LA VERDAD DEL EVANGELIO

TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

por Charles G. Finney

 

Capítulo 3

Obligación Moral

El hombre es un sujeto de la obligación moral

 

No se ha puesto en duda, hasta donde yo sé, que el hombre tenga intelecto y sensibilidad, o los poderes de saber y sentir. En teoría, la libertad de la voluntad en el hombre ha sido negada. Sin embargo, los mismos que niegan esto han en su juicio práctico asumido la libertad del libre albedrío humano, también y tan plenamente como los más aguerridos defensores de la libertad humana de la voluntad. Ciertamente, nadie pudo o podrá, en la práctica, poner en duda la libertad de la voluntad humana que sería precisamente sin justamente incurrir en el delito de locura. Por una necesidad de su naturaleza, cada agente moral sabe que él mismo es libre. No puede esconder este hecho de él mismo, o razonar él mismo fuera de la convicción de su verdad, que del que pueda especular él mismo hacia una duda de su propia existencia. Puede negar, al especular, cualquiera, pero en el hecho conoce ambos: El que él es, el que él es libre, son verdades bien conocidas por igual y sabidas precisamente en la misma manera, a decir, que las intuye--las ve en su propia luz, en virtud de la constitución de su ser. He dicho que el hombre está consciente de poseer poderes de un agente moral. Tiene también de lo valioso, de lo correcto y de lo incorrecto; de esto está consciente. Pero nada más es necesario para constituir al hombre o a otro ser en un sujeto de obligación moral, y la posesión de estos poderes junto con la luz necesaria en los sujetos morales para desarrollar la idea mencionada.

El hombre, por una ley de la necesidad, afirma él mismo estar bajo obligación moral. No puede dudarlo. Afirma total y necesariamente que es loable o no loable como benevolente o egoísta. Todo hombre asume esto de él mismo y todos los hombres cuerdos. Esta suposición es tan irresistible como universal.

La verdad asumida entonces no se pone en duda. Mas si fuera puesta en duda en teoría, permanecería todavía, y debe permanecer, mientras la razón permanezca, una verdad de cierto conocimiento de la presencia de que hay y no puede haber escape. La afirmación espontánea, universal, e irresistible de que los hombres cuerdos son loables o no loables mientras sean benevolentes o egoístas muestra más allá de la contradicción de que todos los hombres se consideran a sí mismos, y a otros, sujetos de obligación moral.

Amplitud de la obligación moral

Por esto se quiere decir, ¿a cuáles actos y estados mentales se extiende la obligación moral? Esto es ciertamente una pregunta solemne, fundamental e importante. En la examinación de esta pregunta, investiguemos primero qué actos y estados mentales de obligación moral no pueden extenderse directamente:

1. A acciones externas o musculares. Estas acciones están conectadas con las acciones de la voluntad por una ley de la necesidad. Si quiero mover mis músculos, deben moverse a menos que los nervios del movimiento voluntario se paralicen, alguna resistencia se le ofrezca al movimiento muscular que domina la fuerza de mi voluntad o de mis músculos. Se entiende por lo regular y se concuerda que la obligación moral no está directamente extendida a la acción corporal o externa.

2. A los estados de la sensibilidad. He subrayado que estamos conscientes de que nuestros sentimientos no son voluntarios, sino que son estados mentales involuntarios. La obligación moral no puede, por tanto, extenderse directamente a ellos.

3. A los estados del intelecto. Sabemos de los fenómenos de esta facultad por la conciencia para estar bajo la ley de necesidad. Es imposible que la obligación moral deba extenderse directamente a cualquier acto involuntario o estado de la mente.

