LA VERDAD DEL EVANGELIO

TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

por Charles G. Finney

 

Capítulo 10

Atributos Del Amor(cont.)

 

12. La misericordia es también un atributo de la benevolencia. Este término expresa un estado de sentimiento y representa una cualidad de la sensibilidad. La misericordia es a menudo entendida como sinónimo de compasión, pero por otro lado no es entendida correctamente.

La misericordia considerada como una cualidad de la voluntad es una disposición a perdonar el crimen. Tal es la naturaleza de la benevolencia que busca el bien incluso de quienes merecen el mal cuando esto se hace sabiamente. Está "lista para perdonar," para buscar el bien de los malos e ingratos, y de perdonar cuando hay arrepentimiento. Es buena voluntad vista en relación con el que merece castigo. La misericordia, considerada como un sentimiento o cualidad de la sensibilidad, es un deseo por el perdón o el bien de alguien que merece castigo. Es sólo un sentimiento, un deseo; por supuesto es involuntario, y no tiene en sí mismo ningún carácter moral.

La misericordia, desde luego, se manifestará en la acción y en el esfuerzo para perdonar, o procurar el perdón, a menos que el atributo de la sabiduría lo prevenga. No podría ser prudente perdonar o buscar el perdón del culpable. En tales casos, como todos los atributos de la benevolencia deben necesariamente armonizar, ningún esfuerzo se hará para llevar a cabo su fin. Fue este atributo de la benevolencia, modificado y limitado en su ejercicio por la sabiduría y la justicia, que dio energía al proporcionar los medios y abrir paso al perdón de nuestra raza culpable.

Como la sabiduría y la justicia también son atributos de la benevolencia, la misericordia puede manifestarse a sí misma por esfuerzos para asegurar su fin, excepto en una manera y sobre las condiciones que no pongan a un lado la justicia y la sabiduría. Ningún atributo de la benevolencia es, o puede ser, ejercido a expensas de otro, o en oposición a él. Los atributos morales de Dios, como se ha dicho, son sólo atributos de benevolencia, pues ésta comprende y expresa el todo de ellos. Por el término benevolencia, aprendemos que el fin en el que se fija es bueno y debemos inferir también por el término mismo que los medios son inobjetables porque es absurdo suponer que el bien sería escogido porque es bueno, y sin embargo que la mente que toma esta decisión no debiera titubear para usar medios inobjetables e injuriosos para lograr su fin. Esto sería una contradicción querer el bien por su propia causa, o fuera de la consideración de su valor intrínseco, y luego escoger medios injuriosos para lograr este fin. No puede ser. La mente puede fijarse en el bienestar supremo de Dios y del universo como un fin, nunca puede consentir utilizar esfuerzos para el logro de este fin que sean vistos como inconsistentes con él, es decir, que tiendan a prevenir el bien supremo de ser.

