LA VERDAD DEL EVANGELIO

DESCANSANDO EN OBEDIENCIA

por Charles G. Finney

 

"Pero los que hemos creído entramos en el reposo" --Hebreos 4:3.

El apóstol que escribió esto fue muy activo en la Iglesia. Aquellos de quien habló, incluyendo él mismo--"Pero los que hemos creído entramos en el reposo"--sabían de inmediato que no habían entrado en el reposo de inactividad. 

Tampoco iban a entender que el reposo perfecto del cielo es el reposo del que se habla aquí. Habla de él como un estado presente: "entramos". El reposo perfecto del cielo incluye libertad absoluta de todas las molestias, pruebas, sufrimientos y tentaciones de esta vida. El reposo del creyente aquí puede ser de la misma naturaleza, sustancialmente, con el reposo del cielo, pero ese reposo que empezó en la tierra no es hecho perfecto. Difiere porque no nos libra de todas las pruebas, molestias, enfermedad, o muerte. Los apóstoles y los primeros cristianos no escaparon de estas pruebas, sino incluso sufrieron su parte correspondiente.

La palabra reposo se usa con frecuencia en la Biblia. Los hijos de Israel descansaron cuando fueron librados de sus enemigos y lucha de la guerra. Aquellos que entraron en ese reposo dejaron la contienda con Dios, su lucha contra la verdad, y su guerra con su propia conciencia. Los reproches de conciencia que los mantenían en agitación y los temores serviles de la ira de Dios son suprimidos. Ellos descansan.

EL CESE DE LAS OBRAS EGOÍSTAS

Mucha religión en el mundo es hecha de las propias obras de la gente. Están trabajando por sus propias vidas--esto es, están trabajando por ellos mismos tan absolutamente como el hombre que trabaja por su pan. Si el objeto de la fe de ustedes es su propia salvación, no importa si es ruina temporal o eterna, es para ustedes mismos. No han cesado de sus obras sino aún las están multiplicando.

El reposo del que se habla en el texto es el cese completo de este tipo de obras. El apóstol afirma esto: "Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras" (Hebreos 4:10). Y en el texto, dice, "los que hemos creído entramos en el reposo" o hemos entrado "en el reposo".

El reposo es el cese de nuestras propias obras, no el cese de todo tipo de obras, pues eso no es cierto ni de los santos en la tierra o ni de los santos en el cielo. No tenemos razón para creer que cualquier santo, ángel, o Dios mismo, esté inactivo, sino dejamos de realizar obras meramente para salvar nuestras almas. Al cesar de trabajar para nosotros mismos, podemos trabajar para Dios. Si la pregunta de nuestra salvación es arrojarse enteramente a Jesucristo y nuestras obras son realizadas por amor, no son nuestras propias obras.

Al entrar en ese reposo, cesamos de todas las obras realizadas por nosotros mismos como también de las obras realizadas para nosotros mismos. Las obras son de nosotros mismos cuando resultan de los principios simples y naturales de la naturaleza humana, tales como conciencia, esperanza, temor, etc., sin las influencias del Espíritu Santo. Tales obras son universales y totalmente pecaminosas. Son los esfuerzos del egoísmo, bajo la dirección de meros principios naturales. Nuestra conciencia nos acusa, y la esperanza y el temor vienen a nuestro auxilio. Bajo esas influencias, actúa la mente carnal y egoísta.

La gente que practica su propia justicia dolorosamente tritura la religión, constreñida por esperanza y temor, azotada por la obra de la conciencia. No tienen el menor impulso de ese principio divino del amor de Dios derramado ampliamente en el corazón por el Espíritu Santo. Todas esas obras son sólo tan de ellas mismas como es cualquier obra del diablo. No importa qué clase de obras es realizada, si el amor de Dios no es la fuente principal, la vida, y el corazón, entonces están muertos y no proporcionan descanso. Estas obras ponen a un lado el evangelio.

El individuo que actúa por estos principios pone a un lado el evangelio, en todo o en parte. Si es motivado por sólo estas consideraciones, pone a un lado el evangelio completamente. Mientras sea influenciado por ellas, rehúsa recibir a Cristo como su Salvador en esa relación. Cristo es ofrecido como un Salvador completo--nuestra sabiduría, santificación y redención. Si cualquiera hace caso omiso del Salvador en cualesquiera de estas funciones, está poniendo a un lado el evangelio en proporción.