4. A los actos no inteligentes de la voluntad. Hay muchas voliciones no inteligentes, o actos de la voluntad a la que la obligación moral no puede extenderse; por ejemplo, las voliciones de los maníacos o de los infantes antes de que la razón sea desarrollada. Deben al nacer ser sujetos de volición al tener movimiento y acción musculares. Son también de este carácter las voliciones de los sonámbulos. Voliciones puramente instintivas deben también estar bajo esta categoría de acciones no inteligentes de la voluntad. Por ejemplo, una abeja se pone en mi mano, instintivamente y de inmediato la quito. Piso fierro caliente e instintivamente quito mi pie. Ciertamente, hay muchas acciones de la voluntad que ponen cierta influencia para querer o no querer. Éstas no pueden tener carácter moral y por supuesto la obligación moral no se extiende a ellas.

Investigamos en segundo lugar a cuáles actos y estados de la mente la obligación moral puede extenderse:

1. A los actos soberanos de la voluntad. Éstos son y deben ser libres. Como se ha observado, los actos inteligentes de la voluntad son de tres tipos. Primero, la elección de algún objeto por su propia causa, es decir, por su propia naturaleza o por las razones encontradas exclusivamente en sí misma, como por ejemplo, a felicidad de ser. A estas se le llaman elecciones soberanas o intenciones. Segundo, la elección de las condiciones y medios para asegurar el objeto de la elección soberana, como por ejemplo la santidad como las condiciones o medios para la felicidad. Tercero, voliciones o esfuerzos ejecutivos para asegurar el objeto de la elección soberana. La obligación debe extenderse a estas tres clases de acciones de la voluntad. En el sentido más estricto y propio se puede decir que la obligación se extiende directamente sólo a la intención soberana.

La elección de un fin necesita la elección de las condiciones conocidas y los medios para asegurar este fin. Yo soy libre de renunciar en cualquier momento a mi elección de un fin, pero mientras persevere en la elección o la intención soberana, no soy libre de rehusar las condiciones y los medios necesarios y conocidos. Si rechazo las condiciones y los medios necesarios y conocidos, en este acto yo renuncio a la elección del fin. El deseo del fin puede permanecer pero no la elección cuando la voluntad rechaza intencionalmente las condiciones y los medios necesarios y conocidos. En este caso, la voluntad prefiere dejar el fin en vez de escoger y usar las condiciones y los medios conocidos. En el sentido más estricto, la elección de condiciones y de medios conocidos junto con las voliciones ejecutivas está implicada en la intención soberana o en la elección de un fin.

Cuando el bien o el valor de sí mismo son percibidos por un agente moral, instantánea y necesariamente sin condición afirma su obligación de elegirlo. Esta afirmación es directa, absoluta y universal o sin condición. Si afirma él mismo estar bajo obligación de aplicar los esfuerzos para afianzar el bien, debe depender sobre su consideración de tales actos como necesarios, posibles y útiles. La obligación, por tanto, para aplicar la elección soberana es en el sentido más estricto directa, absoluta y universal.

La obligación para elegir la santidad (como la santidad de Dios) como medio de felicidad es indirecta en el sentido de que está condicionada, primero, en la obligación para elegir como un bien en sí mismo, y segundo, en el conocimiento de que la santidad es el medio necesario de felicidad.

La obligación para aplicar voliciones ejecutivas también es indirecta en el sentido de que está condicionada, primero, en la obligación de elegir un objeto como un fin, y segundo, en la necesidad, la posibilidad y la utilidad de tales actos.

Debe observarse aquí que la obligación de elegir un objeto por su propia causa implica, por supuesto, la obligación de rechazar su opuesto, y la obligación de elegir las condiciones de un objeto valioso intrínsecamente por su propia causa implica la obligación de rechazar las condiciones y los medios de lo opuesto de este objeto. Además, la obligación de utilizar medios para asegurar un objeto valioso intrínsecamente implica la obligación de utilizar medios si fuera necesario y posible para prevenir lo opuesto de este fin. Por ejemplo, la obligación de querer la felicidad por su valor intrínseco implica la obligación de rechazar las condiciones de miseria. La obligación para utilizar los medios para promover la felicidad de ser implica la obligación para utilizar medios si fuera necesario y práctico para prevenir la miseria de ser.

