LA VERDAD DEL EVANGELIO

 LA SANTIDAD DE LOS CRISTIANOS EN LA VIDA PRESENTE

The Oberlin Evangelist

18 de enero de 1843

Conferencias por el profesor Finney.

Reportadas para el Evangelist por el Rev. S.D. Cochran

#2

LA NATURALEZA DE LA VIRTUD VERDADERA

 

TEXTO.-- No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.-- Ro. 13:8-10.

TEXTO.-- Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.--Gá. 5:14.

 

En esta conferencia me propongo a mostrar:

I. LO QUE SE INTENTA POR EL TÉRMINO AMOR.

II. LO QUE SE INTENTA ES AMOR TOTAL.

 

I. Lo que se intenta por el término amor.

Es de suma importancia entender el significado bíblico del término amor. Está representado en el texto, y en la Biblia generalmente, como la sustancia de toda religión, y la única preparación para el cielo. ¿Qué puede ser más importante?

1. Observo, entonces, en primer lugar, que el amor requerido en el texto no es lo que generalmente se llama afecto natural o amor de familia. Esto es manifiesto: (1) por el hecho que el afecto natural es involuntario. Es cierto que la voluntad se usa en expresar este amor, pero lo que generalmente se intenta por afecto natural es los fuertes impulsos constitucionales experimentados en los padres hacia sus hijos, hermanos y hermanas, hacia el uno al otro, etc. Pero (2) este afecto natural es común en santos y pecadores, y ciertamente nada puede ser religión que sea común para los impíos como los santos. (3) Y añado, las bestias se pueden incluir.

2. Este amor no es complacencia o estimación. La complacencia es una emoción agradable, o un estado de la sensibilidad que se experimenta cuando vemos algo que, por las leyes de nuestra constitución, es naturalmente grato para nosotros. Por ejemplo, si contemplan una vista hermosa, experimentan una emoción agradable, o deleitosa, por la misma naturaleza de la constitución de ustedes. Es precisamente lo mismo al contemplar la belleza moral. Los hombres están tan constituidos que cuando contemplan un carácter virtuoso, a condición de que no entre en conflicto con su egoísmo, se deleitan en ello--una emoción placentera siempre surge desde luego. Ahora esta complacencia, o estimación del carácter virtuoso, es perfectamente involuntaria; por tanto, no hay virtud en ella. Esto lo sabemos por la conciencia que definí en mi última conferencia que era el conocimiento de la mente de su existencia, actos y estados, y de la libertad o necesidad de estos actos y estados. Por la conciencia entonces sabemos que esta complacencia en el carácter, sea en Dios u otro ser virtuoso, es involuntaria, y el resultado necesario y natural de la constitución mental, cuando es llevada a ciertas relaciones de tales caracteres. De nuevo, esta complacencia no es virtud verdadera, o el amor requerido en la Biblia, porque puede con propiedad ser ejercida sólo hacia el virtuoso, mientras que el amor que la Biblia requiere debe ser ejercido hacia todos. No somos requeridos a ejercer complacencia hacia los pecadores, sería injusto y absurdo si lo fuéramos, ya que deleitarse en un carácter pecaminoso es imposible, pero el texto requiere amor universal. Por tanto, el amor que se requiere y la complacencia no pueden ser idénticos. De nuevo, la complacencia es común en los santos reales, y para los engañados a sí mismos e impenitentes. Mucho mal se ha hecho al negar que los pecadores tienen este sentimiento de complacencia hacia Dios y su ley, cuando de hecho es que saben que lo tienen. Cuando ven el carácter de Dios a un lado de su relación para ellos mismos, no pueden evitarla. Surge por una necesidad natural de la constitución mental. El demonio más perverso en el infierno la experimentaría si pudiera ver el carácter a un lado de sus relaciones para sí mismo. Es absurdo negar que la mente se sienta así, pues si no, tiene que ser inconsistente con sí misma, lo cual no puede ser. Más aún, la complacencia en el carácter virtuoso es consistente con el grado más elevado de perversidad. Está relacionada con un cierto impío que iría hacia el éxtasis al contemplar el carácter de Dios, y ¿quién no ha oído a los perversos insistir en eso que aman a Dios, y es casi imposible de convencerlos que no aman a Dios con cualquier amor virtuoso? ¿Por qué? Porque están conscientes de estas emociones de complacencia hacia él y la confunden por benevolencia real.