Entrar en el reposo implica que cesamos de hacer cualquier cosa por nosotros mismos. No vamos siquiera a comer o beber para nosotros mismos: "Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios" (1 Corintios 10:31). Dios lo requiere, y el que ha entrado en el reposo ha cesado de tener cualquier interés suyo. Ha completamente fusionado su propio interés con el de Cristo. Se ha dado a sí mismo tan perfectamente a Cristo que no tiene obra suya para hacer. De una vez que se siente hasta que esté en el infierno intentando salvarse él mismo por sus propios esfuerzos. Cuando un hombre entiende eso completamente, cesa de hacer esfuerzos de esa manera. El pecador condenado se esforzará por ayudarse a sí mismo hasta que aprende que no es nada. Entonces, cesa de todo eso y se arroja, desamparado y perdido, a las manos de Cristo.

Hasta que sienta que en él mismo está sin fuerza, ayuda, o esperanza para salvación, nunca pensará en la simplicidad del evangelio. Ningún hombre aplica a Cristo para justicia y fortaleza hasta que se ha consumido y siente que está desamparado y deshecho. Entonces, puede entender la simplicidad del plan del evangelio, que consiste en recibir la salvación por fe, como un don gratuito. Cuando ha hecho todo lo que pudo, se encuentra que no está más cerca de la salvación, y que el pecado se multiplica en pecado, es aplastado con completa inutilidad y da todo en la mano de Cristo.

ENTREGARSE A SÍ MISMO A JESÚS

Todo aquel que ha entrado en el reposo sabe que lo que haga en su propia fuerza es una abominación a Dios. A menos que Cristo viva en él para querer y hacer su buena voluntad, nada es jamás hecho aceptable para Dios. El que no ha aprendido esto no ha cesado de sus propias obras y no ha aceptado al Salvador. La profundidad de la depravación a la que el pecado nos ha reducido no es entendida hasta que sabemos que no podemos trabajar para nosotros mismos.

Jesús nos invita a echar nuestras cargas y afanes en él. "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mateo 11:28). "Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros" (1 Pedro 5:7).

Estas palabras significan como dicen. Si la carga de ustedes es temporal o espiritual, si el cuidado de ustedes es por el alma o cuerpo, échenlo todo en el Señor.

Imaginen a un niño que camina con su padre. El padre está cargando algo que está pesado, y el niño se agarra de su mano para ayuda, pero ¿cómo puede cargar tal peso? Muchos cristianos causan mucho problema al tratar de ayudar al Señor en su obra. Se fatigan y preocupan como si todo recayera en sus hombros.

Jesucristo esta tan comprometido con el creyente por todo aquello que le apura como está por la justificación de él. El Señor está absolutamente ligado tanto a sus intereses temporales como los eternales. Todo lo que concierne al cristiano puede ser echado en el Señor. No quiero decir que el cristiano no tenga ninguna responsabilidad en el asunto. Un hombre que ha puesto a su familia en Jesús tiene aún que ver por su familia, pero se ha arrojado a Dios para dirección, luz, fuerza, éxito. Se ha rendido absolutamente a Dios para que lo guíe y sostenga, y Cristo verá que todo se haga bien.

Entrar en el reposo implica rendir nuestros poderes tan perfectamente al control de él que desde ese punto todas las obras serán las obras de Dios. Espero que no entiendan cualquier cosa de este lenguaje más místico que la Biblia intenta. Lo que hace un hombre por otro, lo hace él mismo. Si contrato a un hombre para que cometa asesinato, el hecho es tan absolutamente mío como si lo hubiera ejecutado de mi propia mano. El crimen está tanto en la mano del que asestó el golpe como del cuchillo que apuñala a la víctima. El crimen está en mi mente. Incluso si uso la mano de otro, mi mente lo influenció y aún es acto mío.

Apliquen este principio a la doctrina que el individuo que ha entrado en el reposo se ha rendido a sí mismo al control de Cristo, y todas sus obras son las obras de Jesús. El apóstol Pablo dice, "he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo" (1 Corintios 15:10). Con frecuencia insiste que no fue él mismo que hizo las obras sino Cristo en él.