De nuevo, la elección de cualquier objeto, ya sea como fin o como medio, implica el rechazo de su opuesto. En otras palabras, elección implica preferencia. El rehusar es propiamente solo la elección en una dirección opuesta. Por esta razón, al hablar de acciones de la voluntad, ha sido común omitir la mención de nada o rehusar, ya que tales actos están incluidos propiamente en las categorías de elecciones y voliciones. También debe observarse que la elección o el querer necesariamente implica un objeto elegido, y que este objeto debe ser tal que la mente lo pueda considerar ya sea intrínsecamente valioso o relativamente valioso o importante. La mente debe tener razón para elegir, puesto que la elección debe consistir en un acto inteligente. No puede escoger sin ninguna razón porque es lo mismo que elegir sin un objeto de elección. Una mera abstracción sin ninguna importancia intrínseca percibido o asumida o de relativa importancia para cualquier ser en existencia no puede ser un objeto de elección ya sea soberano o ejecutivo. La razón máxima que la mente tiene para elegir es de hecho el objeto de elección y donde no hay razón no hay objeto de elección.

2. He dicho que la obligación moral considera en el sentido más estricto la intención directamente. Ahora estoy listo para decir que ésta es una primera verdad de la razón. Es una verdad necesaria y universalmente asumida por todos los agentes morales, no obstante sus especulaciones a lo contrario en algún aspecto. Esto es evidente por las siguientes consideraciones:

(1.) Niños muy pequeños saben y asumen esta verdad universalmente. Siempre lo consideran una vindicación suficiente de ellos mismos cuando se les acusa de algo malo dicen: "No quise hacerlo," o si se les acusa de una falta dicen "Quise o intenté hacerlo, lo pensé." Si esto es cierto, asumen ser todo suficientes de vindicación de ellos mismos. Saben que esto, si se les cree, deben ser considerados como una excusa suficiente para justificarlos en todo caso.

(2.) Cada ser moral necesariamente considera una excusa tal como una justificación perfecta en el caso que la excusa se haya hecho con sinceridad y verdad.

(3.) Es un dicho tan común como son los hombres, y tan verdadero como común que los hombres serán juzgados por sus motivos, es decir, por sus intenciones. Es imposible para nosotros no acceder a esta verdad. Si un hombre se propone hacer mal, aunque por coincidencia, nos haga bien, no lo excusamos, sino lo tenemos por culpable del crimen que él intentaba. Del mismo modo, si él quería hacernos bien, y por coincidencia nos hace mal, no podemos condenarlo porque su intención y esfuerzo fue hacernos bien, no podemos culparlo aunque haya resultado en mal para nosotros. Se le podrá culpar por otras cosas relacionadas con el asunto. Puede venir a nuestra ayuda muy tarde y culpársele por no llegar cuando un resultado distinto hubiera sido, o se le puede culpar por haber estado mejor capacitado para hacernos bien. Se le podrá culpar por muchas cosas relacionadas con la transacción, pero por un esfuerzo sincero y de corazón para hacernos bien no es culpable, ni puede ser cual hubiese sido el resultado. Si honestamente se propuso hacernos bien, es imposible que no haya utilizado los mejores medios en su poder en ese momento. Esto implica honestidad de intención. Si hizo eso, la razón no puede pronunciarlo culpable porque se le debe juzgar por sus intenciones.

(4.) Los cortes judiciales en cada país iluminado han asumido esto como una primera verdad. Siempre investigan quo animo, es decir, la intención y se juzga con base en eso.

(5.) La verdad universalmente reconocida de que los lunáticos no son agentes morales, y que no son responsables de su conducta, es una ilustración del hecho que la verdad a considerar se tome y se asuma como una primera verdad de razón.

