LA VERDAD DEL EVANGELIO

LAS CONDICIONES PARA SER SALVO

Por Charles G. Finney

 

"¿Qué debo hacer para ser salvo?" (Hechos 16:30)

 

Presento este tema hoy no porque sea nuevo para muchos en la congregación, sino porque es necesario en gran manera. Estoy contento de saber que la gran pregunta del texto, empieza a ser de gran interés para todos, y bajo estas circunstancias es un deber básico de un pastor cristiano el contestarla de modo pleno y simple.

Las circunstancias que dieron lugar a las palabras del texto son brevemente como sigue: Pablo y Silas habían ido a Filipo para predicar el Evangelio. Su predicación había causado un gran tumulto; fueron arrestados y echados a la cárcel, y el carcelero recibió la orden de asegurarse, en absoluto, que se estuvieran allí. A media noche, mientras ellos oraban y cantaban alabanzas --el Señor hizo acto de presencia-- la tierra tembló y la prisión fue conmovida, las puertas se abrieron y las cadenas he hicieron pedazos; el carcelero saltó aterrorizado, al pensar que los presos habían huido, iba a quitarse la vida, cuando Pablo le gritó: "No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí." Luego el carcelero pidió una luz, y postrándose a los pies de Pablo les dijo: "Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?"

Ésta es brevemente la historia de nuestro texto; y vamos a entrar en detalles ahora, mostrando:

 

I. Lo que los pecadores no tienen que hacer para ser salvos; y

II. Lo que deben hacer para ser salvos.

 

Ha llegado el punto en que es necesario y muy importante el decirles a los hombres lo que no deben hacer para ser salvos. Cuando el Evangelio fue predicado por primera vez, Satán no había introducido tantas mentiras (añagazas) para descarriar a los hombres como ha hecho en tiempos posteriores. Le fue bastante a Pablo el dar una respuesta simple y directa, diciéndole lo que tenía que hacer al instante. Pero ahora parece que esto no basta. Hay muchas ideas falsas y tergiversadas, que dejan perplejos a los hombres de modo que es necesaria mucha enseñanza e instrucción para hacerlos regresar a aquellos simples principios que prevalecían entonces. De ahí la importancia de mostrar lo que los pecadores no tienen que hacer si intentan ser salvos.

1. Lo primero es que no se imaginen que ellos no tienen que hacer nada. En tiempo de Pablo esto no se le habría ocurrido a nadie. Pero luego se desarrolló la doctrina del Universalismo. Los hombres no se imaginaban entonces que no tenían que hacer nada para ser salvos, de otro modo no habría hecho el carcelero la pregunta. Vemos que el carcelero, temblando, grito: "¿Qué debo hacer para ser salvo?"

Si los hombres creen que no tienen que hacer nada, lo más probable es que nunca sean salvos. Los hombres saben que tienen que hacer algo para ser salvos. ¿Por qué, pues, en esta doctrina se hace ver que todos los hombres serán salvos tanto si hacen su deber como si rehúsan hacerlo de modo constante? Está misma idea es absurda, y es defendida sólo por medio de la más palpable negativa al sentido común y a la conciencia iluminada.

2. Es necesario no confundirse o equivocarse en lo que hay que hacer. El deber que se requiere de los pecadores es muy simple, y se comprendería fácilmente, si no fuera por las falsas doctrinas que prevalecen con respecto a lo que es la religión y las cosas precisas que Dios requiere como condiciones para la salvación. Sobre estos puntos hay doctrinas erróneas que prevalecen de un modo alarmante. De aquí el peligro de las equivocaciones. Hay que estar alerta para no ser engañado en un asunto de tanta importancia.

3. No digas o no pienses que no puedes hacer lo que Dios requiere. Al contrario, piensa siempre que puedes hacerlo. Si partes de la base que no puedes, esta misma suposición será fatal para tu salvación.

4. No lo dejes para mañana. Si tienes la intención de ser salvo o esperas serlo, has de poner tu rostro firme como un pedernal, para no sufrir este engaño pernicioso. Probablemente, es el método de evadir el deber del momento presente que más ha prevalecido, y que ha destruido más almas. Casi todos los hombres en los países cristianizados tienen intención de prepararse para la muerte; tienen la intención de arrepentirse y hacerse religiosos antes de morir. Incluso los universalistas esperan ser religiosos algún día, quizá después de la muerte, quizá después de haber sido purificados de sus pecados por los fuegos del purgatorio; pero, de alguna manera, esperan llegar a ser santos, porque saben que deben serlo para poder ver a Dios y gozar de su presencia. Pero como puede observarse, aplazan este asunto de llegar a ser santos para un tiempo futuro. No tienen ganas de hacerlo al presente, y se dicen que Dios procurará que esto tenga lugar debidamente en el otro mundo, y que no importa que ellos hayan frustrado los intentos de Dios de modo sistemático en éste. En tanto que les queda el poder de decidir si hacerse santos o no, aprovechan el tiempo para gozar del pecado; y dejan a Dios la tarea de hacerlos santos en el otro mundo... ¡suponiendo que allí no podrán volver a impedírselo!

Y todos los que aplazan el hacerse religiosos ahora, con la idea engañosa de hacerse tales en algún tiempo futuro, sea en este mundo o en el próximo, obran poniendo en acto una inconsecuencia curiosa esperan que ocurra aquello que se esfuerzan ahora por evitar.

