LA VERDAD DEL EVANGELIO

LA EXPERIENCIA LEGAL

Por Charles G. Finney

 

 

El capítulo siete de la Epístola a los Romanos.

Me he referido a este capítulo más de una vez, y he leído algunas porciones y hecho comentario sobre ellas. Pero no lo he considerado de modo tan pleno como quisiera y por ello voy a hacerlo el tema de un mensaje por separado. Al presentar mi punto de vista voy a seguir el siguiente orden:

 

I. Mención de las diferentes opiniones que han prevalecido en la iglesia sobre este pasaje.

II. Mostrar la importancia de la comprensión de este pasaje de la Escritura, o sea, saber cuál de las diferentes opiniones es la verdadera.

III. Exponer varios hechos y principios que tienen importancia en la exposición del pasaje.

IV. Referirme a algunas reglas que deberían ser observadas en la interpretación de las Escrituras o de cualquier otro escrito o testimonio.

V. Dar mí propia opinión respecto al significado real del pasaje y las razones de esta opinión.

 

Voy a limitarme principalmente a la última parte del capítulo como tema de mayor controversia. Como se ve por lo dicho, procuraré simplificar el tema, para hacerlo compatible con un solo mensaje. De otro modo, el dar cuenta de todo lo escrito sobre este capítulo requeriría escribir un libro entero.

I. Voy a presentar las opiniones principales que han prevalecido sobre la aplicación de este capítulo.

1. Una opinión que se ha aceptado extensamente, y aún prevalece, es que la última parte de este capítulo es un epítome de la experiencia cristiana.

Se ha dicho que describe la situación del cristiano y sus luchas, y su objeto es mostrar la batalla del creyente con el pecado que le acosa. Hay que observar, sin embargo, que ésta es una opinión moderna, comparativamente. No se sabe de ningún escritor que la defendiera, por lo menos, durante siglos después de que fue escrito. Según el profesor Stuart, que ha examinado la literatura de los más antiguos padres de la Iglesia con más minuciosidad que nadie más en América, Agustín fue el primer escritor que presentó esta interpretación, y recurrido a ella en su controversia con Pelagio.

2. La única otra interpretación que daremos aquí es la que prevaleció en los primeros siglos, y que se acepta aún hoy generalmente en Europa, así como por muchos autores de Inglaterra y América este pasaje describe la experiencia de un pecador bajo la convicción, que estaba actuando bajo los motivos de la ley, y que no ha sido traído todavía a la experiencia del Evangelio. En este país, la opinión predominante es la de que el capítulo siete de Romanos delinea la experiencia de un cristiano.

II. Voy a mostrar la importancia de una interpretación adecuada de este pasaje.

Una comprensión adecuada de este pasaje ha de ser fundamental. Si este pasaje en realidad describe a un pecador bajo convicción, o una experiencia de motivos puramente legales, el que una persona que supone es un cristiano se halle bajo esta experiencia, significa que ésta es una equivocación realmente fatal. Ha de ser un error fatal creer que se es un cristiano real, porque la experiencia propia corresponde a la del capítulo siete de Romanos, si Pablo de hecho está dando sólo la experiencia de un pecador bajo motivos y consideraciones de carácter legal.

III. Voy a establecer algunos principios y hechos que tienen importancia en la elucidación de este tema.

1. Es verdad que la humanidad actúa, en todos los casos, y por la naturaleza de su mente debe actuar, por lo general, en la forma que consideran preferible.

O, en otras palabras, decimos que la voluntad gobierna la conducta. Los hombres nunca obran en contra de su voluntad. La voluntad gobierna el movimiento de las extremidades del cuerpo, etc. Los seres dotados de razón son libres, y no pueden actuar en contra de su voluntad.

2. Los hombres a menudo no desean aquello que, en conjunto, no escogen.

Los deseos y la voluntad a veces están en oposición. La conducta es gobernada por las decisiones y preferencias, no por los deseos. Los deseos no tienen por qué ser iguales a la decisión o elección. Uno puede desear ira un sitio está noche, pero después de pensarlo todo decide quedarse aquí. Quizá deseas intensamente estar en otro sitio; con todo, prefieres quedarte en está reunión. Un hombre puede desear ir a un sitio, en un viaje, pero su familia está enferma y decide quedarse en casa. En todos los casos, la conducta sigue a una decisión.

