellos.

10. Los santos y los pecadores no sólo aprueban y se deleitan en los hombres buenos, cuando, como he dicho, los perversos no son molestados por ellos, pero concuerdan en reprobar, desaprobar y aborrecer a los perversos y a los demonios. ¿Quién ha oído de otro sentimiento que sea expresado por hombres buenos u hombres malos que no sea el aborrecimiento e indignación hacia el diablo? Nadie aprobó o puede aprobar su carácter; los pecadores no lo aprueban al igual que los santos ángeles. Si pudiera aprobar y deleitarse en su propio carácter, el infierno cesaría de ser infierno, y el mal se volvería su bien. Pero ningún agente moral puede, ni la más remota posibilidad, saber de la perversidad y aprobarla. Ningún hombre, santo o pecador, puede tener otros sentimientos hacia el diablo, o los perversos, sino su desaprobación desconfianza, falta de respeto y a menudo aborrecimiento y desprecio. El sentimiento intelectual será uniforme. La desaprobación, desconfianza, condenación, siempre necesariamente poseerán las mentes de todos quienes saben de hombres perversos y de diablos. Y a menudo, en tanto surjan las ocasiones, donde sus caracteres se revelan claramente, y bajo circunstancias favorables a tal resultado, los sentimientos más profundos de disgusto, de desprecio, de indignación y de aborrecimiento de sus perversidades se manifestarán entre los santos y los pecadores.

11. Los santos y justos pueden ser igualmente honorables y justos en los asuntos y transacciones en cuanto al acto externo se refiere. Tienen razones distintas para su conducta, pero externamente puede ser lo mismo. Esto lleva a la observación:

12. Que el egoísmo en el pecador y la benevolencia en el santo puedan a menudo hacer, producir, en muchos aspectos, los mismos resultados o manifestaciones. Por ejemplo: la benevolencia en el santo, y el egoísmo en el pecador, pueden concebir la misma clase de deseos, es decir, como hemos visto, el deseo por su propia santificación, y la de otros, para ser útiles y tener a otros así, los deseos por la conversión de los pecadores, y muchos otros deseos parecidos.

13. Esto lleva a la observación que cuando los deseos de un impenitente por estos objetos se vuelven lo suficientemente fuertes para influir la voluntad, puede tomar el mismo curso externo, sustancialmente, que el santo toma en obediencia a su inteligencia. Esto es, el pecador es obligado por los sentimientos a hacer lo que el santo hace por principio, o por obediencia a la ley de su inteligencia. En esto, sin embargo, aunque por el momento sean las mismas manifestaciones externas; sin embargo, el pecador es enteramente egoísta y el santo benevolente. El santo es controlado por principio y el pecador por impulso. En este caso, se necesita tiempo para distinguir entre ellos. El pecador que no tiene la raíz del asunto en él, regresará a su curso previo de vida, en proporción como decrezca su convicción de la verdad e importancia de la religión, y regresen sus sentimientos anteriores, mientras el santo demuestre su nacimiento celestial al manifestar su simpatía a Dios, y la fortaleza del principio que ha tomado posesión de su corazón. Esto es, manifestará que su inteligencia, y no sus sentimientos, controla su voluntad.

OBSERVACIONES

1. Por la carencia de estas discriminaciones muchos han tropezado. Los hipócritas se han agarrado de una esperanza falsa, y vivido en deseos puramente constitucionales y giros irregulares de ceder la voluntad durante temporadas de entusiasmo especial para el control de los deseos y sentimientos. Estos arrebatos llaman ellos su despertar. Pero más pronto su entusiasmo amaina que el egoísmo de nuevo toma sus formas habituales. Es verdaderamente maravilloso y sorprendente ver la extensión de esta verdad. Ya que, en temporadas de entusiasmo especial sienten profundamente, y están conscientes de sentir, como ellos dicen, y de ser sinceros enteramente en seguir sus impulsos, tienen la más plena confianza en su buen estado. Dicen que no pueden dudar de su conversión. La sintieron y cedieron ellos mismos sus sentimientos y dieron mucho tiempo y dinero para promover la causa de Cristo. Ahora este engaño profundo, y uno de los más comunes en el cristianismo, o por lo menos uno de los más comunes que se encuentran entre, es llamarse cristianos de avivamiento. Esta clase de almas engañadas no ven que están, en tales casos, gobernadas por sus sentimientos, y que si sus sentimientos cambiasen, también lo haría su conducta, por supuesto; que tan pronto como el entusiasmo amaine, regresarán a sus prácticas anteriores como algo común. Cuando el estado del sentimiento que ahora los controla ha dado lugar a sus sentimientos anteriores, desde luego aparecerán como eran antes. Esto es, en pocas palabras, la historia de miles de profesantes de religión.

2. Esto ha tropezado abiertamente al impenitente. Sin saber cómo dar cuenta por lo que a menudo presencian ellos este tipo entre profesantes de religión, son llevados a dudar si es que hay tal cosa como la verdadera religión.