Y así los pecadores a millares van descendiendo al infierno bajo esta idea engañosa. Cuando se les pone bajo presión para que digan cuándo van a arrepentirse llegan incluso a precisar el momento. Puede ser muy cercano: a veces es cuando lleguen a casa, tan pronto como termine el sermón; o muy remoto, como cuando hayan terminado la carrera y se hayan asentado en la vida; o cuando hayan hecho más dinero y puedan dejar cierto negocio de moralidad dudosa; pero no importa si el tiempo es cercano o remoto, el engaño es fatal; el aplazar la salvación es asesinar el alma. ¡Ah, estos pecadores no se dan cuenta de que es el mismo Satán el que ha puesto su espíritu sobre ellos y les conduce a donde él quiere! No le importa si ponen el plazo largo o corto, con tal que pueda persuadirles de dejarlo para más adelante; si el plazo es corto se siente seguro de que se lo hará renovar para otra ocasión, de modo que todo va alas mil maravillas para él.

Ahora bien, pecador, si has de ser salvo has de resistir y alejar este espíritu de Satán. Has de dejar de aplazar el momento. Nunca vas a convertirte en tanto que lo vayas aplazando y prometiéndote que te harás religioso en un futuro cercano. ¿Harías una cosa semejante en tus negocios temporales? ¿Dejarías para más adelante un negocio muy importante?

Supón que tienes asuntos de gran importancia que afectan tu propio carácter, o tu hacienda o tu vida, y que tienes que atenderlos en Cleveland, pero que no se ha precisado de modo exacto la fecha en que tendrás que atenderlos aunque será pronto. Es verdad que puedes cuidarte de esto más adelante, pero la mejor idea es hacerlo cuanto antes, porque el futuro es siempre incierto. No lo sabes, cierto, pero es posible que dentro de una sola hora a partir de este momento, sea demasiado tarde. Así, pues, en estas circunstancias, ¿qué haría un hombre de buen sentido? ¿No se dispondría a resolver el asunto inmediatamente? ¿Lo dejaría para más adelante considerando los riesgos y la incertidumbre? ¿Habría alguien que dejara un negocio del cual dependen grandes intereses económicos, para mañana, y al llegar mañana, para el día siguiente, el mes siguiente, el año próximo, y así indefinidamente? ¿No sería más sensato resolver el negocio inmediatamente?

De modo que el pecador no consigue nada, sino su ruina con todas estas dilaciones. Hasta que diga "Hoy es el día, ahora voy a cumplir mi deber", está obrando con muy poca cordura y está sujeto a una incertidumbre peligrosa.

5. El que quiera ser salvo no ha de esperar a que Dios se lo haga hacer, porque ya se la mandado.

Dios, sin duda ha hecho todo lo que tiene que hacer para tu salvación. Todo lo que en la naturaleza del caso le corresponde hacer a El, o bien ya lo ha hecho, o está dispuesto a hacerlo tan pronto como tu posición y actitud sea tal que se lo permita hacerlo. Mucho antes de que nacieras ya vio de antemano todas tus necesidades como pecador, y empezó a hacer provisión para ellas. Dio a su Hijo para que muriera por ti, haciendo con ello todo lo que hay que hacer con miras a la expiación. Él dispuso que fuera preparada su Palabra y que el Espíritu estuviera a tu disposición. En realidad, te ha dado las mayores evidencias posibles de su energía y prontitud en hacer su parte, pues tiene interés en tu salvación. Tú lo sabes bien. ¿Qué pecador teme que Dios haya sido descuidado en hacer su parte en la salvación ? Ninguno. No, muchos están más bien contrariados de que Dios trabaje con tanto interés para asegurar su salvación. Y ahora, ¿puedes en buena conciencia decir que estás esperando a que Dios haga su parte en este cumplimiento tuyo del deber?

El hecho es que hay cosas que tú tienes que hacer que Él no puede hacer por ti. Las cosas que te ha mandado y revelado como condiciones de tu salvación Él no puede hacerlas por ti, y no las hará. Si Él pudiera hacerlas no te pediría que las hicieras. Todo pecador tiene que considerar esto. Dios requiere tu arrepentimiento y fe porque es imposible que otro los ponga por ti. Son cosas personales, tuyas propias, el ejercicio voluntario de tu propia mente; y no hay otro ser en el cielo, tierra o infierno que pueda hacer estas cosas en tu lugar. En tanto que la substitución era posible, Dios ya lo hizo, como en el caso de la expiación.

6. Si tienes intención de ser salvo, no tienes que esperar a que Dios haga nada. No hay nada que tengas que esperar. Dios ha hecho de su parte todo lo que tenía que hacer y no le queda nada. Está dispuesto y esperando en este momento para hacer su deber e impartirte la gracia necesaria.

7. No te refugies en mentiras. Las mentiras no te pueden salvar. Es la verdad y no las mentiras, que lo hará. Muchas veces me he maravillado de cómo pueden los hombres esperar que el Universalismo los salve. Los hombres han de ser santificados por la verdad. No hay una enseñanza en la Biblia más clara que ésta, y ninguna más apoyada por la razón y la naturaleza del caso.

Ahora bien, ¿santifica a alguno el universalismo? Los universalistas dicen que el pecador ha de ser castigado por sus pecados, y que por ello serán apartados; como si los fuegos del purgatorio pudieran purificar del pecado consumiéndolo, y hacer al pecador puro. ¿Es esto ser santificado por la verdad? Lo mismo puedes esperar que el fuego purifique que tu alma en el otro como que lo haga en éste. ¿Por qué no ha de ser así?

8. No busques que haya algún método de salvación que te deje un amplio margen para permitirte hacer lo que se te antoje. Los pecadores se esfuerzan en buscar un sistema que les permita un amplio margen para los placeres personales. Les cuesta mucho aceptar que siempre es necesario ejercer abnegación propia. Son lentos en admitir que la abnegación propia es indispensable, una abnegación total, sin condiciones es el requisito para ser salvo. Te advierto que no esperes ser salvo en formas que te permitan la autocomplacencia. Los hombres han de saber, y tener por entendido, que es necesario eliminar el egoísmo y sus exigencias han de ser resistidas.