3. La regeneración, o conversión, es un cambio en la elección.

Es un cambio en la preferencia controladora suprema de la mente. La persona regenerada o convertida prefiere la gloria de Dios a todo lo demás. La prefiere como el objeto supremo de sus afectos. Esto es el cambio de corazón. Antes, prefería su propio interés o felicidad como fin supremo. Ahora prefiere el servicio de Dios a sus propios intereses. Cuando una persona ha nacido de nuevo, verdaderamente, su preferencia es habitualmente recta, y naturalmente su conducta es recta en lo esencial.

La fuerza de la tentación puede producir una decisión equivocada de vez en cuando o incluso una serie de decisiones equivocadas, pero el curso de acción es recto. La voluntad o decisión, de una persona convertida, es por lo común recta, y naturalmente su conducta lo es. Si esto no es verdad, pregunto, ¿en qué difiere un convertido de un no convertido? Si el hacer regularmente los mandamientos de Dios no es el carácter de la persona, ¿cuál es su carácter? Pero creo que esta posición no va a ser disputada por nadie que crea en la doctrina de la regeneración.

4. Los agentes o entes morales están constituidos de tal forma que de modo natural y necesario aprueban lo que es recto.

Un agente o ente moral es el que posee conocimiento, voluntad y conciencia. La conciencia es el poder de discernir la diferencia en los objetos morales. Aquí no se impugna que un agente moral puede llegar a ver la diferencia entre bien y mal, de modo que su naturaleza moral apruebe lo que está bien. De otro modo, un pecador no podría ser traído nunca a convicción de pecado. Si no tiene una naturaleza moral, que puede ver y aprobar en alto grado la ley de Dios y justificar el castigo, no puede ser convicto de pecado. Porque esta convicción es ver la bondad de la ley que ha infringido y la justicia del castigo en que ha incurrido. Pues, de hecho, no hay agente moral en la tierra, el cielo o el infierno que no pueda ver que la ley de Dios es recta, y cuya conciencia no apruebe la ley.

5. Los hombres no sólo pueden aprobar la ley como recta, sino que, a menudo, cuando la consideran de modo abstracto y sin referencia a su relación a ellos, tienen verdadero placer en contemplarla.

Ésta es una gran causa de autoengaño. Los hombres ven en abstracto la ley de Dios, y la aman. Cuando no hay ninguna razón egoísta presente para oponerse a ella, tienen placer en contemplarla. Aprueban lo que es recto y condenan lo torcido, en abstracto. Todos los hombres lo hacen cuando no hay ninguna razón egoísta que les haga presión. ¿Quién encontró a un hombre tan malo que apruebe el mal en abstracto? ¿Dónde ha habido un ser moral que apruebe el carácter del diablo, o que apruebe a otro hombre malvado, no relacionado en modo alguno con él? Con cuánta frecuencia se oyen grandes imprecaciones y palabras de reproche de hombres perversos ante maldades enormes cometidas por otros. Si su pasión no les alista en favor del error o del mal, el hombre siempre defiende el bien. Y esta aprobación meramente constituyente de lo bueno, puede llegar a deleite, cuando no ve que lo bueno se interfiera en nada con el egoísmo propio.

6. En esta aprobación constitucional de la verdad y de la ley de Dios, y el deleite que de modo natural procede de ella, no hay virtud alguna.

Es sólo lo que pertenece a la naturaleza moral del hombre. Aparece de modo natural de la constitución de su mente. La mente del hombre por naturaleza es capaz de ver la belleza de la virtud. Y por ello, lejos de haber alguna virtud en ello, es, de hecho, sólo una prueba más clara de la fuerza de su corrupción, el que sabiendo lo que es bueno, y viendo su excelencia, no lo obedezcan. No es, pues, que los pecadores impenitentes tengan en ellos algo santo. Sino que su maldad es vista aquí como mucho mayor. Porque la maldad del pecado está en proporción a la luz de que gozan. Y cuando hallamos que el hombre no sólo ve la excelencia de la ley de Dios, sino que incluso la aprueba y se deleita en ella, y con todo no la obedece, muestra lo desesperadamente malos que son, y los hace aparecer más pecadores.