La misericordia, he dicho, es la disposición de la benevolencia para indultar al culpable, pero este atributo no puede salir en ejercicio, sino con la condición de que sea consistente con otros atributos de la benevolencia. La misericordia, como un mero sentimiento, indultaría sin el arrepentimiento o sin la condición, indultaría sin la referencia a la justicia pública, pero vista en conexión con otros atributos de la benevolencia, aprendemos que, aunque es un atributo real de benevolencia, no es, y no puede ser, ejercida sin el cumplimiento de esas condiciones que aseguren el consentimiento de todos los otros atributos de la benevolencia. Esta verdad es enseñada bellamente e ilustrada en la doctrina y en el hecho de la expiación como veremos. Efectivamente, sin la consideración de varios atributos de la benevolencia, estamos necesariamente todos en oscuridad y en confusión con respecto al carácter y gobierno de Dios, el espíritu y el significado de su ley, el espíritu y el significado del evangelio, nuestro propio estado espiritual y de los desarrollos de carácter alrededor de nosotros. Sin familiarizarnos con estos atributos de amor o benevolencia, no dejaremos de dejarnos perplejos&emdash;en encontrar discrepancias aparentes en la Biblia y en la administración divina&emdash;y en la manifestación del carácter cristiano, ambos revelados en la Biblia y exhibidos en la vida común. Por ejemplo, ¡cómo los universalistas han tropezado por falta de consideración en el tema! ¡Dios es amor! Pues bien, sin considerar los atributos de ese amor, infieren que si Dios es amor, él no puede odiar al pecado y a los pecadores. Si es misericordioso, no castigará a los pecadores en el infierno, etc. Los unitarios han tropezado de la misma forma, Dios es misericordioso, es decir, está dispuesto a perdonar el pecado. Pues bien, entonces, ¿qué necesidad hay de la expiación? Si es misericordioso, puede perdonar, y perdonará, si hay arrepentimiento sin expiación. Debemos investigar si él es misericordioso, ¿por qué no perdonar sin arrepentimiento? Si su misericordia sola va a considerarse, es decir, simplemente una disposición de indultar, que por sí misma no esperaría el arrepentimiento, pero si el arrepentimiento es, y debe ser, una condición del ejercicio de la misericordia, ¿puede no haber, no, no debe haber, otras condiciones de su ejercicio? Si la sabiduría y la justicia pública son sólo atributos de la benevolencia, y condicionan el ejercicio de la misericordia, y prohíben que deba ejercitarse pero con la condición de arrepentimiento, ¿por qué no pueden ser, no, por qué no deben ser, igualmente para condicionar su ejercicio sobre tal satisfacción de la justicia pública, como aseguraría tan pleno, como profundo, respeto por la ley, como haría la ejecución de la pena? En otras palabras, si la sabiduría y la justicia son atributos de benevolencia y condicionan el ejercicio de la misericordia con arrepentimiento, ¿por qué no puede, y no debe también, condicionar su ejercicio sobre el hecho de una expiación? Como la misericordia es un atributo de la benevolencia, natural e inevitablemente dirigirán la atención del intelecto a tener formas y medios de aplicar el ejercicio de la misericordia consistente con los otros atributos de la benevolencia. Utilizará la inteligencia para tener forma de asegurar el arrepentimiento del pecador y remover todos los obstáculos del camino de su ejercicio libre y pleno. Asegurará el estado de sentimiento que también se llama misericordia o compasión. Así, es seguro que la misericordia asegurará esfuerzos para procurar el arrepentimiento y el perdón de los pecadores. Asegurará una añoranza profunda en la sensibilidad acerca de ellos y una acción energética para lograr su fin, es decir, asegurar su arrepentimiento y perdón. Este atributo de la benevolencia llevó al Padre a dar a su único Hijo amado a entregarse a sí mismo para morir, para asegurar el arrepentimiento y el perdón de los pecadores. También es este atributo que dio energía a los profetas, y a los apóstoles y a los mártires y santos de cada época para asegurar la conversión de los perdidos en el pecado. Es un atributo afable. Todas sus simpatías son dulces, tiernas y amables como el cielo.

13. Justicia es un atributo de la benevolencia.

Este término también expresa un estado o fenómeno de la sensibilidad. Como un atributo de la benevolencia. Es lo opuesto a la misericordia cuando se ve en sus relaciones con el crimen. Consiste en una disposición de tratar a cada agente moral de acuerdo con su mérito o merecimiento intrínsecos. En sus relaciones con el crimen, el criminal y el público, consiste en una tendencia para castigar según la ley. La misericordia perdonaría&emdash;la justicia castigaría por el bien público.

La justicia, como un sentimiento o fenómeno de la sensibilidad, es un sentimiento de que el culpable merece castigo, y un deseo de que pueda ser castigado. Es un sentimiento involuntario y no tiene carácter moral. Con frecuencia, es fuertemente incitado, y con frecuencia es la causa de turbas y conmociones populares. Cuando toma el control de la voluntad, como lo hace seguido en los pecadores, lleva a lo que popularmente llamamos linchamiento y a un recurso para resumir métodos para ejecutar venganza que son atroces.

He dicho que el mero deseo no tiene carácter moral, pero cuando la voluntad es gobernada por ese deseo, y se rinde hasta buscar su gratificación, este estado de la voluntad es egoísmo bajo una de las formas más odiosas y aterradoras. Bajo la providencia de Dios, sin embargo, esta forma de egoísmo, como cualquier otra en turno, es decretada para bien, como los terremotos, tornados, pestes y guerras para purificar los elementos morales de la sociedad, y azotar esos malestares morales con los que son algunas veces infestadas las comunidades. Incluso la guerra en sí misma es a menudo una instancia e ilustración de esto.