(6.) La Biblia explícita o implícitamente reconoce esta verdad. "Si primero hay la voluntad dispuesta," es decir, una disposición o intención correctas, es aceptada. De nuevo, "toda la ley en esta sola palabra se cumple," "amor." Ahora esto no puede ser cierto, si el espíritu de toda la ley no respeta directamente sólo las intenciones. Si se extiende directamente a los pensamientos, emociones y acciones externas, no puede decirse verdaderamente que es el cumplimiento de la ley. Este amor debe ser buena voluntad porque ¿cómo puede ser obligatorio el amor involuntario? El espíritu de la Biblia por todos lados respeta la intención. Si la intención es correcta, o si hay voluntad dispuesta, se acepta como obediencia, pero si no hay voluntad dispuesta, es decir, la intención correcta, ningún acto externo se considera como obediencia. La disposición se considera siempre por las escrituras como el hacer. "Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla," es decir, con una disposición o intención licenciosas, "ya adulteró con ella en su corazón." Por un lado, si uno intenta realizar un servicio para Dios, que después de todo no puede llevarlo a cabo, se le considera como haberlo hecho virtualmente y se recompensa. Esto también es muy obviamente la doctrina de la Biblia para que necesite dilucidar.

3. Hemos visto que mientras la elección implica un fin implica y, mientras ésta continúe, necesita la elección de todas las condiciones conocidas y los medios del fin, y también aplicar la volición para asegurar el fin. Si esto es cierto, se deduce que la elección de las condiciones y los medios para asegurar el fin y también la aplicación de las voliciones como esfuerzos ejecutivos para asegurarlo, debe derivar su carácter de la elección o intención soberana que les da existencia. Esto muestra que la obligación moral se extiende primaria y directamente sólo a la intención soberana o la elección de un fin aunque realmente, pero directamente menos, a la elección de las condiciones y medios y también voliciones ejecutivas.

Recuérdese que un fin soberano es un objeto elegido por su propia causa.

Un fin próximo es un objeto elegido como una condición o medio de asegurar un fin soberano.

Un fin soberano es un objeto elegido por su naturaleza intrínseca y valor.

Ejemplo: Un estudiante trabaja para tener un sueldo, para comprar libros, obtener una educación, predicar el evangelio, salvar almas y agradar a Dios. Otro trabaja para tener un sueldo, comprar libros, obtener una educación, predicar el evangelio, asegurar su sueldo, su vida y popularidad. En el primer ejemplo, el estudiante ama a Dios y a las almas y busca, como fin soberano, la felicidad de éstas, y la gloria y gratificación de Dios. En el segundo caso, se ama a sí mismo supremamente y su fin soberano es su propia gratificación. Ahora el fin próximo o el objeto inmediato buscado en los dos casos son parecidos mientras que el fin soberano es totalmente opuesto. Su primer y más cercano fin es ganar un sueldo. El siguiente es comprar libros y así sucesivamente hasta asegurar el fin soberano antes de saber el carácter moral de lo que están haciendo. Los medios que están usando, es decir, los objetos inmediatos o próximos fines en pos son los mismos, pero el fin soberano al cual tienen como meta son totalmente diferentes, y cada agente moral, desde un ley necesaria de su intelecto, tiene que pronunciar, tan pronto entienda de cada uno el fin soberano, a uno virtuoso y al otro pecaminoso en su búsqueda. Uno es egoísta y el otro benevolente. Por esta ilustración es claro que, estrictamente hablando, el carácter moral y la obligación moral sólo se relacionan directamente con la intención soberana. Veremos que la obligación también se extiende al uso de los medios para obtener el fin, pero no tan directamente.

Nuestra siguiente indagación es a qué actos de estados mentales se extiende indirectamente la obligación moral.

1. Los músculos del cuerpo están directamente bajo el control de la voluntad. Quiero moverme y mis músculos deben moverse a menos exista una obstrucción física de cierta magnitud que venza la fortaleza de mi voluntad.