7. Es común que las personas digan: "Haría esto y aquello, pero no puedo", cuando sólo quieren decir que lo entienden y lo desean, pero no que lo prefieren realmente. Y así dicen: "No puedo hacerlo", cuando sólo quieren decir que no lo hacen, pero podrían hacerlo si quisieran.

No hace mucho le pedí a un ministro que predicara por mí un domingo. Me contestó: "No puedo." ¿Qué quería decir? ¿Que no tenía poder para hacerlo? En modo alguno. Quería decir que prefería no hacerlo aunque podía hacerlo. Estas expresiones se verá la importancia que tienen más adelante. Vamos a proseguir.

IV. Daré algunas reglas de interpretación que son aplicables no sólo a la interpretación de la Biblia, sino a la de todos los documentos escritos, y a toda evidencia.

Hay ciertas reglas de la evidencia que todos los hombres han de aplicar, al averiguar el significado de los documentos y el testimonio de los testigos, y en todos los escritos.

1. Hemos de poner siempre las ideas en el lenguaje requerido por la naturaleza del tema.

Estamos obligados siempre a entender el lenguaje de la persona según se aplica al tema de que se trata. Gran parte del lenguaje común de la vida puede ser forzado en una cosa, si se pierde de vista el tema y se toma uno la libertad de interpretarlo sin referencia a aquello de que se habla. Así se ha hecho mucho daño, al interpretar pasajes separados y expresiones aisladas en las Escrituras, en violación de este principio. Es principalmente cuando se pierde de vista esta regla que se ha hecho que las Escrituras apoyen errores y contradicciones innumerables. Esta regla se aplica a todas las afirmaciones. Los tribunales de justicia no admitirían las tergiversaciones que se han cometido sobre la Biblia.

Si lo permite el lenguaje de la persona, tenemos que entenderlo de tal forma que sea consecuente consigo mismo.

A menos que se observe esta regla en cinco minutos de conversación con un individuo, sobre cualquier tema, se puede conseguir que el individuo se contradiga a sí mismo. Si no se observa esta regla, no es posible comunicar las ideas propias de modo que los demás las entiendan. ¿Cómo puede un testigo dar a conocer los hechos en un juicio si su lenguaje es forzado a placer suyo, sin las restricciones de la regla?

3. Al interpretar el lenguaje de una persona, siempre hemos de tener la vista sobre el punto del cual está hablando.

Hemos de entender el alcance de su argumento, el objeto que tiene a la vista, y el punto sobre el cual está hablando. De otro modo no entenderemos lo que dice. Supongamos que leo un libro, y no me fijo en el punto al que se dirige, nunca voy a entender el libro. Es fácil ver que se pueden cometer errores innumerables como resultado de interpretar las Escrituras sin considerar los primeros principios de la interpretación.

4. Cuando se entiende el punto al cual la persona se dirige, hay que entender lo que dice respecto a este punto, y no entender su lenguaje sin conexión con este objeto, o sea, de modo inconsecuente con él.

Si se pierde de vista esta regla, todo pierde sentido. Hay que entender siempre el lenguaje a la luz del tema al que se aplica.

V. Después de haber dado las reglas y principios, voy a la luz de ellos, a dar mi propia interpretación del significado de los pasajes y las razones para ello. Pero antes quiero hacer un par de comentarios.

Primero, el hecho de que el apóstol hablara de sí mismo en este pasaje, o de que hablara de un caso supuesto, no tiene importancia en la interpretación correcta del lenguaje.

Muchos suponen que, por el hecho de que habla en primera persona, hay que entender que se refería a él mismo. Pero es una práctica común, cuando se discuten principios generales, o se discute algún punto, el suponer un caso, a modo de ilustración, o para establecer un punto. Y es muy natural el afirmarlo en primera persona, sin que haya que entender que la ocurrencia a que uno se refiere es una experiencia nuestra personal. El apóstol Pablo está aquí siguiendo una serie de argumentos, y lo hace simplemente a modo de ilustración. Y en modo alguno es de importancia el que sea su propia experiencia o un caso supuesto para el argumento.