La justicia, como un atributo de la benevolencia, es virtud, y se exhibe en la aplicación de los castigos de la ley, en apoyo al orden público y en varias formas por el bienestar de la humanidad. Hay varias modificaciones a este atributo. Esto es, y debe ser, visto bajo varios aspectos y en varias relaciones. Uno de éstos es la justicia pública. Ésta es una consideración a los intereses públicos, y asegura una debida administración de la ley por el bien público. En ningún caso sufrirá la ejecución de la pena para ponerse a un lado a menos que algo se haga para apoyar la autoridad de la ley y del legislador. También asegura la debida administración de recompensas, y cuida estrechamente los intereses públicos, siempre insistiendo que el mayor interés prevalecerá sobre los inferiores, que el interés privado nunca se pondrá a un lado o perjudicará a uno público de mayor valor. La justica pública es modificada en su ejercicio por el atributo de la misericordia. Condiciona el ejercicio de la misericordia y la misericordia condiciona su ejercicio. La misericordia no puede, en consistencia con este atributo, extender el indulto sino con las condiciones de arrepentimiento y un equivalente dado al gobierno. Así que, por un lado, la justicia está condicionada por la misericordia, y no puede, en consistencia con ese atributo, proceder a tomar venganza cuando el bien supremo no lo requiera, cuando el castigo puede ser dispensado sin la pérdida pública. De este modo, estos atributos mutuamente se limitan en el ejercicio del uno al otro y hacen todo el carácter de benevolencia perfecto, simétrico y celestial.

La justicia está considerada entre los atributos más rígidos de la benevolencia, pero es indispensable para completar todo el círculo de perfecciones morales. Aunque solemne y horrible, y a veces inexpresivamente tremenda en su ejercicio, es no obstante una de las modificaciones y manifestaciones gloriosas de benevolencia. Ésta sin la justicia sería cualquier cosa menos moralmente encantadora y perfecta. No, no podría ser benevolencia. Este atributo de benevolencia aparece de manera evidente en el carácter de Dios como se revela en su ley, en su evangelio, y a veces como lo indica su providencia de manera más impresionante.

También es evidente en la historia de hombres inspirados. En los Salmos abundan expresiones de este atributo. Podemos encontrar muchas oraciones de castigo para los malos. Samuel cortó en pedazos a Agag; en los escritos de David abundan expresiones que muestran que este atributo fue fuertemente desarrollado en su mente, y las circunstancias bajo las cuales él fue puesto, y con frecuencia hizo propicio expresar y manifestar el espíritu de este atributo en varias formas. Muchos han tropezado en tales oraciones, expresiones y manifestaciones como se aluden aquí, pero esto es por falta de consideración debida. Han supuesto que tales exhibiciones eran inconsistentes con un espíritu correcto. Ah, ellos dicen ¡qué poco evangélico!, ¡qué poco parecido a Cristo!, ¡qué inconsistente con el dulce y celeste espíritu de Cristo y del evangelio! Pero esto es un error. Estas oraciones fueron dictadas por el Espíritu de Cristo. Tales exhibiciones son sólo manifestaciones de uno de los atributos esenciales de la benevolencia. Fue por el bien supremo que ellos debieron haber hecho un ejemplo público. Éste es el espíritu de inspiración y tales oraciones, bajo tales circunstancias, son sólo una expresión de la mente y de la voluntad de Dios. Son verdaderamente el espíritu de justicia que pronuncia sentencia sobre ellos. Estas sentencias, y tales cosas similares encontradas en la Biblia, no son vindicación del espíritu de fanatismo y denuncia que tan a menudo se han abrigado en ellas. Como también pudieron los fanáticos incendiar ciudades, y desolar países, y buscar justificarse al apelar a la destrucción del viejo mundo por el diluvio y la destrucción por azufre y fuego de las ciudades de la planicie.

La justicia retributiva es otra modificación de este atributo. Consiste en una disposición de visitar al ofensor con ese castigo que merece porque es adecuado y correcto con el que un agente moral deba ser tratado según sus obras. En otra lección más adelante ampliaré sobre esta modificación de la justicia.

Otra modificación de este atributo es la justicia comercial. Ésta consiste en querer equivalentes exactos, y rectitud en negocio y todas las transacciones seculares. Hay otras modificaciones de este atributo, pero lo que acabo de mencionar sería suficiente para ilustrar los diversos departamentos por los cuales preside este atributo.