2. El intelecto está también directamente bajo el control de la voluntad. Estoy consciente de que puedo controlar y dirigir mi atención como quiero y pensar sobre algún tema.

3. Estoy consciente de que la sensibilidad está controlada indirectamente por la voluntad. El sentir puede ser producido por dirigir la atención y pensamientos a aquellos temas que estimulan sentir por una ley de la necesidad.

El camino está listo para decir…

1. Que la obligación se extiende indirectamente a todos los actos inteligentes de la voluntad en el sentido que ya se explicó.

2. Que la obligación moral se extiende indirectamente a acciones corporales o externas. Éstas a menudo están requeridas en la palabra de Dios. La razón es que el estar conectados con las acciones de la voluntad por una ley de la necesidad, si la voluntad está correcta, la acción externa debe seguir excepto en las contingencias ya explicadas, y por tanto, tales acciones pueden ser requeridas razonablemente. Pero si las contingencias mencionadas intervienen para que la acción externa no siga la elección o la intención, la Biblia acepta la voluntad invariablemente por la acción. "Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será aceptada según lo que uno tiene…"

3. La obligación moral se extiende a los estados de la sensibilidad, pero no de manera menos directa para que ciertas emociones o sentimientos sean requeridos como son las acciones externas, y por esa misma razón, a saber, los estados de la sensibilidad están conectados con las acciones de la voluntad por una ley de la necesidad. Mas cuando la sensibilidad se agota, cuando por cualquier razón la acción correcta de la voluntad no produce el sentimiento requerido, se acepta por el principio acabado de mencionar.

4. La obligación moral se extiende indirectamente también a los estados del intelecto; consecuentemente, la Biblia hasta cierto punto, y en cierto sentido, responsabiliza a los hombres por sus pensamientos y opiniones. En todos lados se da por sentado que si el corazón está constantemente correcto, los pensamientos y las opiniones responderán con el estado del corazón o de la voluntad. "El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios…" Si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará en luz… Sin embargo, se manifiesta que la palabra de Dios por todos lados da por sentado en el sentido estricto que toda virtud o todo vicio pertenece al corazón o a la intención. Donde esto está bien, todo se toma como correcto, y donde está mal, todo se considera como malo. Sobre esta aseveración descansa la doctrina de la depravación total. Es innegable, los mismísimos pecadores hacen muchas cosas externas que la ley de Dios requiere. Ahora, a menos que la intención decida el carácter de estos actos, deben ser considerados como realmente virtuosos, pero cuando se encuentra egoísmo en la intención, se establece que son pecaminosos a pesar de su conformidad con la letra de la ley de Dios.

El hecho es que los agentes morales están tan constituidos que es imposible que ellos no se juzguen a sí mismos y a otros por sus intenciones o motivos subjetivos. No pueden más que asumir como verdad de que el carácter del hombre es como su intención es, y por consecuencia, la obligación moral tiene que ver solamente con la intención.

5. La obligación moral entonces se extiende indirectamente a todo sobre nosotros lo cual la voluntad tiene control directo o indirecto. La ley moral estrictamente legisla en un sentido menos directo sobre la intención solamente, y legisla sobre todo el ser tanto como todos nuestros poderes estén directamente o indirectamente conectados con la intención por una ley de la necesidad. No obstante, y estrictamente hablando, el carácter moral pertenece sólo a la intención. En el sentido estricto, no puede decirse que la acción externa, o cualquier estado del intelecto o de la sensibilidad, tiene un elemento moral o cualidad de pertenecer a él. Sin embargo, en lenguaje común es suficientemente preciso para la mayoría de propósitos prácticos, y hablamos de pensamiento, sentimiento y acción externa como santo o profano. Por esto, sin embargo, todos los hombres quieren decir que el agente es santo o profano o es loable o no loable en sus ejercicios y acciones porque lo consideran como que procede de un estado o una actitud de la voluntad.

 

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