Si habla de sí mismo, o si habla de otro, o si supone un caso, lo hace para mostrar un principio general de conducta, y lo que todas las personas bajo circunstancias semejantes harían. Tanto si habla de un cristiano como si lo hace de un pecador imponente establece un principio general.

El apóstol Santiago, en el capítulo 3, habla en primera persona; incluso en la administración de reproches. "Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos un juicio más severo. Porque todos ofendemos en muchas cosas" (vv. 1, 2).

"Con ella bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a semejanza de Dios" (v. 9).

El apóstol Pablo dice con frecuencia: "Yo", y usa la primera persona cuando discute e ilustra principios generales: "Todas las cosas me son permitidas, pero no todas las cosas son convenientes; todas las cosas me son lícitas, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica; todo me es lícito, pero yo no me pondré bajo la autoridad de nadie, y más adelante... la conciencia, digo no la tuya sino la del otro. Pues, ¿cómo se ha de juzgar mi libertad con la conciencia de otro? Y si yo con agradecimiento participo, ¿por qué he de ser censurado por aquellos de quien doy gracias?... Pues ahora vemos como por medio de un espejo borrosamente, pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré tan cabalmente como soy conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, pero la mayor parte de ellas es el amor." Y también: "si yo edifico lo que yo he destruido, transgresor me hago" (1 Corintos 10; 23:24-29 y 30; 13:12 y 13; Gálatas 2:18). En 1 Corintios 4:6 explica cómo usa las ilustraciones: "Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos, por amor de vosotros, a fin de que de nosotros aprendáis lo de no propasarse de lo que está escrito, para que ni uno solo de vosotros se apasione el uno en contra del otro."

Segundo, gran parte del lenguaje que el apóstol usa aquí es aplicable al caso del que se vuelve atrás, que lo ha perdido todo, excepto la forma de la religión. Ha dejado su primer amor, y ha caído bajo la influencia de motivos legales, de esperanza y temor, como un pecador impenitente. Si hay realmente un caso así, de uno que se vuelve atrás, que ha sido un convertido verdadero, es movido por los mismos motivos que el pecador, y se le puede aplicar el mismo lenguaje que a él. Y por tanto, el hecho que parte del lenguaje que tenemos delante es aplicable a un cristiano que se ha vuelto atrás, no prueba en absoluto que la experiencia descrita aquí es la de un cristiano, sino sólo que la experiencia de uno que se vuelve atrás y de un pecador son iguales en muchos aspectos. No dudo en decir por lo menos esto: que nadie, que sea consciente de ser movido por el amor de Dios, puede considerar posible el aplicarse este capítulo a sí mismo. Si alguien que no se halla en el ejercicio del amor de Dios, entonces esto describe su carácter; y esto lo mismo si es un pecador que si es un cristiano que se ha vuelto atrás.

Tercero, algunas de las expresiones que el apóstol usa aquí describen el caso de un creyente que se ha vuelto atrás, pero no de tipo corriente, sino alguien que de momento se ve dominado por la tentación y la pasión y habla de sí mismo como si estuviera obrando mal. Un hombre es tentado, se nos dice, cuando es atraído por sus propias concupiscencias y seducido. Y en este estado, sin duda, podría hallar expresiones aquí que describieran su experiencia cuando se halla bajo está influencia. Pero esto no prueba nada con respecto al intento del pasaje, porque mientras se halla en este estado, está bajo cierta influencia, y el pecador impenitente se halla siempre bajo esta clase de influencia. El mismo lenguaje, pues, puede ser aplicado a los dos sin falta de lógica.

Pero, aunque algunas expresiones admiten esta posible interpretación, con todo, al mirar todo el pasaje se hace evidente que no puede ser una delineación de la experiencia cristiana. Mi propia experiencia, por tanto, es que el apóstol intentó aquí representar la experiencia de un pecador, no descuidado, sino fuertemente redargüido de pecado, pero no convertido todavía. Las razones son las siguientes:

1. Porque el apóstol está describiendo aquí de modo manifiesto el carácter habitual de alguien; y está persona está totalmente bajo el dominio de la carne. No es, en conjunto, la descripción de alguien que, bajo el poder de una tentación presente, está obrando sin consecuencia con su carácter general, sino alguien cuyo carácter es así. Es alguien que de modo uniforme cae en pecado, a pesar de que aprueba la ley.

