The GOSPEL TRUTH

LAS MEMORIAS DE CARLOS FINNEY

1868

CAPITULO 17

AVIVAMIENTO EN STEPHENTOWN

Después de la convención permanecí por un corto tiempo en New Lebanon. No creo que la convención haya de ninguna manera perjudicado el estado religioso de la gente del lugar. Hubiera sido así si de haberse presentado hechos que lograran justificar la oposición a los avivamientos, de la cual la gente conocía y había hecho tema de discusión. Al contrario de esto, lo que se conoció acerca de la convención resultó en la edificación y el fortalecimiento de la iglesia de New Lebanon. De hecho, en esta convención todo se condujo bajo un espíritu de interés por la edificación de la gente, y no de piedra de tropiezo. Inmediatamente después de que concluyó la convención en el día del Sabbat, y cuando me dirigía al púlpito, me presentaron a una joven dama que había venido desde Stephentown, de apellido Sackett. La joven me preguntó si me sería posible ir a su pueblo a predicar. Le respondí que me encontraba lleno de trabajo al momento, y que no veía que fuera capaz de cumplir con su solicitud. Vi en su rostro que mi respuesta causó un impacto doloroso; pero no disponía del tiempo para quedarme conversando con ella y me retiré al lugar de mi hospedaje. Poco después de este encuentro hice indagaciones acerca de Stephentown, un pueblo al norte, vecino de New Lebanon. Muchos años atrás una persona adinerada, al morir, le había dejado a la iglesia presbiteriana del lugar un fondo, cuyos intereses eran suficientes para sostener a un pastor.

Poco después de esto un señor de apellido Bogue, quien había sido capellán en el ejército revolucionario, fue establecido allí como pastor de la iglesia. Este hombre permaneció allí hasta que la iglesia decayó bajo su influencia, y finalmente se mostró abiertamente como un infiel. Este hecho produjo una influencia desastrosa en el pueblo. Bogue permaneció entre la gente del lugar totalmente hostil a la religión cristiana. Después de su renuncia al pastorado, la iglesia estableció a uno o a dos ministros más. Sin embargo, la iglesia continuó en bajada y el estado de la religión empeoraba cada vez más; hasta que finalmente desistieron de realizar reuniones en la casa de reunión, pues asistía muy poca gente, y realizaban los servicios del Sabbat en una pequeña casa escuela que quedaba cerca de la iglesia. El último ministro que habían tenido les había dicho que no permanecería en el pueblo si el número de asistentes a las reuniones del Sabbat bajaba de la media docena; y aunque había el fondo que garantizaba su sostén y que su salario le era pagado regularmente, no consideraba que fuera su deber invertir su tiempo laborando en aquel territorio. Por esta razón terminaron despidiéndole. Ninguna otra denominación había tomado posesión del lugar, como para motivar el interés público, y el pueblo entero era un completo basurero moral. En la iglesia presbiteriana habían permanecido tres ancianos y unos veinte miembros. La única persona soltera de la iglesia era esta señorita Sackett, de quien he hablado. Casi todo el pueblo estaba en un estado de impenitencia. Este era un pueblo granjero rico y grande, sin una villa importante.

En el siguiente Sabbat la señorita Sackett me encontró nuevamente cuando bajaba del púlpito, me rogó que fuera a su pueblo a predicar; y me preguntó si sabía algo acerca del estado de las cosas en el lugar. Le informé que conocía la situación, mas le dije que no sabía cuándo me sería posible ir. Ella se mostró grandemente afectada, demasiado como para continuar la conversación, pues le era imposible controlar sus sentimientos. Estas cosas, sumado a lo que había escuchado acerca del lugar, empezaron a tomar posesión de mí, y mi mente comenzó a agitarse hasta sus mismos cimientos por causa de la situación en Stephentown. Finalmente le dije a la señorita Sackett que si los ancianos de la iglesia deseaban que fuera, podía enviar la noticia de que iría, Dios mediante, a predicar el siguiente Sabbat a las cinco en punto de la tarde. Esto me permitiría predicar dos veces en New Lebanon, y luego ir a caballo a Stephentown para estar allí a las cinco en punto. Con este anuncio el rostro de la dama se iluminó y se levantó la carga de su corazón. Se marchó a casa llevando la noticia.