3. Algunos ejercicios de los pecadores impenitentes, y de los cuales están conscientes, han sido negados por temor a negar la depravación total. Se les ha representado como que necesariamente odian a Dios y a todos los hombres buenos; y este odio ha sido representado como un sentimiento de malicia y enemistad hacia Dios. Muchos pecadores impenitentes están conscientes de no tener tales sentimientos, pero, al contrario, están conscientes de tener a veces sentimientos de respeto, veneración, asombro, gratitud, y afecto hacia Dios y a los hombres buenos. Es una trampa y piedra de tropiezo para esta clase de pecadores decirles e insistir que sólo odian a Dios, a los cristianos, a los ministros, y a los avivamientos; y para representar su depravación moral que sea tal que ellos desean el pecado como desean el alimento, y que ellos necesariamente no tienen nada más que sentimientos de enemistad mortal contra Dios. Tales representaciones los llevan a infidelidad por un lado, o a pensar de ellos mismos como cristianos, por el otro. Pero esos teólogos que sostienen opiniones de la depravación constitucional de la que hemos hablado, no pueden consistentemente con su teoría admitir la verdad real a estos pecadores, y entonces les muestran concluyentemente que no hay virtud en todos sus sentimientos que llaman buenos, y en todo su sometimiento para ser influido por ellos; que sus deseos y sentimientos no tienen en sí mismos carácter moral, y que es sólo egoísmo cuando rinden la voluntad para su control.

Lo que se necesita es una filosofía y teología que admita y explique todos los fenómenos de la experiencia, y que no niegue la conciencia humana. Una teología que niega la conciencia humana es sólo una maldición y piedra de tropiezo. Pero tal es la doctrina de la depravación moral universal y constitucional.

Es con frecuencia verdad que los sentimientos de los pecadores se vuelven excesivamente rebeldes y exasperantes, incluso para la oposición más intensa de sentimiento hacia Dios y hacia Cristo, hacia los ministros, hacia los avivamientos y hacia todo de buena reputación. Si esta clase de pecadores se convierte, es apta para suponer y para representar a todos los pecadores como que tienen justamente tales sentimientos como los que tuvieron. Pero esto es un error, pues muchos pecadores nunca han tenido esos sentimientos. Sin embargo, no son menos egoístas y culpables que la clase que tiene sentimientos rebeldes y blasfemos que he mencionado. Esto es lo que necesitan saber. Necesitan entender definitivamente lo que es el pecado, y lo que no es; que el pecado es egoísmo; que el egoísmo es el sometimiento de la voluntad para el control del sentimiento, y que no importa qué clase particular de sentimiento es, si los sentimientos, y no la inteligencia, controlan la voluntad. Admitir sus buenos sentimientos, como le llaman, y tomarse la molestia para mostrarlos, que esos sentimientos son meramente constitucionales, y que no tienen en sí mismos carácter moral.

4. Las ideas de depravación y de regeneración, a las cuales he aludido con frecuencia, están cargadas de gran daño en otro respecto. Gran cantidad, me temo, de profesantes privados de religión y de ministros han errado la clase de sentimientos de los cuales he hablado, tan común entre ciertos pecadores impenitentes, por la religión. Han oído las representaciones usuales de la depravación natural de los pecadores, y también han oído de ciertos deseos y sentimientos representados como religión. Están conscientes de esos deseos y sentimientos, y también, a veces, cuando son muy fuertes, de ser influidos en su conducta por ellos. Suponen, por tanto, que están regenerados, que son elegidos y herederos de la salvación. Estos puntos de vista los arrullan. La filosofía y la teología que tergiversan la depravación moral y la regeneración así, debe, si es consistente, también tergiversar la verdadera religión, y ¡ah, los muchos miles que han errado los meros deseos constitucionales, y el sometimiento egoísta de la voluntad a su control, por la verdadera religión, y han ido a la barra de Dios con una mentira en su mano derecha!

5. Otro gran mal ha surgido de opiniones falsas que he estado exponiendo, a decir:

Muchos cristianos verdaderos han tropezado bastante y se han mantenido cautivos, y su comodidad y utilidad han sido acortadas al encontrase a sí mismos, de tiempo en tiempo, lánguidos e insensibles. Suponer que la verdadera religión consista en sentimiento, si en cualquier momento la sensibilidad se agota, y los sentimientos amainan, inmediatamente son arrojados al cautiverio y a la incredulidad. Satanás les reprocha por su falta de sentimiento, y no tienen nada que decir, más que admitir la verdad de sus acusaciones. Tener una filosofía falsa de la religión, juzgan el estado de sus corazones por el estado de sus sentimientos. Confunden sus corazones con sus sentimientos, y están en casi constante perplejidad de mantener sus corazones rectos, por los cuales quieren decir sus sentimientos, en un estado de gran entusiasmo.

De nuevo: no sólo a veces están lánguidos, y no tienen sentimientos y deseos piadosos, sino en otras ocasiones están conscientes de las clases de emociones que llaman pecado. Éstas pueden resistir pero aún se culpan a sí mismos por tenerlas en sus corazones, como ellos dicen. Así, son llevados a cautiverio de nuevo, aunque están seguros de que estos sentimientos son odiados, y para nada consentidos, por ellos.

Oh, ¡cuántas clases de personas necesitan tener claramente ideas definidas de lo que realmente constituye la santidad! Una filosofía falsa de la mente, especialmente de la voluntad, y de la depravación moral, ha cubierto el mundo con oscuridad flagrante en el asunto del pecado y la santidad, de la regeneración y de las evidencias de regeneración, hasta que los verdaderos santos, por un lado, sean mantenidos en un cautiverio continuo a sus nociones falsas, y por otro lado, la iglesia se llene de profesantes sin convertir, y sea maldecida con ministros engañados.

 

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