2. Sería totalmente ajeno a su propósito el presentar la experiencia de un cristiano como una ilustración de su argumento. Esto no era lo que necesitaba. Estaba laborando para reivindicar la ley de Dios, en su influencia en una mente carnal. En un capítulo previo ha afirmado el hecho de que la justificación es sólo por medio de la fe y no por las obras de la ley. En este capítulo siete, defiende que no sólo la justificación es por la fe, sino que la santificación es también sólo por la fe. "¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo a los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entretanto que éste vive? Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en vida del marido se une a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muere, es libre de esa ley, de tal manera que si se une a otro marido, no será adúltera." ¿Qué significa todo esto? Esto: "Así que, hermanos míos, también vosotros habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios." Mientras estabais bajo la ley estabais obligados a obedecer la ley, y ateneros a los términos de la ley para justificación. Pero, ahora, siendo libres de la ley, ya no estáis influidos por consideraciones legales de esperanza y temor, por cuanto Cristo, con quien os habéis desposado, ha puesto de lado el castigo, para que por medio de la fe podáis ser justificados delante de Dios.

"Porque mientras estábamos en la carne", esto es, en el estado no convertido, "las pasiones pecaminosas despertadas por la ley actuaban en nuestros miembros, llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra." Aquí está afirmada la condición real de un cristiano, que sirve en novedad de espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra. Ha hallado que el fruto de la ley era sólo muerte y que por el Evangelio ha sido traído a una verdadera sujeción en Cristo. ¿Qué objeción se puede hacer a esto? "¿Qué diremos, pues? ¿Es la ley pecado? ¡En ninguna manera! Pero yo no conocí el pecado sino por la ley, porque tampoco habría sabido lo que es la concupiscencia, si la ley no dijera: No codiciarás. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte." La ley fue promulgada para que las personas vivieran según ella, y para que la obedecieran de modo perfecto; pero cuando estábamos en la carne, hallamos que era para muerte. "Porque el pecado, tomando ocasión por medio del mandamiento, me engañó, y mediante él me mató. De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento es justo y bueno." Ahora presenta la objeción otra vez. ¿Cómo puede algo que es bueno ser hecho muerte para ti? En ninguna manera, sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase al extremo de la pecaminosidad." Y reivindica la ley, mostrando que no es por culpa de la ley, sino del pecado, y que este mismo resultado muestra al mismo tiempo la excelencia de la ley y la gran pecaminosidad del pecado. El pecado ha de ser algo horrible si puede causar tal corrupción, como el tomar la ley buena de Dios y hacer de ella un medio de muerte.

"Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al poder del pecado." Aquí está la cosa, sobre la cual gira todo. Fijémonos ahora; el apóstol está aquí reivindicando la ley contra la objeción, que si la ley es un medio de muerte para los pecadores, no puede ser buena. Contra esta objeción, muestra que toda su acción en la mente del pecador demuestra que es buena. Considerando este punto, dice, que la ley es buena, y que el mal viene de las pasiones del pecado en nuestros miembros. Ahora llegamos a esta parte que se supone delinea la experiencia de un cristiano, y que es el tema de la controversia. Empieza diciendo: "La ley es espiritual; mas yo soy carnal". Está palabra, "carnal", Pablo la usa una vez, una sola, en referencia a los cristianos, y era en referencia a personas que estaban en un estado muy bajo en la religión: "Porque todavía sois carnales; por cuanto hay entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales y andáis según el modo humano?" (1 Corintios 3:3). Estos cristianos habían vuelto atrás, y actuaban como si no fueran convertidos, eran carnales. El mismo término es generalmente usado para indicar la peor clase de pecadores. Pablo aquí lo define así: "carnal, vendido al poder del pecado". ¿Podría decir Pablo esto de sí mismo, en el momento de escribir esta epístola? ¿Cuál era su propia experiencia? ¿Estaba él bajo pecado? ¿Era esto verdad del gran apóstol? No, pero está reivindicando la ley, y usa una ilustración, un caso supuesto. Continúa: "Porque no comprendo mi proceder; pues no pongo por obra lo que quiero, sino que lo que aborrezco, eso es lo que hago."