De acuerdo con lo dicho, después de predicar por segunda vez en New Lebanon, uno de los nuevos convertidos se ofreció a llevarme en su carreta hasta Stephentown. Cuando llegó a buscarme con el vehículo le pregunté si tenía un caballo seguro, a lo que él me respondió: "¡Oh sí! Por supuesto". Luego, sonriendo, me preguntó: "¿Por qué me hace esa pregunta?" Le respondí: "Porque el Señor quiere que vaya a Stephentown y el diablo me lo impedirá si le es posible, y si usted no tiene un caballo seguro, Satanás va a tratar de matarme". Él sonrió y emprendimos la marcha. Por extraño que parezca, antes de llegar al lugar, aquel caballo se desbocó dos veces y estuvo a punto de matarnos. Su dueño expresó el más grande de los asombros, y dijo que el animal nunca había hecho antes cosa semejante.

De cualquier modo, arribamos a la hora y a salvo a la casa del señor Sackett, el padre de la señorita Sackett a quien he mencionado, y que vivía aproximadamente a una milla de distancia de la iglesia en dirección a New Lebanon, por lo que nos era necesario pasar por la casa. Cuando entramos al hogar nos encontramos con María&emdash;ese era el nombre de la joven&emdash;quien nos recibió con lágrimas de gozo. Me mostró una habitación en donde podría estar a solas, pues todavía no era hora de la reunión, y tan pronto terminó de hablarme me senté solo, orando en aquel cuarto. Cuando llegó el momento de la reunión, fuimos todos y nos encontramos con que había un gran número de personas congregadas. Prediqué. La congregación se mantuvo solemne y atenta, pero nada muy particular sucedió aquella noche. Me retiré a la casa del señor Sackett, y al parecer María estuvo orando casi toda la noche arriba de la habitación en la que me encontraba. Podía escuchar su voz baja y temblorosa, interrumpida constantemente por sollozos. Estaba evidentemente llorando. No fijé ninguna fecha para volver; pero antes de marcharme María me rogó fuertemente que accediera a tener otra reunión a las cinco en punto del siguiente Sabbat. Cuando volví al siguiente Sabbat, casi las mismas cosas ocurrieron, sin embargo esta vez la congregación era mayor. Como la casa era vieja, y había el temor de que las galerías se vinieran abajo, durante la semana las habían reforzado. Pude ver que la solemnidad y el interés habían aumentado en esta segunda ocasión. Fijé una cita para predicar allí nuevamente. En el tercer servicio el Espíritu de Dios se derramó sobre la congregación.

En el lugar había un juez de apellido Platt que vivía en una pequeña villa en cierta parte del pueblo, y quien tenía una familia grande de hijos inconversos. Al cerrar el servicio, cuando salía del púlpito, la señorita Sackett me abordó en la escalera y me señaló un banco&emdash;para entonces la iglesia tenía de aquellos antiguos bancos cuadrados&emdash;en el cual se encontraba una joven grandemente abrumada por sus sentimientos. Me acerqué a hablar con ella y descubrí que era una de las hijas de aquel juez Platt. Su convicción era muy profunda. Me senté a su lado y empecé a instruirla, y creo que antes de que saliera de la casa ya se había convertido. Esta señorita era una joven muy inteligente y apasionada y resultó una cristiana muy útil. Mas tarde se convirtió en la esposa del evangelista Underwood, quien es muy conocido en muchas iglesias, especialmente en Nueva Jersey y en Nueva Inglaterra. Ella y María Sackett, al parecer, se unieron enseguida en oración. Sin embargo no podía ver todavía mucho movimiento en los miembros mayores de la iglesia. Las relaciones entre ellos estaban en tal situación que antes de que pudieran echarle mano a la obra, una gran cantidad de arrepentimiento y confesión debía de tener lugar.