3. El amor requerido en el texto no es lo que comúnmente se llama afecto, pues éste es una mera emoción y por tanto involuntario. No sé qué más llamar a un cierto desarrollo de la mente hacia Dios. Las personas con frecuencia exhiben un afecto hacia a Dios, el mismo hacia cualquier otro ser. Lo aman porque él los ama, así como los pecadores peculiarmente aman a aquellos que les hacen bien a cambio. Y no distinguen entre esto y la religión verdadera, pero inmediatamente después de la exhibición más fuerte de ese amor, se aprovechan del prójimo en negocios o exhiben egoísmo en alguna forma.

La verdad es que a menudo consiste en la perversidad más demoniaca, como también con la irreverencia más elevada. Las personas en este estado de mente con frecuencia parecen, al conversar sobre Dios, en sus oraciones a él, y en cada forma, considerar y tratar a Dios como meramente un igual. Seguido he pensado cuán infinitamente insultante para él debe ser la conducta de ellos. De nuevo, este afecto es consistente con cualquier grado de indulgencia de uno mismo. En conexión directa con su ejercicio, las personas con frecuencia muestran su afecto, pero ¿aman? Dicen que aman, pero ¿es benevolencia su amor? ¿Es religión? ¿Puede ser eso religión que no pone restricción a los apetitos y pasiones, o sólo frena algunos, mientras se aferra tenazmente a otros? ¡Imposible!

4. El amor que se intenta en el texto no es sinónimo de deseo. Las personas dicen que desean amar a Dios y amar a su prójimo como a ellos mismos. Sin duda que sí, pero no hay religión en eso, ya que el deseo es constitucional y no tiene carácter moral. Los pecadores tienen el deseo y aún permanecen pecadores, y todos saben que ellos son consistentes con la maldad más elevada. Además, como es un mero deseo, puede existir por siempre y no hace ningún bien. Supongan que Dios desde la eternidad meramente deseaba crear un universo y hacerlo feliz. Si no hubiera ido más allá que eso, ¿qué bien hubiera hecho? Del mismo modo no nos hará nada decir a nuestro prójimo "calentaos y saciaos", pero no dan esas cosas que son esenciales para su bienestar. A menos que realmente queramos lo que deseamos, nunca hará ningún buen efecto.

5. El amor requerido en el texto no es lástima o compasión hacia individuos. Esto es enteramente constitucional, y los hombres son fuertemente ejercitados con él pese a sí mismos. Está relacionado con Whitefield que con frecuencia apelaba a los hombres con tal poder por su orfanato para inducir aquellos para que dieran liberalmente que con anterioridad habían determinado no dar, ni ser influidos por él. La verdad es, su apelación poderosa levantaba la susceptibilidad de lástima a tal grado que ellos daban por defensa propia. Eran llevados a tal agonía que tenían que dar para descargarla, pero tan lejos estaba este mero entusiasmo de ser virtuoso, que quizá esas personas a quien inducía que dieran dinero se decían tontos por haberlo hecho luego que el entusiasmo se apagaba.