Aquí vemos la aplicación de los principios que he sentado antes. En la interpretación de la palabra "quiero" no hemos de entender que se trata de una decisión de la voluntad, sino sólo de un deseo. De otra manera, el apóstol contradice un hecho claro, que todo el mundo sabe que es verdad, que la voluntad gobierna la conducta. El profesor Stuart ha hecho muy bien al traducir la palabra por deseo; lo que deseo no lo pongo por obra, sino lo que desapruebo, esto hago. Luego viene la conclusión: "Si lo que no quiero, eso es lo que hago, estoy de acuerdo con la ley, de que es buena." Es decir, si hago lo que desapruebo, desapruebo mi propia conducta, y me condeno a mí mismo, y por ello doy testimonio de que la ley es buena. Ahora, hay que fijarse en el objetivo principal en que el apóstol piensa y leer el versículo siguiente: "De manera que ya no soy yo quien obra aquello, sino el pecado que mora en mí." Aquí, podríamos decir, se divide contra sí mismo, o habla de sí mismo como poseyendo dos naturalezas, o, como algunos filósofos paganos han enseñado, como poseyendo dos almas, una que aprueba el bien y otra que ama y escoge el mal. "Porque yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien lo tengo a mi alcance, pero no el hacerlo." Aquí el "querer" significa el aprobar, el desear, porque sabemos que si alguien "quiere" hacer algo, lo hace. Esto lo sabe todo el mundo. Hemos de interpretar el lenguaje y hacerlo consecuente con los hechos conocidos. Si se entiende el querer en el sentido de "decidir" se hace incurrir al apóstol en el absurdo de decir que "decide" (su voluntad) hacer lo que no hace, y por tanto obra de modo contrario a su voluntad, lo cual contradice un hecho evidente. Por tanto, el significado ha de ser desear. Entonces coincide con la experiencia de todo pecador convicto. Sabe lo que debería hacer, y lo aprueba firmemente, pero no está dispuesto a hacerlo. Supongamos que he de llamarte a hacer un acto. Supongamos, por un instante, que yo llame a los que son impenitentes, para que se adelanten y se sienten en este banco, para que podamos ver quiénes sois, y oremos por vosotros, sabéis que vuestros pecados han de ser mostrados y que es vuestro deber someteros a Dios, pero algunos de vosotros exclamarán: "Sé que es mi deber, deseo hacerlo, pero no puedo." ¿Qué significa esto? Simplemente que, considerando el conjunto, el peso de la balanza de la voluntad se inclina a decir que no.

En el versículo 20, repite lo que ha dicho antes: "Y si lo que no quiero, eso es lo que hago, ya no lo obro yo, sino el pecado que mora en mí." ¿Es éste el carácter habitual y la experiencia habitual de un cristiano? Admito que un cristiano puede caer tan bajo que este lenguaje se le pueda aplicar; pero si éste es su carácter general, ¿en qué difiere del de un pecador impenitente? Si éste es el carácter habitual de un cristiano, no hay una palabra de verdad en la imagen que nos presenta la Escritura de que los santos son los que realmente obedecen a Dios; pues aquí es llamado cristiano a uno del que se dice, de modo expreso, que nunca obedece.