A veces pregunto: ¿Está de acuerdo el sistema de salvación que predico con las intuiciones de mi razón, hasta el punto que por dentro sé que este Evangelio es lo que necesito? Se ajusta en todos sus panes y relaciones a las exigencias de mi inteligencia. ¿Es todo lo que requiere justo y recto de modo evidente? ¿Corresponden las condiciones de salvación prescritas, a la posición moral del hombre delante de Dios y a sus relaciones morales al gobierno de Dios?

Me veo obligado a contestar de modo afirmativo estas y otras preguntas similares. Cuando más tiempo vivo, más plenamente me doy cuenta de que el sistema del Evangelio es el único que puede responder a las exigencias de la inteligencia humana, y suplir las necesidades del corazón del hombre depravado y pecador. Los deberes que se mandan al pecador son precisamente las cosas que sé que deben ser las condiciones de la salvación en la naturaleza del caso. ¿Por qué, pues, debe pensar el pecador en ser salvo bajo otras condiciones? ¡Por qué desea otras como si éstas fueran más prácticas?

9. No creas que vas a tener una oportunidad más favorable.

Los pecadores impenitentes se inclinan a imaginar que el momento presente no es en modo alguno tan conveniente como va a serlo otra ocasión futura. Por ello aplazar la decisión esperando un momento mejor. Creen quizá que tendrían más convicción de pecado y menos obstáculos o impedimentos. Así pensó Félix el gobernador. No intentaba dejar de lado la salvación, como no pensamos hacerlo tú o yo; pero estaba muy ocupado en aquel momento y pidió ser excusado con la promesa de que le prestaría atención al tema en otro momento más conveniente. ¿Llegó este momento? Nunca. Ni llega, con mucha frecuencia, a los que resisten la solemne llamada de Dios y agravian su Espíritu. Hay miles que están ahora en los dolores del infierno que dijeron lo que él dijo: "Dejemos esto, de momento, que en teniendo un momento más conveniente te haré llamar otra vez." ¡Oh, pecador, cuándo va a llegar el momento más conveniente! ¿Has de tener en cuenta que ninguna ocasión va a ser "conveniente" para ti a menos que Dios te llame la atención de modo solemne sobre este asunto? Y ¿puedes esperar que Él va a hacerlo en el tiempo que tú escoges, cuando has despreciado el momento que Él ha escogido? No has leído que Él dice: "Examina la senda de tus pies y todos tus caminos sean rectos. No te desvíes a la derecha ni a la izquierda, aparta tus pies del mal" (Proverbios 4:26-27). ¡Oh, pecador, éste será una condenación terrible! ¡Y millares de voces en el universo de Dios, al oírla, dirán, amén!

10. No supongas que vas a encontrar otra oportunidad tan buena, y en la que puedas arrepentirte tan bien como ahora.

Muchos suponen que aunque no haya de haber una ocasión mejor para ellos, por lo menos habrá alguna buena. ¡Ésta es una ilusión que puede ser fatal! Pecador tú ya debes diez mil talentos, ¿y vas a hallar fácil que te sea perdonada esta deuda mostrando que no te importa que vaya aumentando? En un caso así, cuando todo gira en torno a asegurar la buena voluntad de un acreedor, ¿esperas que vas a ganar cuando de un modo evidente le insultas con tu desprecio?

O podemos ver la cosa desde otro punto de vista. Sabes que tu corazón debe renunciar un día al pecado o vas a ser perdido para siempre. Sabes también que cada nuevo pecado va aumentando la dureza de tu corazón y te hará más difícil el arrepentirte. ¿Cómo pues, puedes esperar de modo razonable que habrá un momento en el futuro que será tan favorable para su arrepentimiento? Cuando hayas endurecido tu cerviz como el hierro, y tu corazón como el diamante, puedes esperar que tu arrepentimiento sea tan fácil como ahora?

Sabes muy bien pecador, que Dios requiere que te apartes del pecado. Pero tú le miras y dices: "Señor voy a dejar de ofenderte en un futuro próximo. Si he de poder ser salvo más adelante prefiero seguir como ahora, aunque te falte y te ofenda, pues sé que eres compasivo y paciente. Señor no me des prisa. Ya me arrepentiré."

Y esperas que Dios ponga el sello sobre esto y diga: "Muy bien, pecador, te doy mi beneplácito; está bien, con tal que no pierdas de vista este deber que tienes con respecto a tu Hacedor y Padre; adelante, el curso que sigues va a garantizar tu salvación." ¡No creo que puedas esperar una respuesta así!

11. --Si esperas ser salvo, no te preocupes de lo que los otros digan o hagan.

Me dejó atónito el saber que una señorita aquí bajo convicción, tenía grandes dudas debido a no saber lo que pensaría su hermano si ella daba su corazón a Dios. Ella sabía cuál era su deber; pero é1 era impenitente. Esto equivale a lo siguiente: Ella se presenta ante Dios y le dice: "¡Oh!, gran Dios, yo tendría que arrepentirme, pero no puedo; porque no sé que va a pensar mi hermano de ello. Él también es un pecador, y debe arrepentirse o perderá su alma, pero tengo miedo de que frunza el ceño si sabe que soy tuya, y me preocupa más tener su aprobación que el tener la tuya; por consiguiente, no me voy a arrepentir hasta que lo haga él!" Parece raro, pero son muchos los que sé dicen: "¿Qué van a pensar los otros de mí?" ¿Quieres llegar hasta Dios? Pues deja a los otros que digan lo que quieran respecto a tu deber para con Él. Dios requiere de ti, y de ellos también, que te arrepientas, y lo mejor es que lo hagas ahora.