6. Ni es el amor requerido en el texto la complacencia en la felicidad de la humanidad. Estamos constituidos tan naturalmente para complacernos en la felicidad de otros, cuando no hay razón egoísta para prevenir. Es la misma tendencia constitucional que produce tal aborrecimiento a lo injusto e injurioso. Por ejemplo, cómo los sentimientos de indignación de los hombres se inflaman y sulfuran por presenciar actos de injusticia. Supongan, en un tribunal de justicia, un juez pervierte la justicia, desvergonzadamente hace mal al inocente, y suelta al culpable. ¿Cómo se sentirá el público? Hubo un caso hace tiempo en una de nuestras ciudades, donde un hombre había sido culpable de una atrocidad flagrante, pero cuando fue llevado ante la corte, la justicia insultó y abusó tanto de la víctima, y mostró una disposición tal para librar al culpable, que la indignación del público se elevó al grado que apenas podía ser detenida de agarrarlo y vengarse de él. Y éstas fueron las personas que no hicieron ninguna pretensión de religión. Así, virtuosos o no, los hombres universalmente aborrecen a un mentiroso o el carácter del diablo. ¿Quién haya contemplado el carácter del diablo, como realmente es, no lo aborrece? Al contrario, los hombres, virtuosos o no, universalmente admiran y se complacen en personajes virtuosos. Tomen, por ejemplo, a los judíos en tiempos de Cristo. Cómo admiraron y manifestaron su complacencia en el carácter de los profetas que habían perecido por la violencia de sus contemporáneos. ¿Cómo fue esto? Pues, ahora veían el verdadero carácter de esos profetas sin sostener una relación tal con su egoísmo como para molestarlos y su complacencia constitucional fue naturalmente despertada en esta forma, pero al mismo tiempo estaban tratando a Cristo de la misma manera que sus padres trataron a esos profetas por la misma razón. Del mismo modo, ahora las multitudes se unen para admirar y alabar a tales hombres como Whitefield, Wesley y Edwards, quienes, si hubieran vivido en sus tiempos, hubieran gritado tan fuerte como lo hicieron sus contemporáneos--"fuera". Ahora, ¿por qué esto? Porque las relaciones de los caracteres de estos hombres al mundo han cambiado ahora, y no se cruzan directamente en el camino de su egoísmo, como lo hicieron mientras vivían. El mismo principio se manifiesta con respecto a la libertad humana. Por ejemplo, hace años, durante la lucha de los griegos por su libertad, qué entusiasmo prevaleció--qué franqueza para ir a ayudarlos. El gobierno apenas podía controlar las olas de entusiasmo a favor de ellos, pero esos mismos hombres, que estaban muy entusiasmados por los griegos, ¡ahora desaprueban cualquier error para quitar la esclavitud de este país! ¿Por qué es esto? Porque, repito, los hombres están tan constituidos que cuando ninguna razón egoísta existe para prevenirla, los hombres naturalmente se complacen en la felicidad y simpatizan con el sufrimiento, pero no hay virtud en eso. Es meramente una emoción natural consistente con la maldad más elevada.

7. El amor requerido no es un buen deseo hacia cualquier individuo. ¿Acaso los pecadores aman a quienes los aman? Aman a sus amistades y compañeros, y lo mismo los espíritus caídos, lo he de saber yo, pero no hay benevolencia es eso.

8. Este amor entonces tiene que ser benevolente, pero ¿qué es la benevolencia? Es la disposición al bien de ser. Los atributos de la benevolencia son:

(1.) Voluntariedad. Pertenece a la voluntad y no a la sensibilidad.

(2.) Otro atributo es el desinterés. Por eso, quiero decir que el bien de ser no es el querer por causa de su reflejo de influencia en el yo, sino por su propia causa. Es reconocer el bien de ser como valioso en sí mismo y estar dispuesto por esa razón. La disposición termina en el bien que se quiere.

(3.) La universalidad es otro atributo de la benevolencia. Va hacia todos los seres. No admite excepciones. Cuando hay un ser capaz de felicidad, la benevolencia quiere su felicidad, según su valor percibido y por su propia causa. Tal es la benevolencia de Dios. Es universal, que abraza en su regazo infinito a todos los seres desde el arcángel más elevado al gorrión que cae al suelo. Ve y realmente quiere la felicidad de cada ser como un bien. En efecto, la universalidad es esencial para la misma naturaleza de la benevolencia, pues si se quiere el bien por su propia cuenta, la benevolencia cubrirá desde luego todo lo bueno conocido.

(4.) Otro atributo es la unidad. La benevolencia es un principio simple. Es todo el corazón--una elección general sin mezcla, como el bien de ser es una unidad--es un solo fin, y la benevolencia es la elección de este único fin.