No lo malentiendan ahora. No crean que el creyente actúa compulsivamente o que Cristo actúa en él sin su propia voluntad, sino Cristo, por su Espíritu que mora en él, influye y guía su mente para que actúe voluntariamente para agradar a Dios.

Cuando uno cesa de sus propias obras, tan perfectamente rinde su propio interés y voluntad y se pone bajo el dominio y guía del Espíritu Santo que lo que haga es hecho por el impulso del Espíritu Santo. Pablo lo describe exactamente: "ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad (Filipenses 2:12-13).

Dios influye la voluntad, no por fuerza sino por amor, para hacer lo que le agrade. Si fuera hecho por fuerza, no seríamos agentes libres, pero es el amor que dulcemente influye la voluntad y la lleva enteramente bajo el control del Señor Jesucristo.

Nuestra voluntad no es suspendida, sino empleada por el Señor Jesucristo. Nuestras manos, pies y poderes del cuerpo y mente son todos empleados para trabajar para él. No suspende las leyes de nuestra constitución sino nos dirige, y el amor de Cristo nos hace querer y hacer su buena voluntad.

Todas las obras que son realmente buenas en el hombre son, en un sentido importante, las obras de Cristo. Una y otra vez la Biblia afirma que nuestras buenas obras no son de nosotros mismos o de cierta forma por nuestra propia acción sin Dios. Dios nos dirige e influye nuestra voluntad para hacer la suya. Son en un sentido nuestras obras porque las hacemos voluntariamente, pero, en otro sentido, son sus obras porque es la causa motriz de todo.

En la medida que rendimos nuestra voluntad a Cristo, a ese grado cesamos de pecar. Si somos dirigidos por el Señor, no nos dirigirá para pecar. Hasta que nos rindamos a Dios, cesaremos de pecar. Si somos controlados por él, para que obre en nosotros, es querer y hacer su buena voluntad.

EL VERDERO REPOSO DE LA FE

Los creyentes entran en reposo en esta vida. Esto parece por el texto y contexto. El autor de Hebreos, en conexión con el texto, estaba razonando con los judíos. Les advierte de estar prevenidos a menos que fallen para entrar en el verdadero reposo, tipificado por la entrada de sus padres a la tierra Canaán. Los judíos supusieron que era el verdadero reposo, pero el autor argumenta que había un reposo más elevado del cual el reposo del Canaán temporal era sólo un tipo. Los judíos pudieron haber entrado a este reposo excepto por su incredulidad.

Si Josué les había dado el verdadero reposo, no habría hablado de éste otro día, pero de otro día se habla al respecto. Incluso en los tiempos de David se habla del reposo en los salmos como que vendrá: "Hoy, diciendo después de tanto tiempo, por medio de David, como se dijo: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones. Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día. Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios" (Hebreos 4:7-9).

Por tanto, argumenta que el reposo en Canaán no fue el reposo real prometido sino un tipo del verdadero reposo. ¿Qué entonces fue el verdadero reposo? Fue el reposo de la fe en Cristo, un cese de nuestras obras. Y los creyentes entraron en ese estado por la fe.

Mucha gente supone que el reposo del que se habla es el reposo celestial más allá de esta vida, pero es ciertamente un reposo que empieza aquí. "Los que hemos creído entramos en el reposo". Empieza aquí, pero se extiende a la eternidad. Ahí será más perfecto en grado, acogiendo la libertad de las tristezas y pruebas a las que los creyentes están sujetos en esta vida, pero es el mismo reposo de la fe, el guardar el día de reposo del alma cuando cesa de su propia obra y se arroja al Salvador.

La fe es esencial para tomar posesión de este reposo. El autor de Hebreos les advierte que no caigan en incredulidad porque por la fe pueden tomar posesión inmediata del reposo. Si este reposo por la fe empieza, tiene que ser en este mundo. Jesús dijo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mateo 11:28-29). Se nos dice que, si sólo vamos a Cristo, encontraremos reposo. Si tomamos su yugo de amor y confiamos en él para que lleve todas nuestras cargas, encontraremos reposo.

El salmista habla del mismo reposo: "Vuelve, oh alma mía, a tu reposo" (Salmo 11:7). ¿Qué cristiano no sabe lo que es tener paz en Cristo y encontrar reposo de todos los afanes, perplejidades y tristezas de la vida?