El estado de las cosas en Stephentown exigía que dejara New Lebanon para establecerme n Stephentown y así lo hice. En el ínterin el Espíritu de oración había venido poderosamente sobre mí, tal como había estado por algún tiempo sobre la señorita Sackett. Con el poder de la oración esparciéndose manifiestamente y aumentando, la obra empezó a adquirir un tipo poderoso, tanto así que la Palabra del Señor podía traspasar a los hombres más duros y hacerles indefensos cuando era utilizada por el Espíritu Santo. Puedo nombrar muchos casos de este tipo. Uno de los primeros que recuerdo sucedió un Sabbat, cuando estaba predicando acerca del texto "Dios es amor". Había en la congregación un hombre de apellido Jowles, un hombre fuerte de nervios y un granjero de prominencia en el pueblo. Se sentó casi de frente a mí, pues su banca estaba cerca del púlpito. Lo primero que vi fue que cayó al piso, y parecía como si estuviera en medio de un ataque. Se retorció en agonía por pocos momentos, y gemía con profundos sentimientos; luego se quedó quieto, casi inmóvil y completamente indefenso. Permaneció en ese estado hasta que la reunión concluyó y la gente le llevó a su casa. Muy pronto se convirtió y resultó en un poderoso instrumento de influencia para que sus amigos llegaran a Cristo. Después de esto fue común que se dieran casos similares en aquellos avivamientos.

En el curso de este avivamiento Zebulon R. Shipherd, un connotado abogado del Condado de Washington, Nueva York y que se encontraba ejerciendo en la corte de Albania, al escuchar del avivamiento en Stephentown, vendió su negocio y vino a trabajar conmigo en el avivamiento. Este hombre era un cristiano ferviente, asistió a todas las reuniones y las disfrutó grandemente. Shipherd se encontraba en el lugar cuando se dieron las elecciones a lo largo del estado. Yo esperaba el día de las elecciones con mucho interés, pues temía que por la emoción del día la obra llegara a retardarse mucho. Exhorté a los cristianos a velar y a orar grandemente, para que la obra no fuera arrestada por ninguna emoción que pudiera emerger. Prediqué en la tarde del día de elecciones. Cuando terminé y bajé del púlpito, este señor Shipherd&emdash;de quien he hablado y que es por cierto el padre del señor J.J Shipherd que estableció Oberlin&emdash;me llamó desde un banco para que fuera a sentarme junto a él. El banco estaba en una esquina de la casa, a la izquierda del púlpito. Fui hacia él y lo encontré con uno de los caballeros que había estado en las mesas recibiendo los votos durante el día. Este hombre estaba tan vencido por la convicción de pecado que era incapaz de levantarse de su asiento. Conversé un poco con él y oré con él, y se mostró manifiestamente convertido. Una porción considerable de la congregación había permanecido sentada mientras esto estaba ocurriendo. Cuando me levanté de la banca y me disponía a salir, me llamó la atención otra banca, al lado derecho del púlpito, en donde se encontraba otro de los hombres que había sido prominente en la elección y que había estado recibiendo los votos, y que se encontraba en igual condición. Él también estaba demasiado abrumado por los sentimientos como para poder abandonar el lugar. Fui a conversar con él; y si no me equivoco, este hombre también se convirtió antes de salir de la iglesia. Menciono estos casos como especímenes del tipo de obra en aquel pueblo.

He mencionado que la familia del señor Platt era grande. Recuerdo que dieciséis miembros de aquella familia, entre hijos y nietos, se convirtieron; creo que todos ellos se unieron a la iglesia después de mi partida. Había otra familia en el pueblo de apellido Moffit, que era una de las familias más grandes e influyentes del pueblo. La mayoría de sus miembros vivían repartidos en una calle, que si no me equivoco, era de una longitud de cinco millas, en un territorio agrícola bastante poblado. Al indagar descubrí que en aquella calle no había ninguna familia religiosa, y que en ninguna casa se sostenían reuniones familiares de oración. Hice una cita para predicar en la casa escuela de la calle. Cuando llegué a la escuela la encontré abarrotada de gente. Tomé mi texto: "La maldición del Señor está sobre la casa del impío". El Señor me dio una perspectiva muy clara acerca del tema y fui capaz de exponer muy claramente la forma en la cual la maldición del Señor está sobre la casa del impío. Les dije que tenía entendido que no había ninguna familia en donde hubiera oración en todo ese distrito. El hecho es que el pueblo estaba en un estado terrible. La influencia del señor Bogue, su antiguo ministro convertido en infiel, había concebido su fruto legítimo; y había muy poca convicción de la verdad y de la realidad de la religión entre la gente impenitente del pueblo. Esta reunión de la que he hablado resultó en la convicción, si no me equivoco, de casi todos los presentes. El avivamiento se esparció en aquel vecindario y recuerdo que de aquella familia Moffit se convirtieron diecisiete de sus miembros.