(5.) Es una elección como se distingue de la volición. La elección de un fin siempre desde luego necesita voliciones para lograr el fin, pero estas voliciones ejecutivas no tienen carácter en sí mismas, y toda virtud o vicio pertenecen a la elección o intención diseñadas para realizarse. Sabemos esto por la conciencia.

(6.) Es una elección también como se distingue del deseo, emoción o sentimiento. Como dije en la conferencia anterior, estamos conscientes de todos los estados de la sensibilidad--todos los deseos, emociones, y pasiones, lo que sea involuntario, por tanto, sin carácter moral. La benevolencia entonces no puede consistir completa o parcialmente en éstos.

(7.) Otro atributo es la actividad y eficiencia. La benevolencia siendo una elección debe ser eficiente. La elección necesita volición. Por ejemplo, supongan que voy al correo tan pronto como sea posible. Mientras la elección permanece, desde luego necesita de las voliciones necesarias para su ejecución. Su mera naturaleza es la actividad.

(8.) La agresividad es otro atributo de la benevolencia. Desde luego, si la benevolencia está dispuesta al bien de ser, quiere la destrucción de lo que prevenga ese bien, y continuamente hace incursiones en cada dirección sobre cada forma de maldad pese a su fortificación. No sólo sale con ímpetu contra tales pecados, como libertinaje, intemperancia u obscenidad, sino toda forma de egoísmo sin importar cuán popular sea.

(9.) La benevolencia es una disposición, o intención definitiva. La intención es la elección de un fin. La benevolencia es la elección del bien supremo de ser, y siendo la elección máxima, como se ilustró en la última conferencia, es desde luego una disposición para promover el bien a lo sumo.

(10.) Es supremo para Dios desde luego. La benevolencia, como se ha dicho, es querer el bien de ser por su propia causa. Desde luego, entonces es querer el bien de cada ser, según su valor percibido, pues es acordado por todos, para ser la definición correcta de virtud que es una disposición para considerar cosas según su relativo valor percibido. Ahora todos deben percibir que la felicidad de Dios es el bien mayor en el universo, y por tanto la benevolencia, como algo común, debe querer supremamente.

(11.) La benevolencia tiene que ser igual para los hombres. No quiero decir que la felicidad de cada hombre es igual a la felicidad de otro hombre o que sea igualmente valiosa. La felicidad de un hombre es de más valor que la felicidad de una bestia. Sería por tanto injusto considerarlos como iguales. Entonces, algunos hombres son más valiosos que otros. Por ejemplo, la vida de Washington era más valiosa que la de un soldado raso; por tanto, si uno de ellos tiene que ser sacrificado, debe ser el de menos valor, pero lo que quiero decir es que el bien de cada ser va a ser considerado según su valor relativo como lo entienden ustedes.

(12.) La benevolencia también considera el bien de los enemigos como de los amigos. El Salvador insiste en eso como esencial para la virtud.

9. Generalmente, se está de acuerdo que este amor es benevolencia y también se está de acuerdo que ésta es la única forma de amor que es voluntario, o puede razonablemente ordenarse. Esto es, y ningún otro tipo de amor es voluntario, todos saben por su propia conciencia. Estamos conscientes que nuestras emociones son todas producidas, no directamente, sino indirectamente. Si un padre, por ejemplo, desea sentir sobre su familia, debe dirigir su atención a ellos. El resultado será que sentirá sobre ellos por una necesidad natural, y sus sentimientos tomarán el tipo de cualquier aspecto en que los vea. Y mientras su atención sea puesta en ellos no puede más que sentir. Lo mismo es con cada forma de amor excepto la benevolencia. El odio se produce y perpetúa del mismo modo. Un individuo se considera lastimado por otro y mantiene su atención en eso; mientras más lo vea, más emociones de odio o indignación se sienten para que cuando se le urja rendirlo dice que no puede. Es cierto que mientras mantenga su mirada en ese objeto en particular--mientras su mente lo incube, no puede, pero puede quitar su atención y así indirectamente remover sus sentimientos de odio o indignación.