Este atributo, aunque rígido en su espíritu y manifestaciones, es sin embargo de suma importancia en todos los gobiernos por los agentes morales, llámense humanos o divinos. Ciertamente, sin este atributo no podría existir un gobierno. Es vano para algunos filósofos pensar en menospreciar este atributo y dispensarlo en la administración del gobierno. Si tratan de experimentar, se encontrarán a su costo y confusión que ningún atributo de la benevolencia puede decirle a otro "no te necesito". En suma, que ningún atributo de benevolencia sea destruido o pasado por alto, de ser así se habrá destruido su perfección, su belleza, su armonía, su propiedad, su gloria. Se habrá, de hecho, destruido la benevolencia. Ya no más sería benevolencia, sino un sentimentalismo enfermizo, ineficiente que cojea, y que no tiene Dios, virtud, belleza, forma, ni atractivo en ella, que cuando la vemos deberíamos desearla.

Este atributo no está al margen, sino ejecuta la ley. Su objetivo es asegurar la honestidad comercial, asegurar la integridad y la tranquilidad pública y privada. Le dice a la violencia, al desorden y a la injusticia, "Paz, estad quietos y debe haber una gran calma." Vemos las evidencias y ejemplos de este atributo en los truenos del Sinaí y en la agonía del Calvario. Lo oímos en el gemido de un mundo donde las fuentes del abismo fueron abiertas, y cuando las ventanas de los cielos fueron abiertas, y el diluvio cayó y la población de la tierra se ahogó. Vemos sus manifestaciones en el torrente que bajó y que acabó con las ciudades de la llanura y finalmente por siempre veremos su brillante pero terrible y gloriosa manifestación en la oscuridad y en los surcos espirales de la columna de humo de tormento de los condenados, que sube ante Dios por siempre y para siempre.

A muchos parece que les da miedo contemplar la justicia como un atributo de benevolencia. Cualquier manifestación de ella entre los hombres les hace retroceder y sacudirse como si fueran un demonio. Pero que tenga su lugar en el círculo glorioso de los atributos morales; debe tener&emdash;y tendrá&emdash;y no puede ser de otro modo. Cuando se adopta alguna política de gobierno, en familia o estado, que excluye el ejercicio de este atributo todo deber ser un fracaso, derrota y ruina.

De nuevo: La justicia, que es un atributo de la benevolencia, prevendrá de castigo del finalmente impenitente de disminuir la felicidad de Dios y de los seres santos. Nunca se deleitarán en la miseria por su propia causa, sino tendrán placer en la administración de la justicia para que cuando suba el humo de tormento de los condenados a la vista del cielo, gritarán, como están representados: "¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!" (Ap. 19:6). "Justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos" (Ap. 15:3).

Antes de terminar este tema, no debo dejar de insistir que donde está la verdadera benevolencia, debe haber justicia comercial exacta, o negocio de honestidad e integridad. Esto es tan cierto como que la benevolencia existe. El hacer equivalentes exactos, o la intención para hacerlo, debe haber una característica de una verdadera mente benevolente. La benevolencia impulsiva puede existir; es decir, la benevolencia constitucional o frenológica, falsamente llamada así, puede existir en cualquier extensión y sin embargo la justicia no existe. La mente puede ser muy a menudo llevada por el impulso del sentimiento para que un hombre pueda a veces tener la apariencia de verdadera benevolencia mientras el mismo individuo es egoísta en negocios, y se excede en todas sus transacciones comerciales. Esto para muchos ha sido asombro y enigma, pero es un caso simple. "El que tiene oídos para oír, oiga" (Mt. 11:15). Su benevolencia resulta de sentir y no es de verdadera benevolencia.

De nuevo: Donde está la benevolencia, la regla de oro, seguramente se observará: "todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos" (Mt. 7:12). La justicia de la benevolencia no puede fallar en asegurar la conformidad a esta regla. La benevolencia es un estado de la voluntad. Es un querer justo. Debe ser entonces por una ley de la necesidad asegurar su conducta justa. Si el corazón es justo, la vida debe serlo.