La fe en Cristo lleva al alma en reposo. ¡La fe instantáneamente rompe el temor servil y lleva al alma a la libertad del evangelio! Nos hace libres del egoísmo y otras influencias bajo las que antes actuábamos. Por la fe, confiamos en Cristo para guiarnos, santificarnos y justificarnos. El alma no ve la necesidad por sus propios esfuerzos egoístas. En sí misma, el alma está tan alejada en pecado que es tan irremediable como si hubiese estado en el infierno mil años. Tómese el mejor cristiano en la tierra--si el Señor deja su alma, ¿dónde está? ¿Orará o hará algo bueno o aceptable para Dios sin Cristo? Nunca. El santo más grande en la tierra inmediatamente iría directamente de regreso a pecar si fuese abandonado por Cristo, pero la fe arroja todo a Cristo, y eso es reposo.

PRINCIPIOS DE FE

La fe nos hace cesar de todas las obras para nosotros mismos. Por la fe vemos que no tenemos más necesidad de hacer obras para nosotros mismos que un hijo cuyo padre vale millones necesita para trabajar por el pan de cada día. Puede trabajar por amor a su padre o amor a su trabajo, pero no por la necesidad de trabajar por su pan de cada día. El alma que verdaderamente entiende el evangelio no ve la necesidad de mezclar su propia justicia con la justicia de Cristo, su sabiduría con la sabiduría de Cristo, o sus propios sufrimientos con los sufrimientos de Cristo. Si hay cualquier necesidad de esto, sería mucha tentación al egoísmo y para trabajar por motivos legales, pero no hay ninguna.

Por la fe el alma deja todas las obras realizadas de sí misma. La fe trae un nuevo principio en acción, enteramente sobre todas las consideraciones dirigidas a los principios naturales de esperanza, temor, y conciencia. La fe trae a la mente bajo la influencia del amor. Toma el alma bajo las influencias de la conciencia y la trae bajo la influencia del mismo principio santo y celestial que influyó a Jesús mismo.

La fe trae a la mente a reposo y la trae para dejar todos los esfuerzos meramente por su propia salvación, poniendo todo el ser en las manos de Cristo.

La fe es confianza, rindiendo todo nuestro poder e intereses para Cristo para ser guiados, santificados y salvados por él. Aniquila el egoísmo y así no deja motivos de nuestras propias obras.

La fe es un reposo absoluto del alma en Jesús por todo lo que se necesita o puede necesitarse. Es confiar en él para todo. Si un pequeño no confiara en su papá, sería miserable. Es absolutamente dependiente de su padre para casa, comida, ropa, y todo debajo del sol. Mas ese pequeño no siente ansiedad porque confía en su papá. Descansa en él y está seguro de que proveerá. Es tan feliz y alegre como si tuviera todas las cosas en él mismo porque tiene confianza.

El alma del creyente descansa en Cristo, así como el infante lo hace en los brazos de su madre. El pecador impenitente, como un miserable condenado, se agarra de Cristo sin la menor ayuda o esperanza. Sólo cuando viene a Cristo solo hará Él hará todo lo que se necesita.

Si la fe no consiste en esta confianza absoluta en Cristo, entonces es cierto que este reposo toma posesión cuando creemos. Tiene que ser en esta vida, si la fe es para ejercerse en esta vida.

La incredulidad es la causa de todo pecado en el mundo. La incredulidad, en sí misma un pecado, es la fuente de la cual todos los otros pecados fluyen. Es suspicacia en Dios o falta de confianza. Esta falta de confianza constituyó el crimen real de Adán, no el simple comer del fruto. La suspicacia que llevó al acto externo constituyó el crimen real, por el cual fue echado él del Paraíso.

El momento que a un individuo le falta fe y es dejado a la simple influencia de los principios y apetitos naturales, es como una bestia. Las cosas que dirigen a la mente a través del sentido solo lo influyen. Los motivos que influyen la mente cuando actúa bien son discernidos por fe. Cuando no hay fe, no hay motivos ante la mente excepto aquellos confinados a este mundo. El alma está entonces para rendirse a sí misma a la carne.