10. El amor requerido en el texto debe ser benevolencia como se requiere hacia todos los seres. Esto es manifiesto por lo que hemos ya dicho.

11. El amor de Dios debe ser benevolencia. No puede ser complacencia, pues en vez del sentimiento complaciente hacia los pecadores, debe aborrecer el carácter de ellos. Fue benevolencia entonces que hizo la Expiación y todas las provisiones para la salvación.

12. Ningún otro tipo de amor haría bien. Sin él, Dios nunca habría hecho la Expiación, ni hubiera hecho cualquier otra cosa para asegurar la salvación de los pecadores, ni ningún otro ser moral. Ningún otro amor puede en la naturaleza de las cosas ser universal como la benevolencia, que consiste en querer el bien universal por su propia causa.

13. La benevolencia es natural y universalmente obligatoria, y por tanto debe ser virtud. El bien de ser es valioso, y por tanto el quererlo debe ser virtud. Negar esto es hablar tonterías. Es negar que vamos a tratar las cosas como son o según la naturaleza.

14. Por tanto, la ley de Dios debe requerirla, y sería injusto si no lo hiciera. No puede ser de otra manera que injusto no requerir a todos los seres morales actuar según la naturaleza y relaciones de las cosas.

15. No se requeriría más de los seres morales, como todo lo demás posible para nosotros se desprende su ejercicio de necesidad. Esto se deduce por el hecho que consiste en elección. Si quiero el bien, esto asegurará las voliciones correspondientes, movimientos musculares, deseos y sentimientos como algo normal, y cualquier querer que no lo asegure es imposible para mí. Para producir emociones correctas, tengo que sólo fijar mi atención en los objetos correctos. Si por tanto me enderezo, el todo del hombre será el curso correcto. Sabemos por la conciencia que esa es la influencia de la voluntad.

16. En suma, nada más ni nada menos puede requerirse justamente. El que nada menos pueda requerirse es una intuición cierta de cada ser moral en el universo. Pregunten a quien sea si cada uno no debe ser requerido para querer el bien universal de ser, y si se entienden los términos de su proposición, inmediatamente dirán "sí", "sí", desde lo más profundo de lo rincones de su alma. El que nada más pueda requerirse es intuitivo igualmente. Cuando se afirma que los hombres pueden ser requeridos a hacer cualquier cosa más allá del poder de la voluntad, la naturaleza de cada ser moral clamará en contra como falso. Esto es correcto y no hay nada más correcto.

II. La benevolencia es el todo de la virtud.

1. Hemos visto que este amor es disposición o intención.

2. Sabemos que la intención necesita estados y hechos correspondientes.

3. La virtud consiste en el hecho externo, no en actos mentales necesitados. Debe por tanto consistir en benevolencia y esto la Biblia enseña de muchas maneras.

(1.) En el texto, se afirma que el amor es el cumplimiento de la ley, y que el todo de la ley se cumple en una palabra: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo".

(2.) Es el espíritu de toda la ley como Cristo resumió--"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Amarás a tu prójimo como a ti mismo".

(3.) Es el espíritu de cada precepto de la Biblia. Afirma que "si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo que no tiene"; esto es, una intención correcta obedece el espíritu de la Biblia. Si intentamos bien, la voluntad es tomada para el acto. Supongan que mi intención es hacer todo el bien posible que pueda, pero estoy postrado en cama de modo que logro poco; no obstante, soy virtuoso. Entonces, por un lado, la Biblia me enseña que, si la gente intenta mal, su carácter moral es como su intención, sea lo que hagan. Incluso, si el bien resulta de sus acciones, ningunas gracias a ellos porque no fue su intención.

4. Todos los atributos del carácter cristiano son sólo modificaciones de la benevolencia, pero esto parecerá más plenamente en las siguientes observaciones.

OBSERVACIONES

1. Se puede decir que la Biblia representa nuestras palabras, pensamientos y acciones externas como virtuosas. Respondo:

(1.) La Biblia hace toda virtud estrictamente hablando que consista en amor, y no puede ser inconsistente con ella misma.

(2.) Las palabras, los pensamientos y las acciones externas son y pueden ser virtuosos sólo en el sentido de ser manifestaciones de la benevolencia.