No hace mucho que estaba predicando en un lugar, cuando uno de los hombres principales de la ciudad vino a la reunión con espíritu de inquirir, y al parecer con gran convicción de pecado y ansiedad en su alma. Pero siendo un hombre de posición política y suponiendo que dependía mucho de sus amigos, insistió en que debía consultar con ellos, respecto a su opinión sobre sus sentimientos en el asunto. No conseguí disuadirle de su intento, a pesar de que pasé tres horas en el esfuerzo. Parecía casi dispuesto a arrepentirse, yo estaba convencido de que lo haría; pero resbaló y se hizo atrás, y espero que pueda volver a encontrar su camino antes de perderse definitivamente.

Oh, pecador, no debe preocuparte lo que los otros piensen o digan de ti; que digan lo que quieran. Recuerda que éste es un asunto entre tu alma y Dios, pues cada cual dará razón a Dios de sí (Romanos 14:12). Tú tienes que morir por ti mismo, y tú eres quien tiene que aparecer ante el juicio de Dios. ¿Puede esta joven pedir a su hermano que vaya en su lugar a presentarse ante el trono del juicio? Hasta que tengas razones para creer que esto sea posible harás bien en no preocuparte mucho de su opinión y seguir tu camino. Si alguien presenta objeciones a tu arrepentimiento inmediato puedes hacerle esta pregunta: "¿Puedes tú proteger mi alma en el día del juicio?"

No olvidaré nunca una escena que me ocurrió mientras estaba pensando en estas cosas. Buscando un lugar apartado para orar fui a un bosque y allí encontré un lugar perfectamente apartado entre unos troncos y me arrodillé allí. De repente, se oyó un ruido entre el follaje y me levanté, pues alguien estaba andando cerca e iba a verme arrodillado en oración. Yo no tenía idea de que en realidad me preocupaba el que otros hablaran de mí, pero al pensarlo, podía ver que si me preocupaba, y mucho, lo que los otros pensaban de mí.

Cerré mis ojos otra vez para orar, y volví a oír los pasos y entonces me vino como una oleada: "¡Te das vergüenza de confesar tu pecado!" ¿Qué?, pensé, ¿avergonzado de estar hablando con Dios? ¡Oh, qué vergüenza me dio mi vergüenza? Nunca podré describir la impresión que me abrumó al tener este pensamiento. Grité al orar tanto como pude, porque sentí que aunque todos los hombres de la tierra y los demonios del infierno estuvieran presentes para oírme y verme, no me disuadirían de hablar con Dios; porque ¿cómo iba a importarme que los otros me vieran buscando el rostro de mi Dios y Salvador? Me acerco al juicio: allí no me sentiré avergonzado de tener al Juez como amigo. Allí no estaré avergonzado de haber buscado su faz y su perdón aquí. Allí no me esconderé de las miradas de todo el universo. ¡Oh, si los pecadores pudieran esconderse de este juicio!, pero no pueden. Y cada uno tendrá que presentarse, respondiendo de por sí. Joven, dile a tu hermano que si él es un rebelde tendrá que temblar ante la presencia del Juez, cuando tú habrás hecho de Él tu amigo, para aquella hora terrible. No temas su desaprobación, sino adviértele de que la ira de Dios está sobre él, y que se apresure a buscar remedio.

12. Si quieres ser salvo, no debes permitirte prejuicios contra Dios, o sus ministros o contra los cristianos, o contra nada religioso.

Hay algunos individuos de temperamento peculiar que corren grave peligro de perder sus almas porque son tentados por fuertes prejuicios. Una vez se han puesto a favor o en contra de otros o de ciertas cosas, tienden a fijarse de un modo tan exagerado en su posición que raramente pueden volver a ser sinceros. Y cuando estos prejuicios se refieren a la religión, y se oponen al cumplimiento de las grandes condiciones de la salvación, el efecto puede ser desastroso. Porque, es naturalmente indispensable para la salvación el ser totalmente sincero. Tu alma debe abrirse ante Dios en sinceridad total, o no puedes ser convertido.

He visto personas en los avivamientos que permanecen largo tiempo bajo una gran convicción, sin someterse a Dios, y con una cuidadosa investigación he visto que se hallaban totalmente parapetadas detrás de sus prejuicios, y con todo totalmente ciegas, que no podían admitir que tuvieran prejuicio en absoluto. En mi observación de pecadores convictos, he visto que esto es el obstáculo más común en el camino de la salvación de las almas. Los hombres se obstinan contra la religión y permanecen en este estado de tal modo que les es imposible de modo natural arrepentirse. Dios no va a hacer honor a vuestros prejuicios ni va a rebajar las condiciones prescritas para la religión con miras a acomodarse a tus sentimientos.

De modo que, has de renunciar a tus sentimientos de hostilidad en caso que hayas sido realmente injuriado. Algunas veces he visto personas que, evidentemente, se han cerrado la entrada al reino del cielo, porque habían sido injuriadas, y no querían perdonar y olvidar, sino que mantenían un espíritu tal de resistencia y venganza, que no podían, en el caso aquel, arrepentirse del pecado hacia Dios, ni Dios podía perdonarlas a ellas. Como es natural, perdieron el cielo. He oído decir a algunos: "No puedo perdonar, no voy a perdonar; he sido injuriado y nunca voy a perdonar este agravio." Fíjate bien, no puedes mantener estos sentimientos; si lo haces, no puedes ser salvo.