Sin embargo, había varias familias bastante prominentes en el pueblo que no asistían a las reuniones. Al parecer en ellas era tan fuerte la influencia del señor Bogue, que se habían determinado a no asistir. De cualquier modo, en medio de este avivamiento, el señor Bogue sufrió una muerte horrible y con ella llegó también el fin de su oposición. He dicho que había varias familias en el pueblo que no asistían a las reuniones y yo no podía divisar medios para motivarles. La señorita Seward, de quien he hablado antes y he dicho que vivía en New Lebanon y que se convirtió en Troy, escuchó acerca de estas familias que no asistían a las reuniones y vino a Stephentown. Como el padre de la señorita Seward era un hombre muy bien conocido y respetado, se le recibió a ella con mucho respeto y deferencia en todas las familias que quiso visitar. La señorita Seward visitó una de estas familias&emdash;creo que era conocida de una de las hijas de la casa&emdash;y les persuadió para que le acompañarán a la reunión del Sabbat. Esta familia pronto se interesó tanto en la religión que ya no necesitaron de otras influencias para asistir a la iglesia. Luego la señorita Seward fue a otra familia y logró los mismos resultados, y luego a otra, hasta que consiguió, finalmente, asegurar la asistencia de todas aquellas familias que se mantenían apartadas. Casi todas, o todas estas familias&emdash;no recuerdo muy bien&emdash;se convirtieron antes de que yo abandonara el pueblo. De hecho casi todos los habitantes prominentes del pueblo estaban en la iglesia antes de marcharme. El pueblo quedó moralmente renovado. No he visitado el lugar desde aquel avivamiento, que se dio en el otoño de 1827. Pero sí he escuchado noticias, y sé que el avivamiento produjo resultados permanentes. Los convertidos resultaron en cristianos firmes, y la iglesia se mantuvo con un buen grado de vigor espiritual, según creo, desde entonces.

Las doctrinas predicadas y las medidas usadas en este avivamiento fueron las mismas que he usado en todos los lugares de mis labores. Todas las reuniones se caracterizaron por guardar perfecto orden y gran solemnidad. No hubo indicaciones de desenfreno, extravagancia, herejía, fanatismo ni de ninguna otra cosa deplorable. La convención de New Lebanon resultó desfavorable para la oposición del doctor Beecher y del señor Nettleton. Por esta razón no escuchamos de ninguna oposición sustentada por su autoridad ni en Stephentown ni en ninguno de los otros lugares en donde trabajé posteriormente. Como en el resto, las características notables de este avivamiento fueron las siguientes: 1. La prevalencia de un poderoso Espíritu de oración. 2. Una abrumadora convicción de pecado. 3. Conversiones súbitas y poderosas a Cristo. 4. Un gran amor y abundante gozo presentes en los convertidos. 5. Inteligencia y estabilidad de los convertidos. 6. La gran pasión, actividad, y eficiencia de las oraciones de los convertidos en sus labores para con otros. El avivamiento ocurrió en este pueblo vecino a New Lebanon inmediatamente después de la convención. En aquella convención la oposición dio su último aliento. Rara vez he trabajado en un avivamiento en el que gozará de tanta comodidad y de tan poca oposición como en Stephentown. Al principió la gente se irritó un poco con la predicación, pero luego el Espíritu Santo arremetió con tal poder que no volví a escuchar de más quejas. Las memorias del doctor Beecher afirman que nos sentimos avergonzados de nuestras medidas y que nos reformamos, y de esto le dan crédito a él y al señor Nettleton, y con esto le dan una unción halagüeña a sus almas. Sin embargo, es un completo error el decir que alguna vez me sentí avergonzado por causa de su oposición, y que tuve alguna convicción de haber hecho uso de malas prácticas, pues jamás hice el más mínimo cambio en la conducción de los avivamientos en consecuencia de su oposición. Creí estar en lo correcto entonces, y creo haber estado en lo correcto ahora. Entonces creía que su oposición era impertinente, arrogante, fuera de lugar y perjudicial para ellos mismos y para la causa de Dios. Esto aún lo pienso el día de hoy, aunque es algo que no hubiera incluido en esta narrativa, de no haberme los biógrafos del doctor Beecher y del señor Nettleton obligado a expresar mis pensamientos.

 

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