(3.) Lo mismo se puede decir en cuanto a palabras, pensamientos y acciones que se llaman perversas. La Biblia dice que el arado de los malos es pecado. Las palabras, los pensamientos y las acciones son santos o pecaminosos en ningún otro sentido más que ellos indiquen el estado de la voluntad. ¡Una palabra! Un aliento--un movimiento de la atmósfera en el tambor del oído. ¿Puede esto tener carácter en sí mismo? No, pero puede ser una señal del estado de mente de quien lo emita.

2. Vean la importancia infinita de entender que la benevolencia siempre y necesariamente se manifiesta ella misma--que consiste en elección es naturalmente imposible que no lo sea.

3. Vean la naturaleza espuria de cualquier religión que no se manifiesta ella misma en los esfuerzos de hacer el bien. Tal religión es meramente antinomianismo. Puede ser algún tipo de felicidad, pero no es religión.

4. Todos los atributos del carácter cristiano deben pertenecer a la voluntad, así como todos los atributos morales de Dios son sólo modificaciones de la benevolencia. No son modificaciones de la emoción, sino de la voluntad. Su justicia en enviar a los malos al infierno es tanto una modificación de la benevolencia como es su misericordia en llevar al virtuoso al cielo. No hace las dos por la misma razón porque el bien general igualmente demanda ambas. Lo mismo es con todo lo que el cristiano hace.

5. Cuán falsas y peligrosas son las definiciones usuales de estos atributos. Por ejemplo: se habla del amor como un mero sentimiento. De ahí, la religión se representa, en un momento, como ascuas sofocadas; en otro, en una flama tenue, que puede ser avivada hasta que se vuelve una llama. Ahora, esto no el amor que la Biblia requiere, ya que no es nada más que puro sentimiento, e incluso si se produce legítimamente, es sólo el resultado constitucional y natural de la religión y no la religión en sí misma.

También, se habla del arrepentimiento como mera tristeza por el pecado, pero en vez de eso, no consiste en ningún sentimiento. Es un cambio de parecer. Como decimos, cuando nos hemos resuelto hacer una cosa, y cambiamos, y hacemos lo opuesto, decimos en lenguaje popular, "cambié de parecer". Ésta es la idea simple del arrepentimiento. Es un acto de la voluntad, y la tristeza sigue como resultado. Igualmente, la fe es representada como la convicción del intelecto, pero esto no puede ser fe, pues la Biblia en todos lados la representa como una virtud, por tanto, tiene que ser un acto de la voluntad, y no meramente una creencia. Es entregar el alma a Dios. La Biblia dice que Cristo no se entregó a ciertas personas, pues sabía qué había en ellos. No confiaba o ejercía fe en ellos. La palabra entregarse aquí es la misma usada para fe. Pedro dice "entréguense a su fiel Creador y sigan practicando el bien" (NIV). Cuando la mente aprehende el verdadero significado de las características y relaciones de Cristo con el mundo, esto con frecuencia es confundido por fe, pero el diablo puede tener tan buena fe como esa. Ésta es una mera percepción de la verdad por el intelecto, y es, como una condición, indispensable para la fe, pero no es más la fe en sí de lo que un acto del intelecto es un acto de la voluntad.

Del mismo modo, la humildad es representada como un sentido de culpa y desmerecimiento. Ahora, Satanás sin duda es humilde si esto es humildad, y también cada pecador acusado, por una necesidad natural, pero la humildad es la disposición a ser conocido y estimado de acuerdo con el verdadero carácter de ustedes. Estas ilustraciones mostrarán cuán peligroso son los errores prevalentes tocante a los atributos del carácter cristiano.

6. No hay tal cosa como religión, no en ejercicio. Las personas con frecuencia hablan como si ellos tuvieran algo de religión verdadera en ellos, aunque están conscientes de no ejercer ninguna. Tienen una buena religión suficiente para estar seguros, pero no está en operación en este momento. Ahora, esto es un error radical.