Luego, no debes tú mismo tropezar en los prejuicios de otros. Muchas veces he visto el estado de cosas en familias en que los padres o personas mayores, tenían prejuicios contra el ministro, y me he preguntado por qué aquellos padres no eran más prudentes y no dejaban de poner piedras de tropiezo delante de sus hijos, que iban a perder su alma. Ésta es muchas veces la verdadera razón por la que los hijos no se convierten. Su mente está vuelta contra el Evangelio por haber sido desviada contra aquellos a quienes han oído predicar. Preferiría que alguien delante de mi familia jurara y blasfemara delante de mis hijos a que hablaran contra los que les predican el Evangelio. Por tanto, digo a todos los padres, ¡tened cuidado con lo que decís, porque podéis estar cerrando la puerta del cielo a vuestros hijos!

Tampoco puedes tomar una posición fija, y luego permitir que esto te impida hacer lo que, evidentemente, es tu deber. Algunas personas se deciden en contra de sentarse en el que llaman el "banco de los penitentes"; y como consecuencia rehúsan bajo cualquier circunstancia hacer lo que deberían hacer y el rehusarlo les coloca en una actitud desfavorable y quizá fatal para su conversión. Que los pecadores tengan esto muy en cuenta.

Tampoco puedes permitirte hacer algo sobre lo que tengas algunas dudas respecto a su propiedad o legitimidad. Hay casos en que una persona no está completamente convencida de que algo es malo, aunque tampoco de que sea bueno. En casos así no basta decir: "estos cristianos y aquéllos lo hacen", y hacerlo, debes tener razones mejores para discernir el curso de tu conducta. Si esperas ser salvo debes abandonar toda práctica de la que tengas sospechas. Este principio parece hallarse en el pasaje: "E1 que duda se condena si come; porque todo lo que no es de fe es pecado." El hacer aquello que es dudoso es permitirse jugar con la autoridad divina, y no puedes por menos que tener presente que si has de ser salvo es necesario que tengas un solemne temor al pecado.

También, si has de ser salvo, no mires a otros y esperes que se ocupen como deben en la gran obra de Dios. Si otros no son lo que deben ser, déjalos. Ellos tienen su propia responsabilidad. Ocurre muchas veces que los pecadores convictos de pecado se comparan con los cristianos profesos, y se excusan por su dilación en cumplir su deber porque estos cristianos profesos demoran el cumplir el suyo. No cabe duda que siempre vas a hallar a bastantes cristianos deficientes para tropezar con ellos y dar de cabeza al infierno, si permites que esto ocurra.

Pero por otra parte, muchos que profesan cristianismo pueden no ser tan malos como tú supones, y no debes ser criticón, interpretando de formo inadecuada su conducta. Tienes otro trabajo que hacer y no éste. Déjalos, que ellos deben contestar a su propio amo. A menos que dejes de hallar faltas en la conducta de otros cristianos te será imposible llegar a ser salvo.

Además, no dependas de otros cristianos, de sus oraciones o de su influencia en ninguna forma. He conocido a hijos que han ido dependiendo mucho tiempo de las oraciones de sus padres, poniendo aquellas oraciones en lugar de Jesucristo, o por lo menos en lugar de sus propios esfuerzos para hacer su deber. Este curso es agradable a Satanás. No necesita nada más para tener la seguridad de que serás suyo. Por tanto, no dependas de las oraciones de otros, ni aun de las de los cristianos más santos de la tierra. El asunto de tu conversión es algo entre Dios y tú a solas, tan realmente como si fueras el único pecador de toda la tierra, o si no hubiera en el universo otros seres excepto tú y Dios.

No busques excusas de ninguna clase. Insisto sobre esto y hago énfasis en ello porque con frecuencia encuentro personas que se apoyan en alguna excusa sin darse cuenta de ello. Al conversar con ellos respecto a su estado espiritual lo veo y digo: "Usted está descansado sobre está excusa." "¿De veras? --me contestan--, no me había dado cuenta."

No busques piedras de tropiezo. Algunos pecadores, algo ofuscados van buscando algo para reivindicarse. Con ello se van dando cuenta de las faltas de los cristianos profesos, como si estuviera a su cargo el cuidado de todas las iglesias. El hecho real es que lo que intentan es encontrar puntos para objetar, de modo que se embote el filo de la verdad que acosa sus conciencias. Esto no sirve de ayuda para la salvación.

No tientes la paciencia de Dios. Si lo haces estás en el máximo peligro de ser abandonado definitivamente. No supongas que puedes seguir indefinidamente en tus pecados y que puedas hallar todavía la puerta de misericordia. Esta suposición ha causado la ruina de muchas almas.

No desesperes de la salvación y no te ancles en tu incredulidad diciendo: "No hay misericordia para mí." No debes desesperar en esta forma hasta el punto de quedarte fuera del reino. Puedes muy bien desesperar de poder ser salvo sin Cristo y sin arrepentimiento; pero tienes que creer el Evangelio y el hacerlo es creer las buenas nuevas que Jesucristo ha venido a salvar a los pecadores, incluso al peor de ellos, y que "al que a Mí viene, no le echo fuera". No tienes derecho a dejar de creer esto, y tienes que obrar considerándolo como lo que es: una verdad.

No tienes por qué esperar hasta que tengas más convicción. ¿Por qué necesitas más? Tú sabes que eres culpable y sabes tu deber presente. Nada puede ser más absurdo, pues, que esperar a tener más convicción. Si no lo supieras podría tener algún sentido esperar a tener convicción de la verdad de estos puntos.

No esperes hasta tener éstos o aquellos sentimientos. Los pecadores dicen con frecuencia: "He de tener sentimientos diferentes antes de acudir a Cristo", o "he de tener más sentimiento". Como si esto fuera la gran cosa que Dios requiere de ellos. Están complemente equivocados en este punto.

No esperes a estar más preparado. Mientras esperas te vas volviendo peor y rápidamente estás haciendo más difícil tu salvación.

No esperes hasta que Dios cambie tu corazón. ¿Por qué tienes que esperar a que Él haga lo que te ha ordenado que hagas tú?