Este atributo de la benevolencia debe asegurar a su poseedor contra cada tipo y grado de injusticia. No puede ser injusto con la reputación de su prójimo, su persona, su propiedad, su alma, ni ciertamente ser injusto en ningún sentido con Dios o el hombre. Debe asegurar, y deberá asegurar, confesión y restitución en cada caso de falta que se recuerde tanto como sea esto practicable. Debe distintivamente entenderse que un hombre benevolente o realmente religioso no puede ser injusto. Podrá ciertamente parecer serlo para otros, pero no puede ser verdaderamente religioso, o benevolente e injusto al mismo tiempo. Si pareciera serlo en cualquier instancia, no puede o no lo será realmente, si al mismo tiempo está en un estado benevolente de la mente. Los atributos del egoísmo como veremos en el lugar apropiado son directamente opuestos de aquellos de la benevolencia. Los estados mentales son tan contrarios como el cielo y el infierno, y no pueden coexistir en la misma mente, como algo que pueda ser y no ser al mismo tiempo. Dije, que si un hombre, verdaderamente en el ejercicio de la benevolencia, parece ser injusto en cualquier cosa, lo es sólo en apariencia, no en hecho. Obsérvese, estoy hablando de alguien que está realmente al mismo tiempo en un estado benevolente de la mente. Puede tener error, y hacer lo que sería injusto, si lo viese distintamente e intentase diferentemente. La justicia y la injusticia pertenecen a la intención. Ningún acto externo puede en sí mismo ser justo o injusto. Decir que un hombre, en el ejercicio de una intención verdaderamente benevolente, pueda al mismo tiempo ser injusto, es la misma tontería que decir que un hombre puede querer justa e injustamente al mismo tiempo tocante al mismo objeto lo cual es una contradicción. Debe tenerse en cuenta que la benevolencia es una cosa idéntica, para perspicacia, buena disposición, querer por su propia causa el bien supremo de ser y cada bien conocido según su valor relativo. Consecuentemente, es imposible que la justicia no pueda ser un atributo de una elección tal. La justicia consiste en ver y tratar, o más bien en querer, cada cosa sólo agradable a su naturaleza, o valor intrínseco y relativo y relaciones. Decir, por tanto, que la presente benevolencia admite cualquier grado de injusticia, es afirmar una contradicción palpable. Un hombre justo es un hombre santificado, es un hombre perfecto, en el sentido de que está en ese momento en un estado de rectitud.

14. Veracidad es otro atributo de la benevolencia.

La veracidad, como un atributo de la benevolencia, es aquella cualidad que se adhiere a la verdad. En cada acto mismo de ser benevolente, la mente abraza la verdad, o la realidad de las cosas. La veracidad es profesar la verdad. Es la conformidad de la voluntad a la realidad de las cosas. La verdad en declaración es conformidad de declaración a la realidad de las cosas. La verdad en acción es la acción conformada a la naturaleza y a las relaciones de las cosas. El profesar la verdad es una disposición a conformarse a la realidad de las cosas. Es querer de acuerdo con la realidad de las cosas. Es querer el fin correcto por los medios correctos. Es querer lo valioso intrínsecamente como un fin, lo relativamente valioso como un medio. En suma, es el querer de cada objeto de acuerdo con la realidad o los hechos en el caso.

La veracidad, entonces, debe ser un atributo de la benevolencia. Es como todos los atributos, sólo la benevolencia es vista en un cierto aspecto o relación. No puede distinguirse de la benevolencia porque no es distinta a ella, sino sólo una fase o forma de la benevolencia. El universo está tan constituido que si cada cosa precediera y fuera conducida, querida de acuerdo con su naturaleza y relaciones, debiera resultar el bien supremo posible. La veracidad busca el bien como un fin, y la verdad como un medio para asegurar este fin. Quiere el bien y que se asegure sólo por los medios de la verdad. Quiere la verdad en el fin y la verdad en los medios. El fin es verdaderamente valioso y se escoge por esa razón. Los medios son la verdad y la verdad es sólo los medios apropiados o posibles.

El profesar la verdad de corazón engendra, desde luego, un estado de sensibilidad que llamamos amor o verdad. Es un sentimiento de placer que surge espontáneamente en la sensibilidad de alguien cuyo corazón es veraz en contemplar la verdad; este sentimiento no es virtud, sino más bien una parte de la recompensa de un corazón veraz.