"Encuentro, pues, esta ley: Que, queriendo yo hacer el bien, el mal está presente en mí." Aquí habla de la acción de las inclinaciones carnales, como siendo tan constantes y prevalecientes que las llama una "ley". "Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios." Aquí tenemos la piedra de tropiezo. ¿Puede decirse de un pecador impenitente que se "deleita" en la ley de Dios? Yo contesto: Sí. Sé que la expresión es fuerte, pero el apóstol usa un lenguaje fuerte en los dos lados. No es más fuerte que el lenguaje que usa el profeta Isaías en el capítulo 58. Está describiendo una generación tan rebelde y malvada como nunca haya existido: "Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su transgresión, y a la casa de Jacob sus pecados." Y sigue diciendo de su mismo pueblo: "Que me buscan cada día, y aparentan deleitarse en saber mis caminos, como gente que hubiese hecho justicia, y que, no hubiese dejado la ley de su Dios; me piden justos juicios y les agrada acercarse a Dios." Aquí hay un ejemplo de pecadores impenitentes que manifiestan deleite en acercarse a Dios. Lo mismo en Ezequiel 33:32: "Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, de alguien que tiene voz agradable y toca bien un instrumento; así que oyen mis palabras, pero no las ponen por obra." El profeta les ha estado diciendo lo malvados que eran: "Y vienen a ti como viene el pueblo, y se sientan delante de ti como pueblo mío, y oyen tus palabras, pero no las ponen por obra; antes hacen halagos con sus bocas, pero el corazón de ellos anda en pos de su avaricia." Aquí hay pecadores impenitentes, sin duda, y con todo, se deleitan al escuchar al elocuente profeta. ¡Cuántas veces hay pecadores impíos que disfrutan escuchando a un predicador elocuente o los poderosos razonamientos de un pastor capaz! Para ellos es un festín intelectual. Y algunas veces se sientan tan complacidos que reamente creen que aman la palabra de Dios. Esto no está en desacuerdo con la total corrupción de su corazón, ni la enemistad contra el verdadero carácter de Dios. No, esto hace destacar su corrupción a una luz más clara, porque saben y aprueban lo recto, y con todo, hacen lo torcido.

De modo que a pesar de este deleitarse en la ley dice: "veo otra ley en mis miembros, que hace guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?" Aquí hay las palabras: "Gracia doy a Dios, por medio de Jesucristo nuestro Señor", que son claramente un paréntesis, y una interrupción en el curso de su pensamiento. Luego resume todo el asunto diciendo: "Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, pero con la carne a la ley del pecado."

Es como si hubiera dicho: La mitad buena en mí, mi juicio imparcial, mi conciencia, aprueba la ley en mis miembros, mis pasiones, tienen tal control sobre mi que todavía desobedezco. Recordemos: el apóstol estaba describiendo el carácter habitual de uno que estaba totalmente bajo el dominio del pecado. No tenía interés para su propósito el aducir la experiencia de un cristiano. Estaba reivindicando la ley, y por tanto era necesario que tomara el caso de uno que estaba bajo la ley. Si es la experiencia de un cristiano, estaba razonando contra él mismo; porque si es la experiencia cristiana, esto demostraría no sólo que la ley es ineficaz para subrayar la pasión y santificar a los hombres, sino que el Evangelio lo es también. Los cristianos están bajo la gracia, y no tiene interés, al reivindicar la ley, aducir la experiencia de aquellos que no están bajo la ley sino bajo la gracia.

Otra razón concluyente es que aquí en realidad presenta el caso del cristiano como siendo enteramente diferente. En los versículos cuatro al seis, habla de los que no están bajo la ley y no están en la carne; esto es, no son carnales, sino librados de la ley, y en realidad sirviendo u obedeciendo a Dios, en espíritu. Luego, en los comienzos del capítulo ocho, dice: "Ahora, pues, ninguna condenación hay para que los que están en Cristo Jesús, los que no están conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte." Ya había aludido a esto en el paréntesis anterior: "Gracias doy a Dios ....", etc. "Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil a causa de la carne, Dios enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y en lo concerniente al pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, los que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu." ¿De quién está hablando, pues, ahora? Si la persona en el último capítulo era la que tenía una experiencia cristiana, ¿a quién es esta experiencia? Aquí hay algo completamente diferente. El otro estaba totalmente bajo el poder del pecado, y bajo la ley, y aunque sabía cuál era su deber, no lo hacía. Aquí hallamos a uno para quien lo que la ley no podía hacer, por el poder de la pasión, el Evangelio lo ha hecho, de modo que la justicia de la ley es cumplida, lo que la ley requiere es obedecido. "Porque los que son conforme a la carne, ponen su mente en las cosas de la carne; pero los que son conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque la mentalidad de la carne es muerte, pero la mentalidad del Espíritu es vida y paz. Por cuanto la mentalidad de la carne es enemistad contra Dios, porque no se somete a la ley de Dios, ya que ni siquiera puede; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios." Esto es: los que había descrito en el capítulo siete, como según la carne, no pueden agradar a Dios. "Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia." Pero aquí hay un individuo cuyo cuerpo está muerto. Antes el cuerpo tenía el control, y le alejaba del deber y de la salvación; pero ahora el poder de la pasión ha sido subyugado.