No te esfuerces por recomendarte a ti mismo a Dios en oración, con lágrimas y cosas así. ¿Crees que tus lágrimas ponen a Dios bajo la obligación de perdonarte? Si tienes una deuda con una persona, ¿vas a creer que con tus lágrimas y pena, en secreto, vas pagando cada vez plazos de la deuda, y que llegara un momento en que podrás considerar la deuda cancelada? Y, con todo, hay algunos pecadores que con lágrimas y oraciones creen que ponen a Dios en la obligación de perdonarles.

No confíes en ninguna otra cosa que Jesucristo Crucificado. Es totalmente absurdo que esperes, como hacen muchos, que tus propios sufrimientos sirvan de propiciación en algún sentido. En mi experiencia primera pensaba que no podía convertirme de súbito, sino que tenía que ser doblegado durante mucho tiempo. Me decía: ¿Dios no va a tener misericordia de mí hasta que me sienta mucho peor que ahora." Ni que hubiera podido ir aumentando mis sufrimientos hasta hacerlos paralelos a los del infierno hubiera con ello cambiado a Dios en nada. De hecho, Dios no nos dice que tengamos que sufrir. Tus sufrimientos no pueden cambiar la naturaleza del caso o servir de expiación. ¿Por qué, pues, intentas cambiar el sistema que ha provisto Dios, y presentar el tuyo propio?

Hay otra manera de considerar el caso. Lo que Dios exige es que inclines tu voluntad obstinada ante Él. Un hijo en actitud de desobediencia y obligado a someterse puede, en medio de su rebeldía, llorar y gritar para dar solución a su problema, sin hacer lo que debe, que es someterse según se le exige; esto es, aproximadamente, lo que hacen muchos pecadores. Dios espera el arrepentimiento y la sumisión, no 1ágrimas y duelos.

Si quieres salvarte no debes escuchar a los que te compadecen y, con ello, de un modo implícito, se ponen de tu lado contra Dios, haciéndote creer que no eres tan malo como eres en realidad. Conocí una vez a una mujer que después de una temporada de convicción angustiada, cayó en un gran desespero; su salud se hundió y parecía que iba a morir. Durante todo esto no halló alivio alguno, sino que parecía cada vez peor. Sus amigos en vez de serle fieles y claros respecto a su condición, empezaron a compadecerla, casi quejándose de que Dios no se sintiera movido a compasión por la pobre mujer que agonizaba. Al fin, cuando ya estaba tan débil que apenas podía hablar en voz baja se puso en contacto con un ministro que entendía mejor la forma de tratar a los pecadores convictos. Los amigos de la mujer le precavieron que tenía que tratarla con mucho cuidado, pues se hallaba en un estado lamentable y digno de compasión; pero él prefirió tratarla con fidelidad. Al acercarse el ministro a la cama, ella levantó un poco su voz débil y pidió un poco de agua. "A menos que se arrepienta se hallara pronto en un lugar en que no habrá ninguna gota de agua para refrescarle la lengua." "¡Oh! --exclamó ella-- ¿tengo que ir al infierno?" "Sí, tiene usted que ir, y pronto, a menos que se arrepienta, y se someta a Dios. ¿Por qué no se arrepiente y se somete inmediatamente?" "¡Oh --contestó ella-- es algo terrible tener que ir al infierno!" "Sí, y por está misma razón Dios ha provisto expiación, por medio de Jesucristo, pero usted no quiere aceptarle. Él pone la copa de salvación a sus labios y usted la rechaza. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué persiste en ser enemiga de Dios y desprecia su salvación en vez de ser su amiga y tener la salvación que desea?"

Éste fue el tono de la conversación, y el resultado fue que la mujer comprendió su culpa y se entregó a Dios, y halló perdón y paz.

Por tanto, digo, si tu conciencia te redarguye de pecado, no permitas que nadie tome tu parte contra Dios. Tu herida no necesita un vendaje, sino un bisturí. No lo temas; sólo una incisión puede salvarte. No procures esconder tu culpa, o poner un velo ante tus ojos para no verla, ni temas saber lo peor, porque tienes que saber lo peor antes de conocer lo mejor. Te advierto, no procures que algún médico te dé opio, porque no lo necesitas. Evita los que te hablan palabras suaves. Estos causarán tu ruina espiritual.

No creas que si te haces cristiano esto va a interferir con ninguno de los deberes necesarios y apropiados de la vida, o con nada de lo que deberías cuidarte. No. La religión no interfiere con ningún deber verdadero. Tanto es así que, de hecho, para poder ser religioso, es indispensable prestar la atención apropiada a todos tus deberes. No puedes servir a Dios sin ello.

Además, si quieres ser salvo, no debes prestar atención a nada que te estorbe de serlo. Es de importancia infinita que tu alma sea salvada. Nada que se oponga a que lo consigas debe tener para ti más peso que una paja o una pluma. Jesucristo ha ilustrado este punto en varias parábolas, especialmente la que compara el reino del cielo a un mercader de buenas perlas, que halla una perla de gran precio y va y vende todo lo que tiene para comprarla. O bien, en otra parábola, el reino de los cielos es comparado a un tesoro escondido en un campo y que, el hombre que lo encontró, va y vende todo lo que tiene y compra aquel campo. Con esto se nos enseña que los hombres hemos de hacer cualquier sacrificio que sea necesario para asegurarnos el conseguir el reino de los cielos.

Además, no debes buscar la religión de modo egoísta. No debes hacer de tu salvación o tu felicidad el sumo bien. Ten en cuenta que si haces de tu salvación el sumo bien, en vez de serlo Dios y el hacer su voluntad, vas a deslizarte pronto por el camino de los hipócritas en el más profundo infierno.