Esto es el resultado natural e inevitable de la incredulidad. El ojo se cierra a las cosas eternas, y nada ante la mente es calculado para concebir cualquier cosa más que egoísmo. Dejado a denigrarse en el polvo, nunca puede levantarse por encima de sus propio interés y apetitos, pues ¿cómo puede la mente actuar sin motivos? Mas los motivos de la eternidad son vistos por fe. Los meros apetitos mentales y corporales nunca pueden levantar a la mente por encima de las cosas de este mundo, y el resultado es pecado--ir en pos de la carne por siempre. En el momento que Adán desconfió de Dios, se rindió para seguir sus apetitos, y lo mismo es para todas las otras mentes.

Supongan que un niño pierde toda confianza en su padre. Ahora no puede rendir ninguna obediencia sentida. Si pretende obedecer, es sólo desde el egoísmo y no del corazón. La fuente y esencia de toda obediencia amorosa se va. Sería así en el cielo; es así en el infierno. Sin fe, es imposible agradar a Dios. No podemos obedecer a Dios y ser aceptado por él sin fe. La incredulidad es la fuente de todo pecado en la tierra y el infierno, y el alma que es nula de fe es dejada a realizar su propia perdición.

DESCANSANDO EN JESUS

La fe perfecta producirá amor perfecto y santidad perfecta, si nos rendimos a nosotros mismos y confiamos que todo lo que tenemos y somos a Cristo. Si un individuo no es santificado, su fe es débil.

Cuando Cristo estaba en la tierra, si sus discípulos caían en pecado, siempre les reprochaba por una falta de fe: "hombres de poca fe", (véase Mateo 6:30, 8:26; Lucas 12:28; Marcos 4:40, etc.). Un hombre que cree en Cristo no tiene más derecho a esperar pecar que uno que tiene derecho a esperar a ser condenado. Se podrán ustedes alarmar por esto, pero es cierto.

Van a recibir a Cristo como su santidad así tan absolutamente como para la justificación de ustedes. Deben esperar ser condenados a menos que reciban a Cristo como su justificación. Mas si lo reciben, no tienen razón y no tienen derecho a esperar ser condenados. Si dependen de él para santificación, no los dejará pecar más ni los dejará irse al infierno. Y es irrazonable, nada escritural, y perverso esperar uno como el otro. Nada más que incredulidad, en cualquier instancia, es la causa de su pecado.

Tomen el caso de Pedro. Cuando los discípulos vieron a Jesús caminar sobre el agua, Pedro pidió permiso para ir a él sobre el agua. Cristo les dijo que fuera. La invitación de Jesús fue una promesa de eso, si Pedro lo intentaba, sería sostenido. Excepto por esa promesa, su intento hubiera sido tentar a Dios. Mas con esta promesa, no tenía razón y ningún derecho a dudar. Hizo el intento, y mientras creía, la energía de Jesús lo llevaba, pero tan pronto empezó a dudar, se empezó a hundir.

Tan pronto como el alma empieza a dudar la disposición y el poder de Cristo para sostenerla en un estado de amor perfecto, empieza a hundirse. Tómenle la palabra, háganlo responsable, y confíen en él. El cielo y la tierra pasaran más pronto que él ignore un alma que cae en pecado.

Un estado de inacción es inconsistente con el descanso cristiano. ¿Cómo puede haber reposo para alguien cuyo corazón estaba ardiendo y brotando de amor a Dios y las almas para sentarse y no hacer nada? Mas es reposo perfecto para el alma arder en oración y esfuerzo para la salvación de ellas. Un alma así no puede descansar mientras Dios es deshonrado, las almas destruidas, y nada se hace para su salvación. Mas cuando todos sus poderes se usan para el Señor Jesucristo, éste es reposo verdadero. Tal es el reposo disfrutado por los ángeles, que nunca cesa, día o noche, y que son todos espíritus que ministran a los herederos de la salvación.

"Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado" (Hebreos 4:1).

¿Alguno de ustedes sabe lo que es ir a Cristo y descansar en él? ¿Han encontrado reposo de todos sus esfuerzos para salvarse a sí mismos de los truenos del Sinaí y las aguijones de la conciencia? ¿Puede descansar dulcemente en Jesús y encontrar todo esencial para la santidad y salvación eterna en él? ¿Han encontrado la salvación real en él?

Si lo han hecho, entonces han entrado en el reposo. Si no la han encontrado, es porque aún están trabajando para realizar las propias obras de ustedes.

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