Ahora voy a resumir toda la cosa:

(1) La fuerza del lenguaje del apóstol no puede decidir la cuestión, porque usa lenguaje fuerte en los dos lados. Si se objeta que el individuo que describe se "deleita en la ley", dice también que es "carnal, vendido al pecado". Cuando el escritor usa lenguaje fuerte, hay que entenderlo así, para no hacerlo inaplicable o inconsecuente.

(2) Tanto si habla de sí mismo o de otro, o si meramente supone un caso a modo de ilustración, esto no es de importancia respecto a la cuestión.

(3) Es claro que el punto que quiere ilustrar era la reivindicación de la ley de Dios, en cuanto a su influencia sobre la mente carnal.

(4) El punto requería a modo de ilustración, el caso de un pecador convicto de pecado, que conoce la excelencia de la ley, pero en quien las pasiones predominan.

(5) Si esto se dice de la experiencia cristiana no sólo es inaplicable, sino que demuestra lo contrario de lo que se intenta. Él intentaba mostrar que la ley, aunque buena, no podía quebrantar el poder de la pasión. Pero si ésta es la experiencia del cristiano, entonces demuestra que el Evangelio, en vez de la ley, es el que no puede subyugar la pasión y santificar a los hombres.

(6) El contraste entre el estado descrito en el capítulo siete y el que describe el capítulo ocho, demuestra que la experiencia del primero no era la de un creyente.

CONCLUSIÓN

I. Los que encuentran su propia experiencia descrita en el capítulo siete de Romanos no son personas convertidas. Si éste es su carácter habitual, no son regenerados; están bajo convicción, pero no son cristianos.

II. Se ve la gran importancia de usar la ley al tratar con los pecadores, para hacerles valorar el Evangelio, conducirlos a justificar a Dios y condenarse a sí mismos. Los pecadores nunca están verdaderamente arrepentidos a menos que sean convictos por la ley.

III. A1 mismo tiempo, se ve la entera insuficiencia de la ley para convertir a los hombres. El caso del diablo ilustra la mayor eficacia de la ley a este respecto.

IV. Se ve el peligro de confundir los meros deseos por la piedad. El deseo, que no resulta en la decisión recta, no tiene en si nada bueno. El diablo tiene muchos de estos deseos. El peor hombre de la tierra puede desear la religión, y no hay duda que muchas veces la desea, cuando ve que le es necesaria la salvación o controlar sus pasiones.

V. Cristo y el Evangelio presentan los únicos motivos que pueden santificar la mente. La ley sólo redarguye y condena.

VI. Todos los que son verdaderamente convertidos y traídos a la libertad del Evangelio encuentran liberación de la esclavitud de sus propias corrupciones.

Hallan que el poder del cuerpo sobre el alma queda quebrantado. Pueden tener conflictos y pruebas, muchas de ellas severas; pero de modo regular, son librados de la esclavitud de la pasión y obtienen la victoria sobre el pecado y hallan fácil el servir a Dios. Sus mandamientos no les son gravosos. Su yugo es fácil y su carga ligera.

VII. El verdadero convertido halla paz con Dios. Sabe que la tiene. Se goza en ella. Tiene un sentimiento de que su pecado es perdonado, y de victoria sobre la corrupción.

VIII. Se puede ver, por este tema, la verdadera posición de la vasta mayoría de los miembros de las iglesias. Todos están luchando bajo la ley. Aprueban la ley, tanto el precepto como el castigo, se saben condenados y desean alivio. Pero todavía se sienten infelices. No tienen espíritu de oración, no tienen comunión con Dios, no tienen evidencia de adopción. Pueden dar sólo el capítulo siete de Romanos como evidencia. Este capítulo dice: "Ésta es mi experiencia exactamente." Déjame decirte que si ésta es tu experiencia, estás todavía en la amargura y atado por la iniquidad. Te sientes en los lazos de la culpa, abrumado por la iniquidad, y sin duda sabes que es amarga como la hiel. No trates de engañarte suponiendo que con una experiencia así puedes ir y sentarte al lado del apóstol Pablo. Eres carnal todavía, vendido al pecado, y a menos que abraces el Evangelio, eres condenado.

 

 

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