 

II. Lo que los pecadores deben hacer para ser salvos.

1. Tienes que entender lo que has de hacer. Es de máxima importancia que veas esto bien claro. Debes saber que has de volver a Dios y entender lo que significa esto. La dificultad que hay entre tú y Dios es que tú has tomado el mando por tu cuenta y te has escapado del servicio de Dios. Tú perteneces por derecho a Dios. Él te creó para sí, y por ello tiene perfecto derecho al homenaje de tu corazón y al servicio de tu vida. Pero tú, en vez de vivir de modo que satisfagas lo que Él espera de ti, te has ido por tu cuenta, has desertado el servicio de Dios, y has vivido para complacerte. Ahora tu deber es regresar y ser restaurado al lugar que te corresponde.

2. Tienes que volver a atrás y confesar tus pecados a Dios. Tienes que confesar que te has equivocado y que Dios está en lo correcto. Ve a Dios y confiesa la profundidad de tu culpa. Dile que mereces exactamente toda la condenación con que te amenaza.

Estas confesiones son naturalmente indispensables para poder ser perdonado. Según lo que Dios dice: "Si se humilla mi pueblo sobre el cual mi nombre es invocado y ora y busca mi rostro y se convierten de sus malos caminos, entonces Yo oiré desde los cielos y perdonaré sus pecados" (2. Crónicas 7:14). Entonces Dios puede perdonarte. Pero en tanto que niegues este punto y no admitas que Dios tiene razón, o que tú estás en el error, Él nunca va a perdonarte.

Tienes que confesar además a los hombres si has faltado a alguno. ¿No es un hecho que has faltado a alguno o quizás a muchos de tus prójimos? ¿No has calumniado a tu vecino y no has dicho cosas que no eran verdad? ¿No puedes recordar casos en que les has mentido o has encubierto o tergiversado la verdad; no has procurado que los otros tuvieran de ti una falsa impresión por medio de tu conducta? Si es así, debes renunciar a toda esta iniquidad, porque "El que encubre su pecado, no prosperará; pero el que lo confiesa y abandona, encontrará misericordia". Y además, debes confesar no sólo tus pecados a Dios y a los hombres según lo que hayas faltado, sino que también tienes que hacer restitución. No puedes tomar la posición de penitente delante de Dios y de los hombres hasta que hayas hecho esto también. Dios no puede considerarte un penitente hasta que lo hayas hecho. No digo que Dios no puede perdonarte hasta que hayas puesto por obra el propósito de restitución y el acto externo esté terminado, pues a veces requiere tiempo y en algunos casos es en realidad imposible. Pero el propósito ha de ser sincero y concienzudo antes de que Dios pueda perdonarte.

3. Has de renunciar a ti mismo. En esto se incluye:

(1) Has de renunciar a tu propia justicia, descartando para siempre la idea de que haya motivo para justificación en ti mismo.

(2) Que renuncies a la idea de haber hecho nada bueno que puede ser de encomio para ti delante de Dios, o que pueda ser considerado un elemento en tu justificación.

(3) Que renuncies a tu propia voluntad, y estés siempre dispuesto a decir, no sólo de palabra, sino también de corazón: "Sea hecha tu voluntad, no sólo en la tierra sino también en el cielo." Has de consentir de buen agrado en que la voluntad de Dios sea tu ley suprema.

(4) Que renuncies a seguir tu propio camino y le dejes a Dios que te muestre su camino para ti en todo. No te inquietes o te desazones por nada en absoluto; pues el control de Dios se extiende a todos los sucesos, por lo que has de reconocer su mano en todas las cosas; y naturalmente, el inquietarte por algo es, en un sentido, al hacerlo contra Dios, que por lo menos ha permitido que aquella cosa haya sucedido. Por ello, si te inquietas, no haces bien. Tienes que estar delante de Dios como un niño, sumiso y confiado a sus pies. En buen tiempo, o en mal tiempo has de consentir que Dios te guíe en el camino. Esta actitud es necesaria para la salvación.

 

4. Has de acudir a Cristo. Has de aceptarle como tu Salvador de modo pleno y total. Has de renunciar a toda idea de depender de algo que hayas hecho tú y aceptar a Cristo como tu sacrificio expiatorio, como tu perpetuo Mediador delante de Dios. Sin la menor vacilación o atenuante o reserva tienes que colocarte bajo la protección de tu Salvador.

5. Tienes que procurar agradar a Cristo y no a ti mismo. Es naturalmente imposible ser salvo sin esta actitud mental. Cristo tiene que satisfacerte de tal modo que tu mayor placer ha de ser el hacer su voluntad. Es imposible que seas feliz en otro estado mental, porque su gozo es infinitamente bueno y recto. Por tanto, su gozo pasa a ser tu gozo, y tu voluntad está en armonía con la suya, por lo que tú serás feliz con lo que a Él le agrada. Este ser feliz de modo supremo en la voluntad de Dios es esencialmente la idea de la salvación.

Siempre me ha parecido que muchos que siguen la religión están lamentablemente equivocados en este punto. Su sentimiento mal del servicio de Cristo les parece un yugo intolerable. Se esfuerzan por ello en echar parte de la carga. Se dicen que Cristo no requiere mucha abnegación, no requiere que se desvíen mucho de su curso de mundanalidad y pecado. De ser así no sería muy difícil vivir bajo el yugo de Cristo, rebajando los estándares del deber cristiano casi al nivel de las modas y costumbres del mundo.

Para éstos, el tomar el yugo de Cristo pasa a ser realmente una carga. El hacerlo con este estado mental es realmente un suplicio. El tener que ser arrastrado constantemente a hacer algo que se aborrece, sólo por asegurarse que uno se escapa del infierno, es un estado mental en que no es posible tener la certeza de haber sido salvo, y lo más probable es que esta persona no lo sea. Para ser salvo es necesario que el mayor placer sea el hacer la voluntad de Dios. Esto sólo es capaz de rellenar la copa del gozo hasta rebosar.