La veracidad, como un fenómeno de la voluntad, es también con frecuencia llamada, y propiamente llamada, un amor de la verdad. Es querer de acuerdo con la verdad objetiva. Esto es virtud, y es un atributo de la benevolencia. La veracidad, como un atributo de la benevolencia divina, es la condición de confianza en Dios como gobernante moral. Las leyes físicas y las morales del universo manifiestan, y son instancias e ilustraciones de profesar la verdad de Dios. La falsedad, en el sentido de mentir, es naturalmente considerada por un agente moral como desaprobación, disgusto, y aborrecimiento. La veracidad es tan necesariamente considerada por él con aprobación, y, si la voluntad es benevolente, con placer. Necesariamente disfrutamos el contemplar la verdad objetiva en la realización concreta de la idea de la verdad. La veracidad es moralmente bella. Nos complace así como con la belleza natural por una ley de la necesidad cuando se cumplen las condiciones necesarias. Este atributo de la benevolencia la asegura contra todo intento de promover el fin soberano de ser por medios de falsedad. La benevolencia no recurrirá o no podrá recurrir a la falsedad como un medio de promover el bien que pueda contradecir o negarse a sí misma. La inteligencia afirma que el bien supremo y soberano puede asegurarse sólo por una adherencia estricta a la verdad. La mente no puede ser satisfecha con cualquier otra más. Ciertamente, suponer lo contrario es suponer una contradicción. Es la misma tontería como suponer que el bien supremo puede asegurarse sólo por la violación y poner a un lado de la naturaleza y las relaciones de las cosas. Ya que el intelecto afirma esta relación inalterable de la verdad con el bien supremo y soberano, la benevolencia, o aquel atributo de la benevolencia que denominamos veracidad o amor de la verdad, no puede consentir la falsedad como tampoco puede consentir la renuncia al bien supremo de ser como fin. Por tanto, cada recurso de la falsedad, cada fraude piadoso, falsamente llamado, presenta sólo una espaciosa pero instancia real de egoísmo. Un agente moral no puede mentir por Dios; es decir, no puede decir una falsedad pecaminosa pensando e intentando así agradar a Dios. Sabe por intuición que a Dios no se le puede complacer, o que se le puede verdaderamente servir con un recurso de mentira. Hay una gran diferencia entre esconder y retener la verdad por propósitos benevolentes y decir una falsedad premeditada. Un hombre inocente, perseguido y buscado por alguien que lo busca para derramar su sangre y se ha refugiado bajo mi techo. El perseguidor llega y pregunta por él. Yo no estoy bajo obligación de declararle el hecho de que está en mi casa. Ciertamente en ese momento debo retener la verdad, pues el miserable no tiene derecho de saberla. El bien público y supremo demanda que no deba saberla. Sólo quiere saberla por propósitos egoístas y sangrientos, pero en este caso no debo sentir o juzgarme a mí mismo libremente para declarar una falsedad sabida. No podría pensar que esto conduciría finalmente al bien supremo. La persona podrá irse engañada o bajo la impresión de que su víctima no estaba ahí, pero no podrá acusarme de decirle una mentira. Podrá haber sacado sus propias inferencias por mi rechazo de dar la información deseada. Pero incluso para asegurar mi propia vida, o la vida de mi amigo, no estoy en libertad de decir una mentira. Si se dice que el mentir implica decir una falsedad por razones egoístas y que, por consiguiente, no es mentir decir una falsedad por propósitos benevolentes, respondo que nuestra naturaleza es tal que no podemos decir una falsedad premeditada con una intención benevolente como tampoco podemos cometer un pecado con una intención benevolente. Necesariamente consideramos la falsedad como inconsistente con el bien supremo de ser, o así como consideramos el pecado como inconsistente con el bien supremo de ser, o así como consideramos la santidad y la profesión de la verdad como condición indispensable del bien supremo de ser. La correlación de la voluntad, y el intelecto prohíben el error de que la falsedad premeditada es, o puede ser, los medios o la condición del bien supremo. La veracidad universal, entonces, siempre caracterizará a un hombre verdaderamente benevolente. Mientras sea verdaderamente benevolente, es, y debe ser, fiel y honesto. Hasta donde su conocimiento llega, sus declaraciones pueden depender de tanta seguridad como las declaraciones de un ángel. La veracidad es necesariamente un atributo de la benevolencia en todos los seres. Ningún mentiroso tiene, o puede tener, en él una partícula de virtud verdadera o de benevolencia.

 

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