7. Cuántas personas están viviendo de formas y sentimientos, y sin embargo permanecen perfectamente egoístas.

8. Muchos están satisfechos sin predicación, pero tales alientan la existencia de ciertas emociones alegres. Éstos son una clase de epicúreos. Cuando predicamos para descubrir las raíces de egoísmo y detectamos sus obras secretas, no son alimentadas. Dicen que esto no es el evangelio, que les dejen tener el evangelio, pero ¿qué quieren decir con evangelio? Pues simplemente esa clase de verdades que crean y atizan una flama de emociones. Y aquellos que necesitan más ser escudriñados son con frecuencia los menos dispuestos para soportar el sondeo. Hacen de su religión que consista en emociones, y si éstas son quitadas ¿qué les queda? De ahí que se agarran de ellas hasta morir. Ahora, déjenme decir que esas emociones no tienen ni una pizca de religión ellos, y aquellos que quieren simplemente esa clase de verdades que alienten su existencia son meros epicúreos religiosos, y su postura del evangelio es puro antinomianismo. Si el mundo estuviera lleno de una religión así, no sería nada mejor para ella.

9. La religión es la causa de la felicidad, pero no es idéntica a ella. La felicidad es un estado de la sensibilidad, y desde luego involuntaria, mientras la religión es benevolencia, por tanto, acción poderosa.

10. Los hombres pueden trabajar sin benevolencia, pero no pueden ser benevolentes sin las obras. Muchas personas se despiertan ocasionalmente, alardean y se hacen reuniones prolongadas, y esfuerzos poderosos para trabajar hacia un estado correcto de sentimiento a fuerza de mera fricción, pero nunca tienen el espíritu correcto así, y su obra es mera legalidad. No es mi intención condenar reuniones prolongadas, ni esfuerzos especiales para promover la religión, sino condeno una ocupación legalista en estas cosas, pero mientras las personas trabajen sin la benevolencia, es también seguro que, si son benevolentes, trabajarán. Es imposible que la benevolencia deba ser inactiva.

11. Si toda virtud consiste en intención máxima, entonces debe ser que podemos estar conscientes de nuestro estado espiritual. Ciertamente podemos saber a qué estamos apuntando. Si nuestra conciencia no nos revela eso, no puede revelar nada acerca de nuestro carácter. Si el carácter consiste en nuestra intención máxima, y si no podemos estar conscientes de lo que es intención, se deduce necesariamente que no sabemos nada sobre nuestro carácter.

12. Podemos ver qué vamos a indagar en nuestras horas de examinación de uno mismo. Nuestra investigación no debe ser cómo nos sentimos, sino por cuál fin vivimos--cuál es el objetivo de nuestras vidas.

13. Cuán vana es la religión sin amor. Aquellos que tiene una religión así son continuamente azotados por la conciencia para la realización del deber. La conciencia está como un capataz de la obra, con látigo en la mano, indicando el deber, y dice que no debe ser omitido. El corazón echa para atrás su realización, pero aún debe hacerse o un mal peor prevalecerá. El alma titubeante revive la resolución de cumplir al pie de la letra el requerimiento, mientras no haya consentimiento en su espíritu, y así la esclavitud miserable es sustituida por la obediencia alegre de corazón.

14. Debo terminar diciendo que la benevolencia naturalmente llena la mente de gozo y paz. La mente fue hecha para ser benevolente, y cuando está en armonía consigo misma, con Dios y el universo. Quiere lo que Dios quiere; por tanto, natural y alegremente actúa de su voluntad. Ésa es su elección. Es como algún instrumento celestial cuyas cuerdas son tocadas por alguna mano angelical que hace música para el oído de Dios. Por el contrario, un egoísta es necesariamente, de la naturaleza de la mente, un miserable. Su razón y conciencia continuamente afirman sus obligaciones con Dios y su universo, con el mundo y la Iglesia, pero nunca quiere estar en concordancia con él, y así se mantiene una guerra continua. Su mente es como un instrumento desafinado y tieso. En vez de armonía, es sólo disonancia y hace música sólo apta para mezclarse con los gemidos de los condenados.  

 

 

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