Tienes que tener toda tu confianza en Cristo o no es posible ser salvo. Has de creer de modo absoluto en Él, creer todas sus promesas. Nos fueron dadas para que las creyéramos, y si no lo hacemos no nos harán ningún bien. En vez de ayudarnos en el ejercicio de la fe, lo que van a hacer es agravar nuestra culpa. Dios quiere que pongamos fe en ellas. Las dio, estas "sobre maneras grandes y preciosas promesas, para que por la fe en ellas, podamos escapar de la corrupción que hay en este mundo por la concupiscencia." Pero hay millares de personas que se tienen por religiosas que no usan estas promesas y, por tanto, para ellos es como si estuvieran escritas sobre la arena.

Los pecadores irán al infierno en masa, a menos que crean en Dios y echen mano de Él por la fe en su promesa. La ira de Dios está sobre ellos. Como dice en Job 22:21: "Reconcíliate ahora con Él y tendrás paz y por ello te vendrá bien." ¿Cómo se hace esto? Por la fe. Sí, por la fe, crees en sus palabras y echas mano de Él; sostenido en su brazo no tienes que temerle al infierno, como si no existiera.

Pero dices: "Creo, y con todo no soy salvo." No, no crees. Una mujer me dijo: "Creo, pero sé que todavía estoy en mis pecados." "No --le contestó-- no cree. ¿Tiene la misma confianza en Dios que tendría en mí si le prometiera un dólar? ¿Ora usted a Dios? Si lo hace, ¿va a Él con la misma fe que vendría a mí para buscar su dólar? Pues hasta que tenga en Dios tanta confianza como tendría en mí, y diez mil veces más, su fe no honra a Dios, y no puede esperar agradarle. Tiene que decir: Sea Dios verdadero y todo hombre mentiroso."

Pero dices: "Oh, yo soy un pecador y ¿cómo puedo creer?" Ya lo sé que eres un pecador, y lo son todos los hombres, a los cuales Dios ha dado estas promesas. "¡Pero yo soy un gran pecador!" Bueno, "Palabra fiel y digna de ser recibida por todos, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero", dice Pablo. De modo que no hay motivo para desesperarse.

7. Tienes que abandonar todo lo que tienes si quieres ser un discípulo de Cristo. Tienes que ejercer una abnegación total y completa.

No quiero decir con esto que tengas que abstenerte de los usos corrientes de tu vida; comer, beber, gozar de tus amigos; lo que quiero decir es que debes cesar de todo goce con carácter egoísta. Ya no eres tuyo, tu tiempo, tus posesiones. Todas estas cosas son de Dios que te permite usarlas. Tienes que abandonar todo lo que tienes en el sentido de ponerlo ante el altar de Dios y dedicarlo de modo supremo a su servicio. Cuando acudas a Dios para recibir el perdón y la salvación, ven con todo lo que tienes para ponerlo a sus pies. Ven con tu cuerpo para ofrecerlo como un vivo sacrificio en el altar. Ven con tu alma y todas sus potencias y conságralas voluntariamente a tu Dios y Salvador, sin la menor reserva. No olvides nada, no intentes quedarte con algo, no quieras retener nada para ti. Dios tiene derecho a todo. Siempre ha sido todo suyo. A partir de ahora estás a disposición suya.

En este espíritu has de renunciar al mundo, a la carne y al demonio. Tu comunión será ahora con Cristo y no con estas cosas. Vivirás por Cristo.

8. Tienes que creer el testimonio que Dios ha dado de su Hijo. El que no cree el testimonio, no recibe el sello de pertenecer a Dios. "Éste es el testimonio que Dios nos ha dado, la vida eterna, y esta vida está en su Hijo." La condición para tenerla es que creas en el testimonio. Si te niegas a creer que alguien, en lejanas tierras, te ha legado una gran suma en su testamento no puedes dar un paso para recibir este dinero, por más que el hecho sea verdad. Esto es precisamente lo que hace el pecador que no cree. Dios te ha dado vida eterna, pero para recibirla has de creer.

No digas que necesitas sentimientos para poder creer. Si el pobre dice que no cree porque no tiene ni un céntimo del legado, hace como el que espera el sentimiento para creer en la salvación que Dios le ofrece.

Es necesario que el pecador entienda esto bien. ¿Por qué tienes que perderte cuando tu vida eterna ha sido comprada y se te ofrece por el testamento y última voluntad del Señor Jesucristo? ¿Por qué no crees en el testimonio y tendrás la cuenta corriente abierta en el banco del que podrás cobrar cheques de sentimiento inmediatamente. Hazlo y no te pierdas el cielo por una locura así.

Concluyo diciendo que si quieres ser salvo has de aceptar una salvación ya preparada, llena y presente. Tienes que renunciar a tus pecados, todos ellos, ¡y ser salvo desde ahora y para siempre! Hasta que consientas en ello no puedes ser salvo. Muchos estarían dispuestos a ser salvos en el cielo si pudieran retener algunos de sus pecados aquí en la tierra, es decir, creen que les gustaría el cielo en estos términos. El hecho es que para sentirse bien en el cielo hay que tener el corazón puro y desear vivir su vida ya en la tierra. No puede haber cielo a menos que se acepte la salvación de todos los pecados ya en este mundo. Cualquier otro Evangelio es falso. Para aceptar a Cristo hay que hacerlo en sus términos y condiciones. Y la condición primera y decisiva es renunciar al pecado ahora y para siempre.

 

 

 retorno a index

Copyright (c) 2004. Gospel Truth Ministries